viernes, 23 de enero de 2015

Día 10 (18/09): norte Península Snaefellsness, fiordo Hvalfjördur, Reykjavík, Hafnafjörður y vuelta a España


Nuestro último día en Islandia amaneció como el día anterior, cielo cubierto, lluvia a ratos y algo de frío. Eso, añadido al hecho de que se acercaba el momento de despedirse del país y concluir el viaje, hizo que nuestro ánimo no estuviese precisamente por las nubes, pero nos propusimos disfrutar de las últimas horas al máximo posible.



A mí personalmente me suele ocurrir que a medida que se acerca el final de un viaje tengo sentimientos encontrados: por un lado no quiero que se acabe porque me encanta viajar y seguir descubriendo lugares y experiencias, pero por otro, sabiendo que por desgracia hay una fecha de vuelta, a medida que ésta se acerca quiero teletransportarme y estar ya en casa de vuelta a la rutina, sin pasar por lo que para mí son sin duda los peores momentos: las despedidas, el viaje de vuelta, deshacer maletas, coger el ritmo de nuevo...

Pero este día aun nos quedaba mucho por hacer así que nos pusimos en marcha. La noche no había estado despejada en ningún momento por lo que no habíamos podido cumplir nuestro objetivo de hacer la famosa foto de Kirkjufell bajo una aurora, soñada por todo apasionado de la fotografía que viaja a Islandia. Hubo que conformarse con verlo de día y dimos un paseo por la zona para llegar hasta la cascada Grundarfoss que se encuentra a sus pies.



Hasta ella se puede acceder andando desde la carretera por un camino de tierra, que ese día tras la lluvia que había caído estaba un poco embarrado.




Desde allí se puede ver al fondo el pueblo de Grundarfjörður y los macizos montañosos que lo rodean.




Gracias a un estrecho sendero es posible acercarse hasta los pies de la cascada, lo que permite ver la puntiaguda Kirkjufell, de 463 metros de altura, desde otra perspectiva. Este monte es el más fotografiado de Islandia por su característica forma piramidal y su situación aislada junto al mar. Según nuestra guía de Islandia es posible escalar hasta su cima, donde se pueden encontrar fósiles de aves y peces, pero se recomienda ir acompañado de un guía que conozca la zona.






Nos despedimos de este lugar mágico echando un último vistazo a Grundarfoss y continuamos viaje para terminar con la vuelta completa alrededor de la península de Snaefellsness.



Nuestro primer destino del día era Stykkishólmur, al que se llega siguiendo por la carretera 54 y luego la 58, atravesando el campo de lava Bersekjahraun. A medio camino se puede visitar la granja Bjarnarhöfn, que aloja un museo sobre la pesca y tratamiento del tiburón y donde es posible probarlo curado al modo islandés.

Stykkishólmur era una antigua aldea pesquera como las del resto de la zona que ha evolucionando hasta convertirse en la ciudad más importante de toda la península. Se la conoce como "la villa danesa" por la influencia de los comerciantes de ese país en la vida de la zona en siglos pasados, conmemorándose anualmente con el festival "Días daneses" en agosto. Aquí se encuentran la Biblioteca del Agua y el Norska Húsid o Casa Noruega, de 1832 y que alberga el Museo Etnológico de la península. Nosotros ese día queríamos acercarnos a la cascada de Glymur (aunque dudábamos de poder acceder a ella con el mal tiempo que hacía) y dedicar la tarde a ver Reykjavík, por lo que no disponíamos de mucho tiempo y sólo nos acercamos a ver la iglesia de 1975 situada en un promontorio y digna de cualquiera de las películas de La Guerra de las Galaxias.




Unos 6 kilómetros antes de llegar a Stykkishólmur se encuentra la colina de Helgafell, de apenas 75 metros de altitud pero que permite disfrutar de buenas vistas de la bahía de Breiðafjördur. El día tan desapacible con fuerte viento y lluvia no permitía disfrutar demasiado de ellas por desgracia. A sus pies hay mesas de picnic y baños por 100 ISK.





Desde tiempos del primer colono de la zona, que construyó un templo dedicado al dios Thor, Helgafell se ha considerado una montaña sagrada. Según la tradición local, quien suba por primera vez a su cima sin mirar atrás y en silencio puede pedir un deseo. Para que se cumpla debe ser un deseo benévolo, pedirse mirando hacia el Este y no se puede contar a nadie. Jose con el día que hacía no se animó pero yo no quise dejar pasar la oportunidad por si había suerte y se cumplía la tradición.


