domingo, 30 de agosto de 2015

Día 2 en Noruega (15/08): Visitando Oslo y sus alrededores


Nuestro segundo día en Oslo, el primero completo, nos despertamos descansados y con ganas de disfrutar de la soleada jornada. Lo cierto es que durante todo el viaje tan sólo nos llovió un poco un par de días, nos dijeron que había estado haciendo mal verano pero nosotros no nos pudimos quejar del tiempo, ya que tuvimos sol y entre 20 y 25 grados prácticamente todos los días.

Como ya la tarde anterior habíamos recorrido el centro de la ciudad, el plan para este día era visitar otros lugares de interés algo más alejados y terminar de ver lo que nos había quedado, como la zona de la fortaleza de Akershus.



Tras desayunar y coger fuerzas fuimos a coger el autobús para ir hasta Bygdoy o la isla de los museos. Habíamos decidido no coger la Oslo Pass ya que sólo pensábamos entrar al Museo de los barcos vikingos y no nos compensaba. Su precio es de 320 NOK para 24 horas y 470 para 48 h y en ella están incluidas las entradas a más de 30 museos y atracciones, el transporte público en autobús, tranvía, metro y algunos ferrys, dentro de las zonas 1 y 2, así como descuentos en otras muchas actividades como el alquiler de bicicletas. Se puede pedir por internet o comprar una vez allí en multitud de sitios como la oficina de turismo o la mayoría de hoteles.

Lo que sí hicimos fue comprar el pase de transporte público de 24 horas, que tiene un precio de 90 NOK por persona, y puesto que cada trayecto ya vale 30 NOK (o 50 si se compra en el propio autobús o tranvía), con los que íbamos a hacer durante este día lo amortizábamos de sobra.

Tanto los billetes sencillos como los pases de 24 horas o de más duración pueden comprarse en las máquinas de algunas paradas, o en la mayoría de Narvesen o 7-eleven. Los Narvesen son kioskos que abundan en las ciudades noruegas y que venden un poco de todo, desde comida y bebida, hasta prensa, y suelen abrir todos los días.



Nosotros compramos el abono de día en uno que había junto a la parada donde teníamos que coger el autobús y lo validamos al entrar en él en las máquinas disponibles. Una de las peculiaridades de estos pases de 24 horas es que no van con el día civil sino que son válidos durante 24 horas desde que se validan por primera vez, aunque esto comprenda dos días diferentes.




Para ir hasta Bygdoy se puede coger el transbordador 91 que sale del muelle frente al ayuntamiento (sólo en verano) o el bus urbano de la línea 30. Nosotros nos decantamos por esta última opción ya que ese barco no estaba incluido en el pase de transporte de 24 horas que habíamos comprado (sí en Oslo Pass) y además el autobús paraba a 5 minutos de donde nos quedábamos. En la web de la empresa de transportes de la ciudad Ruter hay información sobre trayectos y horarios.



Además, la web Visit Oslo tiene todo tipo de información sobre transportes, museos, alojamientos y restaurantes y tiene versión en español. También edita una mini guía de la ciudad en papel en distintos idiomas (entre ellos español) que se puede encontrar en la Oficina de Turismo (junto a la Estación Central y abierta de 9 a 18 horas a diario) y en varios museos de la ciudad.






Bygdoy es uno de los barrios más exclusivos de la ciudad, con imponentes casas unifamiliares que son la envidia de cualquiera. Su nombre significa "la isla habitada", ya que fue una isla hasta finales del siglo XIX, cuando se rellenó el espacio de mar que la separaba del continente. Antiguamente fue utilizado como zona de caza por la monarquía y aun hoy conserva una gran zona boscosa así como granjas y huertas.

El sobrenombre de "La isla de los museos" se debe a que alberga 5 museos sobre la historia y cultura noruegas. A nosotros el que más nos interesaba era el Museo de los barcos vikingos o Vikingskipshuset, donde se pueden ver 3 naves vikingas originales que se encontraron enterradas hace más de 100 años y que son las 3 mejor conservadas del mundo.

La parada de autobús más próxima al museo es la de Vikingskipene. Una vez allí compramos la entrada (80 NOK por persona si no se tiene derecho a descuento ni Oslo Pass) y comenzamos la visita. El museo está abierto de 9 a 18 h en verano y de 10 a 16 h el resto del año y cuenta con WIFI gratuito. Con la entrada se tiene acceso gratis al Museo Histórico en las siguientes 48 horas, situado en Frederiksgate 2, detrás de la plaza de la Universidad junto a Karl Johans Gate.