Con esto dimos por finalizado nuestro recorrido por la península de Snaefellsness y pusimos rumbo a Glymur, a unas 2 horas de distancia. Para llegar hasta allí retrocedimos sobre nuestros pasos y cogimos la carretera 56 que permite cruzar la península y enlazar con la 54 que nos lleva hasta Borgarnes. Allí se coge de nuevo la Ring Road, hasta el desvío con la 47 que se adentra en el fiordo de Hvalfjördur.


De camino, el tiempo, que continuaba desapacible, nos dejaba bellas imágenes como éstas de las nubes enganchadas a la montaña.





El fiordo Hvalfjördur, o fiordo de la ballena, es estrecho y alargado, de unos 30 kilómetros de profundidad, y se tarda en recorrer unos 45 minutos. En él se encuentra la única estación de caza de ballenas de Islandia que queda en la actualidad. No resulta demasiado espectacular, al menos con un día como el que nos hacía a nosotros y más después de haber visto otros mucho más bonitos. En este hay incluso una fábrica bastante grande que no embellece mucho el paisaje que digamos, aunque seguro que adentrándose a pie alejándose de la carretera se encuentran lugares que merecen mucho la pena.

Justo al fondo del fiordo sale la pista que hay que coger para llegar a Glymur, los primeros metros están asfaltados y luego son de gravilla hasta llegar a un parking donde se puede dejar el coche y comenzar la ruta de unos 8 km ida y vuelta. Nosotros no llegamos a entrar ya que seguía lloviendo, había mala visibilidad y por lo que habíamos leído se trata de una ruta con algún paso un poco delicado (ruta 46 1ª edición guía Rother) por lo que no es recomendable hacerlo en días así, que todo está mucho más resbaladizo. Nos hubiese gustado mucho hacerla ya que se trata de la cascada más alta de Islandia, con 198 metros de caída, por lo que nos lo apuntamos para una próxima visita.



Lo que si encontramos fue un rincón muy chulo una vez pasado el desvío a Glymur, llamado Fossárrétt. Se trata de una pequeña cascada a la entrada de un cañón que es posible recorrer a pie.



Aprovechamos para estirar un poco las piernas mientras hacíamos alguna foto disfrutando del curso del río. Como el tiempo no acompañaba enseguida volvimos al coche y pusimos rumbo a Reykjavík.



Si no se quiere recorrer el fiordo completo por la carretera 47 se puede atajar continuando por la Ring Road que lo cruza en su zona más exterior mediante un túnel submarino de peaje que cuesta unas 1000 ISK, el Hvalfjarðaröng.

Algo más de media hora después abandonábamos la carretera 1 para entrar en Reykjavík, cogiendo la 49 y luego la 41 en dirección al puerto. La ciudad, cuyo nombre significa "bahía humeante" por el vapor que salía de las grietas de la zona, tiene como origen la granja construida por Ingólfur Arnarson en 874, delante de donde ahora se encuentra la iglesia luterana Domkirkja. En la actualidad engloba a dos tercios de la población de todo el país y es su centro neurálgico, pese a lo cual es una ciudad bastante tranquila, con mayoría de edificios bajos, mezclando vanguardia y tradición y con muchas influencias internacionales.

Como ya teníamos algo de hambre decidimos buscar el famoso puesto de Pylsur Baejarins Beztu, donde dicen se comen los mejores perritos del país por tan sólo 2,5 €. Se supone que se encuentra en la zona del puerto pero con el coche era casi imposible encontrarlo y tampoco estaba demasiado fácil lo de aparcar así que buscando en internet descubrimos su web y tienen otros puestos por la ciudad, varios de ellos en centros comerciales. Nos pareció la mejor opción ya que solucionábamos lo de aparcar y podíamos comer sin mojarnos en un lugar calentito por lo que pusimos rumbo al más cercano.





La verdad es que los perritos estaban muy buenos y comimos los 2 más una bebida por 7,70 €. La única pega es que no son muy grandes y te quedas con ganas de más.

Una vez tuvimos el estómago lleno nos preparamos para nuestra tarde de paseo por Reykjavík, lo que implicaba coger abrigos, paraguas, bufanda... porque el tiempo no sólo no mejoraba sino que a ratos iba a peor. 

Primero hicimos una parada rápida en Sólfar o barca solar, también conocida como el viajero solar, que habíamos visto antes de comer y nos pillaba de paso. Se asemeja a un barco vikingo y se construyó como conmemoración del 200 aniversario de la ciudad.