Una de las cosas que más nos sorprendió al poco de empezar fue ver hasta dónde habían llegado los Vikingos en sus andanzas por el mundo. Se considera que vivieron entre el 750 y el 1066 D.C en Escandinavia y fueron excelentes armadores y navegantes. Esto les permitió construir barcos capaces de realizar largos viajes y explorar, además de todo el norte de Europa, zonas de Norteamérica, el Mediterráneo y el Mar Caspio a través de los ríos rusos, saqueando los lugares por donde pasaban. Sin embargo también ejercieron como comerciantes artesanos y legisladores, estableciendo colonias en Irlanda y Rusia, e incluso en Islandia, Groenlandia o Norteamérica.



El museo lo componen 3 barcos vikingos del siglo IX, dos de ellos en muy buen estado, hallados en grandes túmulos funerarios en unos campos de cultivo de Vestfold y Ostfold, cerca del fiordo de Oslo. Se utilizaron como transporte de los grandes jefes al reino de los muertos una vez fallecidos, por la cantidad de joyas, armas y complementos que se encontraron con ellos, aunque habían sido usados previamente en navegación por sus características técnicas. Algo que nos sorprendió es que en los propios paneles explicativos del museo se muestra el desconocimiento sobre gran cantidad de detalles y se confiesa estar buscando respuestas aún a multitud de interrogantes.


El primer barco que encontramos al entrar es el de Oseberg, del cual se exhibe al fondo del museo la colección de piezas hallada con él. Este barco, de 22 metros de largo y 5 de ancho, fue descubierto en 1904 con los restos de 2 mujeres y un gran número de objetos. Se construyó entorno al año 820 con madera de roble y llevaba 30 remeros, un timonel y un vigía. En la actualidad cerca del 90 % de la nave conserva la madera original.

Desenterrarlo no fue tarea fácil, ya que se encontraba bajo un túmulo de 6 metros de altura y la tumba estaba sellada casi herméticamente. Estaba enterrado en arcilla, con piedras encima y los movimientos del subsuelo habían roto algunas partes de la nave, aunque afortunadamente la mayor parte de ella se conservaba intacta.




El barco de Gokstad, también muy bien conservado, es el que ocupa el ala izquierda del museo. Se construyó entorno al año 900 y unos años después se usó como barco funerario de un hombre poderoso. Tiene 23 metros de largo y 5 de ancho y se encontró en una excavación realizada en 1880, en la que se hallaron también los restos de un hombre de unos 40 años, un trineo, otras tres barcas pequeñas, una pasarela de desembarco, 64 escudos y varios animales como caballos, perros o pavo reales. En los restos del hombre había rastros de cortes en ambas piernas, lo que indica que murió luchando. Por desgracia, una parte de los tesoros había sido saqueada por ladrones. 

Unos balcones en dos de las esquinas de las salas permiten ver el interior de estas dos naves.




El tercero de los barcos, el de Tune, se encuentra en el ala derecha del museo y es el que está en peor estado de conservación, ya que la tumba en la que se encontraba había sido abierta parcialmente y la entrada de aire había descompuesto la madera. Data también del año 900 d.C. y fue el primero en ser encontrado en 1867. Fue probablemente un barco rápido de alta mar, se propulsaba con la ayuda de 12 remos y está hecho de madera de roble, siendo el de menor tamaño con 19 metros de longitud.





Sobre su popa descansaban los restos de una cámara funeraria que albergaba los restos de un hombre de alto rango, restos de armas, fragmentos de un esquí y el esqueleto de un caballo. El resto de objetos enterrados con él desaparecieron o se encuentran en malas condiciones ya que la excavación no se realizó con el cuidado necesario.

Al fondo de esta sala se exhiben un par de pequeñas barcas y la cámara funeraria encontradas junto a la nave de Gokstad.



Al fondo del museo se encuentra la colección Oseberg, con las piezas que se hallaron enterradas con las dos mujeres, la mayor de entre 70 y 80 años y la más joven de menos de 60, junto al barco del mismo nombre. Entre ellas se encuentran un carruaje labrado (único del que se tiene constancia en la era vikinga), trineos de lujo, baúles y cofres, así como 4 postes (de los 5 encontrados, el otro se destruyó en la 2ª Guerra Mundial) profundamente tallados con forma de cabeza de los que se desconoce su función.



Sobre las taquillas y la tienda de recuerdos hay una balconada donde hay expuestos algunos objetos vikingos como telas y otras prendas, desde donde se tiene otra perspectiva del barco de Oseberg.



La verdad es que es un museo muy curioso e impresiona ver los barcos construidos por los vikingos hace más de mil años. Además, tiene como punto positivo que junto a los paneles explicativos en inglés y noruego hay códigos QR que permiten acceder con la correspondiente aplicación del móvil a audio guías en español.

Al salir del museo vimos que había mucha cola en la parada de autobús y como hacía buen día decidimos avanzar un poco a las paradas anteriores y así ver un poco más de la "isla de los museos". Desde el aparcamiento del propio Vikingskipshuset, se pueden ver algunos de los edificios que comforman el Norsk Folkemuseum, que cuenta con más de 150 reconstrucciones de antiguas casas, graneros e iglesias noruegas, además de exposiciones de arte y trajes típicos del país.





En menos de 15 minutos llegamos andando al extremo de la península, a donde llega el ferry que sale del muelle junto al ayuntamiento.






Allí se encuentran también el resto de museos famosos de la isla: el Frammuseet, que alberga el barco polar Fram que viajó al Ártico y a la Antártida entre 1893 y 1914, el Kon - Tiki Museet, con la balsa de madera de 1947 del mismo nombre y la barca de papiro Ra II de 1970, con las que Thor Heyerdahl se hizo famoso por recorrer los océanos, y el Norsk Sjofartsmuseum, dedicado a la historia náutica noruega con distintas piezas y maquetas de barcos.



Allí cogimos de nuevo el autobús 30, con un pequeño despiste ya que pensábamos que esta era su parada inicial/final y no era así, por lo que tuvimos que esperar unos minutos en la siguiente parada a que comenzara su recorrido habitual. Tras bajarnos en la parada junto al Radhuset nos acercamos andando al Nationaltheatret, donde cogimos la línea 1 del metro para ir hasta Majorstuen, donde habíamos quedado con Cris para comer y dar un paseo por el cercano parque Vigeland.

Tras comprar algo para llevar junto a la estación de metro en un Deli de Luca, cadena de cafeterías que venden sandwiches, bebida, bollería, etc, nos dirigimos hacia el parque, a unos 10 minutos andando. Allí nos sentamos en el césped a comer como muchos otros locales y turistas, que aprovechando el buen tiempo llenaban la zona. Entre los noruegos hay mucha afición a hacer barbacoas y de hecho en los supermercados las venden de un sólo uso y vimos a varios grupos con ellas por allí.


Después de comer dimos un paseo por este famoso parque, el más grande de Oslo. Debe su nombre al escultor Gustav Vigeland, cuyas obras, basadas principalmente en cuerpos desnudos, pueblan la zona central del parque.







El puente de granito sobre el que pasa el eje central del parque está flanqueado por 52 esculturas de bronce que representan las etapas de la vida. Entre ellas destaca la del "Niño enfadado", muy popular entre la gente que frota su mano en busca de fortuna.





Un poco más adelante hay una plaza con una fuente central formada por 6 gigantes que sujetan una enorme pila, rodeados de 20 grupos de figuras.



A continuación, en el punto más elevado del parque, se encuentra este monolito de 17 metros de alto, formado por 121 figuras humanas apoyadas entre sí.



Desde allí se tiene buenas vistas de la avenida central que habíamos recorrido y en la que se encuentran la mayoría de esculturas por las que es famoso este parque.



Hacia el otro lado vemos también otra de las esculturas destacadas a la que no nos acercamos, la conocida como Rueda de la vida, modelada en 1934 y compuesta por hombres, mujeres y niños que se sujetan los unos a los otros cerrando un círculo.



En los alrededores del parque se encuentra el Vigelandsmuseet, que alberga el estudio del escultor y algunas de sus primeras obras. Nosotros volvimos a Majorstuen para coger la línea 1 de metro, que en este tramo va en superficie, con destino Holmenkollen, donde se encuentra la rampa de saltos de esquí más famosa de Oslo.