Tras esto lo que tocaba era buscar dónde aparcar. Por lo que fuimos descubriendo, los aparcamientos en Reykjavík en superficie (también hay los típicos de pago subterráneos) se dividen en varias categorías P1 (zona roja), P2 (zona azul), P3 (zona verde) y P4 (zona amarilla), aumentando con el número la distancia al centro y por tanto disminuyendo en precio.  En esta web podéis encontrar más información al respecto bastante bien explicada.

Nosotros aparcamos en Skúlagata, una calle paralela a la carretera 49 junto al mar. Allí había bastantes sitios en una zona P3 y está bastante cerca del centro. Pagamos en monedas por el tiempo que quedaba hasta acabarse el horario de pago y así estábamos descuidados para volver a la hora que quisiéramos sin coste extra. Algunos parking cubiertos son más baratos las primeras horas pero si no sabes cuánto vas a estar al final puede acabar saliendo bastante más caro. 

Nos dirigimos hacia la catedral a través de la calle Laugavegur, paralela a donde habíamos dejado el coche, pero 3 o 4 calles más arriba. Esta calle es una de las principales de Reykjavík, con sus edificios coloridos, sus locales originales y un montón de tiendas y cafeterías.



Ascendiendo la calle Laugavegur hasta el final se llega a la catedral luterana Hallgrímskirkja, que recibe su nombre en referencia al poeta islandés Hallgrimur Pétursson. Es la más grande del país y fue construida entre 1940 y 1974, creando gran polémica su diseño vanguardista inspirado en las famosas columnas basálticas. Hoy en día es uno de los iconos de Reykjavík.


Entrar a ella es gratis pero si se quiere subir a su torre en el ascensor para ver las vistas de la ciudad hay que pagar 600 ISK. El horario es de 9 a 17 h todos los días. Su interior es diáfano y con mucha luz, y destaca sobremanera el gran órgano con 5275 tubos que tuvimos la suerte de escuchar ya que cuando entramos estaban ensayando. Resulta impresionante el sonido que produce en un lugar tan espacioso.



Frente a la catedral hay una gran plaza presidida por una estatua de Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, probablemente el vikingo más famoso de todos los tiempos y que se cree fue el primer europeo en llegar a América, 500 años antes que Cristóbal Colón.



Regresamos por la calle Laugavegur, ya que el resto de calles de la zona son más residenciales, sin poder evitar parar a hacernos una foto con la simpática pareja situada frente a una tienda de souvenirs.



La calle Laugavegur desemboca en la Bankstraeti que a su vez finaliza en un gran cruce de calles. En uno de los vértices se encuentra Stjórnarraðið, oficina del primer ministro islandés y que originariamente fue concebida como un calabozo.


Al fondo del cruce en dirección al mar se encuentra Harpa, edificio entero acristalado que alberga la ópera y se utiliza como palacio de congresos.



Al otro lado del cruce se encuentra la placita de Laekjartorg, con varias mesas de madera y una especie de pequeño kiosko de color blanco en su parte central.

Poco después tuvo lugar uno de los incidentes del viaje, al quedarme encerrada en uno de los baños públicos cercanos. En lugar de tener un botón para salir si acabas antes del tiempo máximo no había nada, las pocas indicaciones que había estaban en islandés y la palanca de la puerta parecía no funcionar. Tras unos minutos un poco angustiosos conseguí salir y quedó todo en un susto, aunque ya me veía montando el espectáculo saliendo de allí socorrida por la policía...


Desde allí seguimos nuestro recorrido por la ciudad en dirección al lago Tjörnin, junto al que se encuentran algunos de los edificios principales de la capital como este, actualmente residencia universitaria pero que acogió el parlamento islandés los primeros años tras su traslado de Þingvellir a Reykjavík.






Los alrededores del lago son una zona super tranquila para pasear. Hasta en un día tan poco agradable como el que tuvimos nosotros tenía un encanto especial. Cuenta además con una fuente y varias estatuas dentro del agua, sobre los que revolotean decenas de aves.

En el extremo Suroeste del lago se encuentran el Museo Nacional (Þjóðminjasafnið), la Biblioteca Nacional y la Universidad de Islandia.









En la orilla Este se encuentran la Galería Nacional de Islandia y Fríkirkjan í Reykjavík, una pequeña iglesia blanca construida a principios del siglo XX.


Nosotros no íbamos a entrar a ver los museos por lo que estuvimos dando la vuelta al lago tranquilamente para después volver al centro. En la esquina Noroeste se encuentra el Ayuntamiento, Raðhús Reykjavíkur, que contrasta bastante con el resto de edificios de los alrededores por su aspecto moderno.