De camino a la estación de metro pasamos junto a un aparcamiento en el que vimos de nuevo otra de las cosas que nos estaba sorprendiendo de Noruega, la abundancia de coches eléctricos y en especial de los de la marca Tesla, que por desgracia en España no se comercializan. En el mismo parking había varios surtidores eléctricos para recargar los vehículos.


Al parecer la compra de coches eléctricos está muy subvencionada, haciendo que tengan precios similares a los de los coches convencionales lo que unido a que la red de carga está ampliamente extendida, hace que aumente su venta, algo que debería ocurrir ya en todos los países.

Una vez en el metro de camino al salto de esquí, Cris nos contó que en invierno mucha gente coge esta línea para tirarse en trineo por unas pistas gratuitas que acaban en la parada de Midtstuen, de manera que con el pase de transporte puedes subir una y otra vez y disfrutar de una tarde de diversión.

Tardamos unos 20 minutos en llegar a la parada de metro de Holmenkollen, desde donde hay que subir otros 10 - 15 minutos andando hasta donde se encuentra la rampa. Las vistas que se van teniendo de Oslo durante la subida son impresionantes. Un buen lugar desde el que disfrutar de ellas es el mirador del Restaurante Holmenkolen, que se encuentra a mitad de la subida y donde se estaba celebrando una boda cuando pasamos por allí, casualmente la misma que habíamos visto desde el autobús en la entrada de una iglesia de Oslo unas horas antes.





Nosotros continuamos subiendo hasta llegar al imponente salto de esquí, de 60 metros de altura, que alberga distintas competiciones, recibiendo más de un millón de visitantes al año. Esta rampa, que ha sido reformada en 14 ocasiones siendo hoy en día una de las más modernas del mundo, ha acogido los Campeonatos del Mundo en 3 ocasiones y algunas de las pruebas de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1952. Actualmente el complejo es sede también del Biatlón, una especialidad que combina tiro y esquí de fondo.




Recorrer los alrededores de la rampa es gratuito, pero si se quiere subir a la torre para disfrutar de las vistas sobre Oslo y su fiordo hay que pagar 120 NOK por persona (gratis con la Oslo Pass). La entrada incluye acceso al Museo de Esquí o Skimuseet, con una colección sobre los más de 4.000 años de historia de este deporte y con parte del equipo utilizado por Nansen y Amundsen en sus expediciones a los Polos Norte y Sur respectivamente. Está abierto todo el año, de 9 a 20 los meses de junio, julio y agosto, de 10 a 17 el mes de septiembre y hasta las 16 horas el resto del año.





En el nivel intermedio de la rampa se encuentra el Simulador de esquí, con el mismo horario que el Museo de Esquí y precio de 60 NOK (con descuento del 20 % con la Oslo Pass). Además, en verano ofrecen la posibilidad de bajar en tirolina desde lo más alto del salto por 590 NOK, de hecho lo estaban haciendo varios turistas cuando llegamos.













Nosotros con nuestro presupuesto de bajo coste descartamos las actividades y tras dar una vuelta por allí y hacer las fotos de rigor emprendimos el regreso hacia Oslo. Bajando encontramos las primeras casas con techos de turba del viaje y no pude evitar hacerles una foto, aunque en la zona de los fiordos se convertiría en algo habitual.





Cogimos de nuevo la línea 1 de metro ahora en dirección al centro de la ciudad, donde nos bajamos en la parada de Nationaltheatre para ir al muelle frente al ayuntamiento. Con el abono de transporte, además del bus, metro y tranvía, se pueden coger alguno de los ferrys que van a las islas del fiordo de Oslo y decidimos probar con uno de los que pasa por varias. De camino me acordé de hacer foto a otra de las curiosidades que nos llamó la atención de Oslo, los semáforos para peatones tienen 2 luces rojas en lugar de una.


Tuvimos un pequeño incidente con el barco, ya que al llegar vimos en los paneles informativos que podíamos coger dos líneas diferentes y ambas paraban en Hovedoya, una de las islas principales, por lo que cogimos el primer barco que vino con Hovedoya indicado en su panel superior. Sin embargo, se trataba de un barco de refuerzo que únicamente llegaba hasta allí y volvía, ya que en fines de semana se trata de una zona muy concurrida.