Las casas de madera de colores son una de las señas de identidad del país y en la capital también se pueden encontrar, albergando muchas de ellas restaurantes o cafeterías como este junto a la plaza Ingólfstorg.


Cerca de allí, en el número 10 de la calle Aðalstraeti, se encuentra el edificio más antiguo de la ciudad, de 1752. Y unos metros más adelante se encuentra la plaza Austurvöllur, lugar muy frecuentado en verano para hacer picnics o conciertos. En el centro hay una estatua de Jón Sigurðsson que lideró la lucha por la independencia del país. Y frente a ella se encuentra la sede del Parlamento islandés o Alþingishús, uno de los edificios de piedra más antiguos del país y que acoge al parlamento desde 1885, aunque su color tan oscuro por la piedra basáltica en días como ese no resultaba precisamente alegre... 



Junto al Parlamento se encuentra la Domkirkja, iglesia luterana que comenzó a construirse en 1787 y guarda en su interior importantes elementos artísticos.



Como el tiempo seguía sin mejorar y estábamos algo cansados hicimos las compras de recuerdos de rigor en varias tiendas de Laugavegur y volvimos al coche. Si se gasta más de 4000 ISK en una misma tienda es importante pedir el ticket y el formulario de solicitud de reembolso de las tasas para entregarlo en el aeropuerto a la vuelta o en la oficina de Reykjavík.

Aún no había anochecido y teníamos varias horas por delante hasta tener que ir al aeropuerto, ya que nuestro vuelo no salía hasta la 1:30 de la madrugada, por lo que buscamos opciones para hacer tiempo hasta entonces.

Primero nos acercamos hasta Perlan, en lo alto de la colina Öskjuhlið junto al aeropuerto doméstico de Reykjavík, a donde se puede llegar andando desde el centro en unos 30 minutos o con el autobús 18 en caso de no tener coche. Se trata de un edificio moderno usado en su base como tanque de almacenamiento de agua caliente para toda la ciudad y que tiene en su parte superior una cúpula de cristal desde donde se tienen buenas vistas de Reykjavík. El acceso es gratuito pero en su interior hay, además de un centro cultural que ofrece exposiciones y conciertos, un restaurante giratorio que parecía bastante caro por lo que nosotros, entre eso y que con el día que hacía no íbamos a poder ver mucho, dimos un paseo por fuera y enseguida nos marchamos.

Aún no había anochecido y vimos en la guía que a unos 10 minutos al sur de Reykjavík había un antiguo pueblo de pescadores llamado Hafnafjörður. Se encuentra entre un campo de lava y un puerto natural y una de sus atracciones es el "pueblo vikingo", un conjunto de casas construidas en 1841 que recrean el estilo de las casas vikingas, y entre las que hay un restaurante y un hotel. Nos pareció una buena idea parar a verlo de camino al aeropuerto pero al llegar allí llovía y tampoco pudimos disfrutarlo mucho.


El pueblo vikingo no es muy grande, son apenas 4 o 5 casas, pero resulta curioso y puede ser divertido, en especial para los niños. Junto a él hay un estanque sobre el que se refleja la pequeña iglesia blanca de tejado azul.






El pueblo no tenía mala pinta y cuenta con otros atractivos como el parque Hellisgerði, con el jardín de bonsais más al norte del mundo y el acantilado Hamarinn, donde supuestamente habitan los elfos. Pero ya estaba anocheciendo y cada vez llovía más por lo que pusimos rumbo al aeropuerto. 

Primero teníamos que devolver la furgoneta en la nave donde nos la habían entregado yendo hacia Keflavík desde el aeropuerto y como había que devolverla con el depósito lleno fuimos hasta el pueblo para echar gasolina. La última gasolinera yendo desde Reykjavík al aeropuerto por la carretera 41 está unos 4 kilómetros antes de llegar a éste, por lo que hay que estar atento si se quiere repostar ahí para no pasarse la salida. Nosotros nos aceramos hasta Keflavík y aprovechamos para organizar como pudimos las maletas bajo la lluvia. De allí fuimos a devolver el coche a Faircar y nos acercaron al aeropuerto, donde cenamos parte de la comida que nos había sobrado, entregamos la documentación para que nos devolvieran los impuestos de las compras de souvenirs y estuvimos descansando hasta coger el avión, que a diferencia del de la ida éste se retrasó casi una hora. La terminal es bastante grande y tiene varias tiendas y cafeterías, aunque como es lógico todas iban cerrando a medida que se acercaba la medianoche. 