Así que, un poco decepcionados con lo corto del viaje, decidimos coger el siguiente que esta vez sí paraba en alguna isla más. El paseo es bastante tranquilo y con buen tiempo se puede disfrutar de las vistas de Oslo, el Radhuset, el Akershus Slott o incluso el Salto de Esquí de Holmenkollen que acabábamos de visitar y brillaba a lo lejos.









Como a las islas del fiordo, llenas de casitas de madera de distintos colores, sólo es posible llegar en barco, se veían decenas de pequeñas embarcaciones en sus muelles. También nos llamó la atención que había bastante gente junto a las orillas, en pequeñas playas la mayoría de piedra, bañándose o disfrutando simplemente de la buena tarde de sábado.




Lo único que nos quedaba de ver de lo planeado para ese día era la Fortaleza de Akershus o Akershus Festning, que se encuentra en una pequeña colina junto al muelle. El acceso es libre, con horario entre el 1 de mayo y el 30 de septiembre de 6 a 21 horas, y de hecho con buen tiempo hay mucha gente por allí descansando, comiendo o tomando el sol en el césped de los alrededores.

Esta es una de las zonas con más historia de la ciudad. Oslo ha sido arrasada por el fuego en varias ocasiones. Tras la de 1624, considerada la peor, el rey Christian IV decidió construir una nueva ciudad a la que llamó Christianía, nombre que aún perdura en muchos ámbitos de la vida noruega. Este proyecto se inició a los pies del castillo de Akershus hacia el oeste, en lugar de hacia el este como existía hasta entonces, adoptando una forma de cuadrícula que le dio el nombre de Kvadraturen (Cuadrángulo). Por desgracia, son pocos los edificios originales que se conservan, aunque aún alberga viejas plazas y pintorescos rincones.


Nosotros accedimos desde la plaza del ayuntamiento a través de unas escaleras y fuimos dando un paseo por la fortaleza, ya que el castillo, cuya construcción mandó iniciar el rey Haakon V en 1299, ya estaba cerrado a esa hora. Entramos a través de la Puerta de Sally, abierta en 1834 tras ser abandonadas las defensas exteriores de la fortaleza. En este enlace hay un mapa de la fortaleza con información de los distintos edificios.




Aunque el castillo se comenzó a construir en la Edad Media (finales del siglo XIII), durante el siglo XVI hubo un primer intento de modernización y se construyó la fortaleza exterior, tratando de convertirlo en un palacio renacentista. Vivió momentos históricos, como resistir al asedio del rey sueco Carlos XII en 1716. Sin embargo en el siglo XIX su papel defensivo cayó en desuso y se convirtió en centro administrativo de las fuerzas armadas, albergando en la actualidad edificios históricos, museos e instalaciones defensivas, siendo además la sede principal del Gobierno para actos oficiales.



El Museo de la Resistencia de Noruega o Norges Hjemmefrontmuseet, situado en un edificio del siglo XVII dentro de la fortaleza, proporciona una visión completa de los años de ocupación nazi, entre 1940 y 1945. La entrada es gratuita con el Oslo Pass o 50 NOK por persona sin él.



La fachada norte del edificio principal es una pared de piedra gris sin apenas orificios por estrategia defensiva. La única puerta existente es la que hoy en día hace las veces de entrada principal al castillo de Akershus con su guardia correspondiente, inaugurada en 1648. El castillo se puede visitar de 10 a 16 horas en verano (de 12 a 16 los domingos) y de 12 a 17 en invierno, y la entrada es gratuita con la Oslo Pass y 70 NOK sin ella.



Nosotros continuamos bordeando el edificio por su derecha para llegar a su parte posterior, encontrando una de las zonas más bonitas de la fortaleza, donde antiguamente se encontraban los establos.

Allí observamos por un lado la fachada trasera del ala sur del edificio, que ha sufrido varias modificaciones con el paso de los siglos, llegando a albergar hasta una capilla y en la actualidad usada por el Gobierno para recepciones oficiales. Junto a ella se encuentra el Mausoleo Real, donde descansan los restos de varios reyes noruegos. Por otra parte, en el lateral derecho vemos la Torre de la Vírgen del siglo XIV, a través de la que se accedía al castillo en época medieval, siendo entonces más alta y profunda de lo que es en la actualidad. Y por último, la pequeña casa roja, un antiguo pozo que estaba conectado con el estanque exterior.