Finalmente cogimos el avión que iba bastante lleno, coincidiendo con varias de las personas con las que habíamos volado en el viaje de ida. Cerca de las 9 de la mañana y sin apenas haber pegado ojo llegamos a Barcelona con el tiempo suficiente para coger el avión a Menorca, y aunque estábamos un poco tristes por acabar la aventura a la vez nos sentíamos muy emocionados por haber visto tantos lugares increíbles y vivido tantas experiencias maravillosas y con muchas ganas de volver a viajar, a este u otros nuevos destinos.


martes, 20 de enero de 2015

Día 9 en Islandia (17/09): cascadas de Hraunfossar y Barnafoss, Reykholt y Península de Snaefellsness


Con un poco de retraso, Feliz año a tod@s!!! Espero que hayáis empezado el 2015 con buen pie y con ilusión y fuerzas renovadas :)

Y tras el parón navideño toca terminar con los artículos de Islandia...
El penúltimo día del viaje nos despertamos en el parking de las cascadas Hraunfossar y Barnafoss. Junto a él hay una tienda - cafetería que estuvo cerrada el tiempo que estuvimos allí y unos baños a los que se puede acceder libremente aunque se piden 100 ISK para su mantenimiento.


Esa noche había bajado bastante la temperatura, aunque el recuerdo de las auroras hizo que nos levantáramos muy animados. Tras recoger y desayunar algo rápido, dimos un paseo por la zona (más info en la ruta 45 de la Guía Rother 1ª ed), declarada monumento nacional en 1987. Junto al parking hay un mirador que permite ver Hraunfossar desde varios ángulos.






Más que una cascada, Hraunfossar es un conjunto de innumerables surgencias de agua que emergen a través de la lava del Hallmundarhaun y fluyen hacia el río Hvitá mediante varios saltos y caídas a lo largo de casi un kilómetro.





Continuando por el camino señalizado río arriba nos alejamos de Hraunfossar, disfrutando de este precioso entorno y de como se iba estrechando el cauce del río Hvitá.





A lo lejos podíamos apreciar, pese a lo cubierto del día, una cumbre nevada, creemos que la del glaciar Eiríksjökull, de 1675 m de altitud.



La otra cascada de la zona, Barnafoss, es en realidad un rápido de agua de abundante caudal, con valores medios de 80 metros cúbicos por segundo pero alcanzando los 500 en época de crecidas, producido al estrecharse el cauce del río Hvitá.

La fuerza del agua ha forjado puentes y arcos de piedra a su paso.



El nombre de Barnafoss, literalmente "cascada de los niños", tiene como origen un accidente en el que perdieron la vida dos niños al intentar cruzar el río por un arco de lava natural que existía antiguamente y que su madre hizo romper tras su muerte. En la actualidad un puente de madera permite cruzar de un lado a otro del río.



Estuvimos un rato por allí haciendo fotos y volvimos por el otro camino hacia el aparcamiento.


Tocaba continuar ruta y nuestra siguiente parada no estaba muy lejos, el pueblo de Reykholt. Fue una parada bastante breve, ya que no queríamos entretenernos mucho y en realidad el pueblo tampoco tenía mucho que ver, aunque se trata de uno de los lugares históricos más conocidos de Islandia puesto que allí vivió en el s. XIII Snorri Sturluson, político y uno de los grandes autores de sagas de la época medieval. De hecho, en el pueblo hay un centro de estudios medievales que se centra especialmente en la historia de la región.

El día anterior al pasar por allí nos había llamado la atención su iglesia blanca con tejado rojo, similar a otras del país pero con una torre bastante alta que permite distinguirla a distancia.



Junto a ella, se encuentra Snorralaug o baño de Snorri, una piscina de agua caliente geotermal donde según las sagas Snorri fue asesinado, y cuya granja está conectada con la piscina por un pasadizo. Se conoce que ya estaba en uso en el s. X, aunque en esa época no había constancia de que nadie viviese en la zona de forma permanente. Tiene una profundidad de 1 m y un diámetro de 4. El fondo de la piscina está en la actualidad lleno de monedas lanzadas por los turistas.



A unos 7 kilómetros de Reykholt, siguiendo por la carretera 518 y tomando después la 50 hacia el Norte, se puede visitar Deildartunguhver a través de un acceso señalizado. Se trata de la fuente de agua caliente más caudalosa del mundo, con un caudal de 180 L/s y una temperatura cercana a los 100 ºC.





Al llegar allí nos encontramos con algo muy curioso, un puesto de venta de tomates junto al aparcamiento. En una pequeña caseta sin nadie en los alrededores habia cestas con bolsas de tomates y en un cartel indicaban el precio a pagar, 200 kr que había que dejar en el buzón de la pared.