En esta zona encontramos también una batería de cañones y otra torre, conocida como la Torre de Munk, ya que fue ese gobernador el que mandó demoler la que existía y construir esta, levantada en 1559 y que se utilizaba para las armas y como puerta de entrada, tal y como aún se aprecia en la actualidad.
















Desde este punto se tienen buenas vistas del fiordo de Oslo y las islas cercanas a la ciudad, que habíamos recorrido con el ferry un rato antes, aunque las abundantes nubes que iban llegando y el Sol poniéndose lo complicaban un poco.



Si se sigue bordeando el castillo llegamos hasta el Estanque de Munk, originariamente de carácter natural pero que adquirió su forma actual probablemente en el siglo XVIII. El Castillo medieval estaba bien protegido mediante muros exteriores de 3 metros de grosor y al menos 8 de altura. Además, entre estos muros y el propio castillo había un foso seco que hacía que cualquiera que los atravesara quedara a merced de los guardias distribuidos por las torres y edificios próximos.



El siguiente edificio albergaba las barracas. En los inicios del castillo se cree que hubo una huerta en esta zona gracias a antiguas imágenes, pero en el siglo XVIII se construyó el edificio actual de carácter militar y fue usado como celdas para prisioneros durante varias décadas.



Finalmente pasamos junto a un escenario al lado del Estanque de las carpas, parte de un estanque mayor dividido en dos a finales del siglo XVI y en el que podemos ver carpas en verano. Junto al estanque se encuentra también el Centro de visitantes, con acceso gratuito de 10 a 17 horas y que presenta exposiciones sobre la historia de la fortaleza y donde es posible contratar visitas guiadas en grupo por 50 NOK por persona.



Fuimos saliendo del recinto admirando el resto de edificios antiguos. El que se ve a la izquierda de la foto por ejemplo recibe el nombre de Hoymagasinet, data de 1845 y en sus orígenes fue un pajar. En la actualidad en cambio alberga exposiciones, concierto u otras actividades.



A pocos metros de la Fortaleza se encuentra la antigua plaza de Christiania Torv, si bien el nombre es reciente, de mediados del siglo pasado, en honor al anterior nombre de la ciudad. Fue la primera plaza de mercado de la ciudad y aunque aun la atraviesan vehículos hay varias cafeterías en las que disfrutar del lugar. En el centro de la plaza se instaló en 1997 la curiosa fuente "El guante de Christian IV" del artista Wenche Gulbransen. En los alrededores hay varios edificios históricos, como el primer ayuntamiento de 1641 o el Hospital Militar, el edificio más antiguo de la ciudad y sede de la Asociación de Artistas de Oslo.



Como se iba acercando la hora de cenar (en Noruega como en otros países del norte de Europa se cena antes que en España) nos dirigimos al Ett Glass, un restaurante que conocía Cris cerca de Karl Johans Gate. Por el camino seguimos disfrutando de los elegantes edificios que abundan en esta parte de la ciudad y que en la actualidad albergan en su mayoría tiendas y cafeterías.



Entre ellos destaca imponente el Grand Hotel de Oslo, fundado en 1874 y aun hoy parada de la Guardia Real en su camino al Palacio Real.


Cenamos muy bien, yo pedí el plato de la semana, lomo de cerdo en salsa con patatas y verduras y Cris y José sendas hamburguesas con patatas de boniato que estaban muy ricas aunque algo picantes. De precio lo habitual en Noruega, por encima de la media, José y yo pagamos unos 48 euros por nuestros dos platos y los refrescos, pero el sitio estaba muy bien y es de los más baratos si no se quiere recurrir a la comida rápida.

Después de cenar pasamos de camino a casa de nuevo junto a la Domkirke, esta vez anocheciendo.




Como al día siguiente era domingo y la mayoría de supermercados estaban cerrados, decidimos parar a hacer unas compras para el viaje a los fiordos de esa semana. Nos sorprendió mucho que en Noruega no suelen consumir pan como el que comemos aquí o las clásicas baguettes francesas, sino que recurren a una especie de pan de molde de una pieza que puede cortar uno mismo en rebanadas en una máquina disponible en todos los supermercados.




Para acabar el día fuimos a tomar algo a un pub cercano al río Akerselva en la zona de moda de Grünerlokka, reafirmando lo caro que es en Noruega la vida nocturna y en especial el alcohol, con precios entre los 8 y 10 € por una pinta de cerveza.