Sorprendidos por el hallazgo y por la buena fe de los islandeses recorrimos la zona maravillados con el agua que salía casi en ebullición y que es utilizada para calefacciones desde 1925. Hoy en día llega por bombeo (está a tan sólo 19 m sobre el nivel del mar) hasta Akranes, Borgarnes y Hvanneyri mediante una red de tuberías de 74 km.






Ahora ya sí tocaba poner rumbo a la península de Snaefellsness. Continuamos por la carretera 50 hasta llegar a la Ring Road y por ella hasta Borgarnes. Una vez allí cogiendo la 54 nos dirigimos al sur de la península.


Aunque el día estaba bastante nublado, de camino pudimos disfrutar de imágenes tan bonitas como estas, gracias a pequeñas lagunas que permitían ver el reflejo como si de un espejo se tratase.






Llegando a la península se puede ver a la izquierda de la carretera el cráter de Eldborg, de 112 metros de altitud y prácticamente circular. Al erupcionar hace miles de años expulsó una enorme cantidad de lava que dio lugar al campo de lava que lo rodea, Eldborgarhaun, ahora cubierto de arbustos. Se puede subir a su cima en algo más de 2 horas para disfrutar de las vistas desde Snorrastaðir, un desvío a mano izquierda poco antes de llegar a él.



El paisaje por esta zona es prácticamente igual todo el tiempo, con grandes extensiones de distintos tonos, ocres, verdes, amarillos y marrones, salpicados con granjas y ganado y algunas colinas intercaladas, algunas hacia el interior y otras a pocos metros de la costa.



Continuando por esta carretera, justo al entrar en la península propiamente dicha, se deja a mano derecha una especie de muro de columnas de basalto de más de 3 metros de alto que se asemeja a un acantilado, señalizado como Gerðuberg. Se puede acceder mediante una pista de tierra de aproximadamente un kilómetro.



Aunque resulta bastante curioso, como ya habíamos visto varias veces este tipo de formaciones a lo largo del viaje no le dedicamos mucho tiempo y seguimos bordeando la península.




Llevábamos anotado que la playa de Ytri Tunga, a la que se accede desde la granja del mismo nombre, era un buen lugar para ver focas. Como nos habíamos quedado sin poder verlas en Vatnsnes decidimos lanzarnos a la aventura y probar suerte. 

En la propia carretera 54 hay una señal con el nombre de Ytri Tunga que permite acceder por una pista no muy larga hasta la granja. Allí se puede dejar el coche y acercarse por un camino hasta la costa. Aunque se hace un poco raro andar por allí al tratarse de una casa particular, si se va con respeto no tiene porqué haber ningún problema, a nosotros nadie nos dijo nada.




Gracias a ello pudimos ver dos focas tumbadas entre las piedras, algo camufladas, pero que ni se inmutaron al aproximarnos a ellas.


Tampoco quisimos acercarnos mucho para no molestarlas, estuvimos un rato viéndolas con los prismáticos y haciendo alguna foto de los gestos tan graciosos que hacían y nos volvimos al coche contentos por haberlo conseguido.



Siguiendo por la carretera 54, poco antes del cruce con la 574, se encuentra a mano derecha la cascada de Bjarnarfoss. El acceso, a través de una pista de gravilla, está señalizado, si bien al tratarse de una granja particular no es posible llegar fácilmente  con el coche hasta su base.





Nuestra idea era rodear por completo la península por lo que continuamos por la carretera 574 también asfaltada. Si se quiere atajar se puede continuar por la 54 para llegar a la zona norte (al este de Olafsvík) en unos 15 kilómetros, aunque según el mapa algo más de la mitad es de gravilla. Al poco de dejar atrás el cruce hay una desviación a mano izquierda que permite acceder Búðir. Primero se llega a un pequeño hotel junto al mar y si se sigue la carreterilla hasta el final se llega a la curiosa y solitaria iglesia negra.





De ahí hacia el oeste se extiende el campo de lava de ðahraun que se puede recorrer gracias a varios caminos.


Uno de ellos, conocido como Klettsgata, permite llegar en poco más de una hora al cráter Búðaklettur, también visible si se continúa por la carretera 574 junto al acceso a una antena. 


Desde allí, al estar en una zona algo más elevada que el resto, pudimos disfrutar de todo el paisaje que nos rodeaba, que pese al cielo cubierto resultaba impresionante.






Unos kilómetros más adelante se encuentra a mano derecha Rauðfeldargjá, una garganta muy estrecha a cuya base se accede andando desde un aparcamiento de gravilla, remontando el curso del riachuelo que la atraviesa. 



El nombre del cañón tiene su origen según la leyenda en la disputa entre dos hermanos, mitad hombres mitad troll. Cuando uno de ellos empujó a la hija del otro a un iceberg que la arrastró hacia Groenlandia, a pesar de que no sufrió ningún daño, éste se vengó encerrando al hijo de su hermano, llamado Raufelður en un cañón. Tras esto se dirigió al glaciar y nunca más se le volvió a ver, aunque se dice que si se remonta el río lo suficiente por el interior de la garganta quizá se le encuentre, ya que aun hoy merodea por la zona...



Se tarda algo más de media hora en subir a verlo y volver, por lo que si se tiene tiempo merece la pena acercarse, ya que el interior de la grieta tiene un encanto especial. 



Hay que tener cuidado con algunas piedras que pueden resbalar y es difícil sacar buenas fotos con la luz que hay, pero resulta agradable quedarse unos segundos observando el lugar.



Los alrededores del cañón son en su mayor parte campos de lava cubiertos del musgo típico del lugar.



Nuestros siguientes objetivos eran Arnastapi y Hellnar, unidos por un camino junto a los acantilados de Svörtuloft que se puede recorrer andando en aproximadamente 1 hora (ruta 43 de la guía Rother). Nosotros aun teníamos que comer, era algo tarde y el tiempo parecía estar empeorando por lo que lo dejamos para otra ocasión (ojalá!). Nos acercamos primero a Hellnar, antigua comunidad de pescadores con casas de madera, donde hay un centro de visitantes con baño y cafetería junto al que comimos nuestros bocatas.



Tras la fugaz comida seguimos hasta el final de la carretera junto a la costa, donde comienza la ruta a Arnarstapi y ya se empiezan a distinguir los negros acantilados basálticos.




Después retrocedimos hasta Arnarstapi, otra estación de pescadores reconvertida en área vacacional y que cuenta en su costa con numerosas formaciones características.



Allí nos encontramos con este curioso monumento de piedra muy próximo al mar. 




Los acantilados de esta zona son espectaculares, tanto por su altura como por sus formas y colores. 




Hay ademas multitud de cuevas, barrancos y pequeñas playas de arena negra que los hacen todavía más especiales.



Por los alrededores del monumento de piedra varios caminos permiten recorrer el lugar. A pocos metros se encuentra este magnífico arco, una de las formaciones estelares que en días de mar fuerte se convierte en un auténtico espectáculo.



A unos 10 km de Arnarstapi, siguiendo por la carretera 574, se pueden contemplar más formaciones curiosas en Lóndrangar, tomando una desviación hacia la costa de poco más de un kilómetro. Se trata de dos peñascos restos de tapones de cráter formados por una mezcla de escoria y fragmentos de basalto.






Un poco más adelante se encuentra la cueva Vatnshellir junto a la carretera, un tubo de lava de 8000 años de antigüedad que llega hasta 35 metros bajo la superficie terrestre, pero a la que sólo es posible acceder con visita guíada, por lo que nosotros continuamos hasta la desviación de la carretera 572, que permite llegar a un aparcamiento junto a la playa de arena negra de Djúpalón o Djúpalónsandur.




Allí los marineros que salían a pescar desde el cercano Dritvík medían su fuerza levantando 4 piedras de distintos tamaños hasta la altura de la cadera. La más grande, Fullsterkur (plena fuerza) pesa 154 kg; la segunda, Hálfsterkur (fuerza suficiente) 100 kg; la tercera, Hálfdraettingur (fuerza media) 54 kg y la última, Amlódi (enclenque) "sólo" 23 kg. Se requería como mínimo levantar la Hálfsterkur para ser remero de uno de estos barcos de pesca.



Yo tenía claro que no iba a poder casi ni con la pequeña pero José sí que probó suerte, aunque dejamos sin desvelar cuál consiguió levantar...



Nos acercamos hasta la orilla para observar más formaciones de roca basáltica y hacernos alguna foto con los curiosos montículos de piedras redondeadas.



En la playa había además restos metálicos de un pesquero de arrastre británico que naufragó cerca de allí en marzo de 1948, sobreviviendo únicamente 5 personas del total de 19 que formaban la tripulación. Hay un cartel en el que informan de la tragedia y donde piden colaboración no moviendo los restos.


Junto al camino de acceso a la playa (Naustatígur) se pueden ver más formas peculiares de la roca volcánica como este curioso arco llamado Gatklettur.





En el aparcamiento hay también paneles informativos sobre rutas por la zona.

Siguiendo hacia el Oeste aproximadamente a 1 kilómetro se encuentra Drítvík, la mayor y más productiva estación pesquera en Islandia entre abril y mayo del siglo XVI al XIX y desde donde salían al mar entorno a 60 barcos diarios, con entre 200 y 600 trabajadores. En la actualidad sin embargo la zona se encuentra desierta, con tan sólo algunos restos de piedra de las antiguas instalaciones y donde lo más destacable es un gran peñasco llamado Tröllakirkja o iglesia de los troles. Nosotros preferimos continuar avanzando con el coche ya que había empezado a llover a ratos y no parecía que fuese a mejorar.


Mientras seguíamos por la carretera 574 que recorre la parte más occidental de la península de Snaefellsness, comenzamos a ver a su gran protagonista, el volcán Snaefellsjökull de 1446 metros cubierto por su corona de nieve perpetua. Constituye la mayor parte del Parque Nacional Snaefellsjökull, el único parque nacional costero de Islandia con una superficie de 170 kilómetros cuadrados.


La fama de este volcán extinto viene en parte de haber sido elegido por Julio Verne como lugar de acceso al interior del planeta en el clásico Viaje al centro de la Tierra. Se pueden contratar excursiones para subir a la cima del glaciar en distintos lugares como Ólafsvík o Arnarstapi.




Nuestra siguiente parada fue el cráter de Saxhóll, que entró en erupción hace unos 3500 años y se eleva 109 m sobre el nivel del mar. Hay un camino para subir hasta su cima, donde hay un mirador con buenas vistas del Snaefellsjökull y el campo de lava cercano Neshraun




Continuamos rodeando la península sin dejar prácticamente en ningún momento de contemplar al auténtico protagonista. Pese al mal tiempo resultaba impresionante, en un día despejado debe ser espectacular.


Paramos unos minutos en Hellisandur, el único pueblo desde el que es visible el glaciar y que cuenta con un Museo de Pescadores donde hay réplicas de las últimas cabañas de pescadores de la zona hechas de madera y turba, antiguos barcos y motores, así como una reproducción de las piedras de distintos tamaños de Djúpalón. El museo está abierto entre el 1 de junio y el 14 de septiembre y la entrada son 500 ISK.


Nosotros lo vimos un poco desde fuera, haciendo algunas fotos y disfrutando de las vistas del glaciar y seguimos por la carretera 574 hacia las afueras del pueblo, donde cogimos una desviación a mano derecha que lleva a la iglesia de Ingjaldshóll. Hace varios siglos se encontraba aquí una gran mansión donde se dice que pasó el invierno de 1477 Cristobal Colón, cuando aun era un comerciante que navegaba por estos mares. Según cuenta la leyenda aquí oyó hablar de las hazañas de los vikingos en unas tierras nuevas del oeste lo que sirvió de inspiración para su viaje de 1492.



A unos 9 km de Hellisandur se encuentra Olafsvík, una villa fundada hace un par de siglos encajada entre el mar y la montaña y que se caracteriza por su puerto natural, el más importante de toda la península. Destaca también la iglesia con forma de pez que alberga un púlpito de 1710.



Poco después llegamos a Grundarfjörður, pequeño pueblo pesquero situado al fondo del fiordo del mismo nombre con el macizo montañoso de Helgrindur a sus espaldas y el monte Kirkjufell en la península situada en su lado oeste.

Como se estaba haciendo de noche y el tiempo estaba empeorando por momentos decidimos buscar un sitio para dormir, cenar algo rápido en la furgoneta y aprovechar para descansar. Durante la búsqueda vimos que el pueblo no tenía mucho de especial, las ya habituales casas de madera y la iglesia blanca con tejado rojo.



Habíamos visto en el mapa que en el pueblo había un camping, pero tras dar varias vueltas lo único que encontramos fue un área de acampada con tan sólo una pequeña caseta como instalaciones, por lo que optamos por cenar en un restaurante del pueblo y dormir cerca del monte Kirkjufell para intentar robar alguna foto aceptable.
Cenamos en RúBen, junto a la carretera principal, una hamburguesa y una pizza por 30 € todo. La comida no estaba mal aunque no era nada del otro mundo, y el sitio era tipo taberna, con varias televisiones y gente local, mientras estábamos allí llegaron los chavales del equipo de fútbol a cenar.

Tras la cena nos fuimos directos a dormir. Aparcamos la furgoneta en una explanada junto a la carretera a los pies de Kirkjufell, cerca de un par de caravanas. Bastante cansados y un poco tristes por saber que con ese mal tiempo ya no veríamos más auroras, caímos rendidos mientras fuera no paraba de llover.