Nuestro último día en Islandia amaneció como el día anterior, cielo cubierto, lluvia a ratos y algo de frío. Eso, añadido al hecho de que se acercaba el momento de despedirse del país y concluir el viaje, hizo que nuestro ánimo no estuviese precisamente por las nubes, pero nos propusimos disfrutar de las últimas horas al máximo posible.
A mí personalmente me suele ocurrir que a medida que se acerca el final de un viaje tengo sentimientos encontrados: por un lado no quiero que se acabe porque me encanta viajar y seguir descubriendo lugares y experiencias, pero por otro, sabiendo que por desgracia hay una fecha de vuelta, a medida que ésta se acerca quiero teletransportarme y estar ya en casa de vuelta a la rutina, sin pasar por lo que para mí son sin duda los peores momentos: las despedidas, el viaje de vuelta, deshacer maletas, coger el ritmo de nuevo...
Pero este día aun nos quedaba mucho por hacer así que nos pusimos en marcha. La noche no había estado despejada en ningún momento por lo que no habíamos podido cumplir nuestro objetivo de hacer la famosa foto de Kirkjufell bajo una aurora, soñada por todo apasionado de la fotografía que viaja a Islandia. Hubo que conformarse con verlo de día y dimos un paseo por la zona para llegar hasta la cascada Grundarfoss que se encuentra a sus pies.
Hasta ella se puede acceder andando desde la carretera por un camino de tierra, que ese día tras la lluvia que había caído estaba un poco embarrado.
Desde allí se puede ver al fondo el pueblo de Grundarfjörður y los macizos montañosos que lo rodean.
Gracias a un estrecho sendero es posible acercarse hasta los pies de la cascada, lo que permite ver la puntiaguda Kirkjufell, de 463 metros de altura, desde otra perspectiva. Este monte es el más fotografiado de Islandia por su característica forma piramidal y su situación aislada junto al mar. Según nuestra guía de Islandia es posible escalar hasta su cima, donde se pueden encontrar fósiles de aves y peces, pero se recomienda ir acompañado de un guía que conozca la zona.
Nos despedimos de este lugar mágico echando un último vistazo a Grundarfoss y continuamos viaje para terminar con la vuelta completa alrededor de la península de Snaefellsness.
Nuestro primer destino del día era Stykkishólmur, al que se llega siguiendo por la carretera 54 y luego la 58, atravesando el campo de lava Bersekjahraun. A medio camino se puede visitar la granja Bjarnarhöfn, que aloja un museo sobre la pesca y tratamiento del tiburón y donde es posible probarlo curado al modo islandés.
Stykkishólmur era una antigua aldea pesquera como las del resto de la zona que ha evolucionando hasta convertirse en la ciudad más importante de toda la península. Se la conoce como "la villa danesa" por la influencia de los comerciantes de ese país en la vida de la zona en siglos pasados, conmemorándose anualmente con el festival "Días daneses" en agosto. Aquí se encuentran la Biblioteca del Agua y el Norska Húsid o Casa Noruega, de 1832 y que alberga el Museo Etnológico de la península. Nosotros ese día queríamos acercarnos a la cascada de Glymur (aunque dudábamos de poder acceder a ella con el mal tiempo que hacía) y dedicar la tarde a ver Reykjavík, por lo que no disponíamos de mucho tiempo y sólo nos acercamos a ver la iglesia de 1975 situada en un promontorio y digna de cualquiera de las películas de La Guerra de las Galaxias.
Unos 6 kilómetros antes de llegar a Stykkishólmur se encuentra la colina de Helgafell, de apenas 75 metros de altitud pero que permite disfrutar de buenas vistas de la bahía de Breiðafjördur. El día tan desapacible con fuerte viento y lluvia no permitía disfrutar demasiado de ellas por desgracia. A sus pies hay mesas de picnic y baños por 100 ISK.
Desde tiempos del primer colono de la zona, que construyó un templo dedicado al dios Thor, Helgafell se ha considerado una montaña sagrada. Según la tradición local, quien suba por primera vez a su cima sin mirar atrás y en silencio puede pedir un deseo. Para que se cumpla debe ser un deseo benévolo, pedirse mirando hacia el Este y no se puede contar a nadie. Jose con el día que hacía no se animó pero yo no quise dejar pasar la oportunidad por si había suerte y se cumplía la tradición.
Con esto dimos por finalizado nuestro recorrido por la península de Snaefellsness y pusimos rumbo a Glymur, a unas 2 horas de distancia. Para llegar hasta allí retrocedimos sobre nuestros pasos y cogimos la carretera 56 que permite cruzar la península y enlazar con la 54 que nos lleva hasta Borgarnes. Allí se coge de nuevo la Ring Road, hasta el desvío con la 47 que se adentra en el fiordo de Hvalfjördur.
De camino, el tiempo, que continuaba desapacible, nos dejaba bellas imágenes como éstas de las nubes enganchadas a la montaña.
El fiordo Hvalfjördur, o fiordo de la ballena, es estrecho y alargado, de unos 30 kilómetros de profundidad, y se tarda en recorrer unos 45 minutos. En él se encuentra la única estación de caza de ballenas de Islandia que queda en la actualidad. No resulta demasiado espectacular, al menos con un día como el que nos hacía a nosotros y más después de haber visto otros mucho más bonitos. En este hay incluso una fábrica bastante grande que no embellece mucho el paisaje que digamos, aunque seguro que adentrándose a pie alejándose de la carretera se encuentran lugares que merecen mucho la pena.
Justo al fondo del fiordo sale la pista que hay que coger para llegar a Glymur, los primeros metros están asfaltados y luego son de gravilla hasta llegar a un parking donde se puede dejar el coche y comenzar la ruta de unos 8 km ida y vuelta. Nosotros no llegamos a entrar ya que seguía lloviendo, había mala visibilidad y por lo que habíamos leído se trata de una ruta con algún paso un poco delicado (ruta 46 1ª edición guía Rother) por lo que no es recomendable hacerlo en días así, que todo está mucho más resbaladizo. Nos hubiese gustado mucho hacerla ya que se trata de la cascada más alta de Islandia, con 198 metros de caída, por lo que nos lo apuntamos para una próxima visita.
Lo que si encontramos fue un rincón muy chulo una vez pasado el desvío a Glymur, llamado Fossárrétt. Se trata de una pequeña cascada a la entrada de un cañón que es posible recorrer a pie.
Aprovechamos para estirar un poco las piernas mientras hacíamos alguna foto disfrutando del curso del río. Como el tiempo no acompañaba enseguida volvimos al coche y pusimos rumbo a Reykjavík.
Algo más de media hora después abandonábamos la carretera 1 para entrar en Reykjavík, cogiendo la 49 y luego la 41 en dirección al puerto. La ciudad, cuyo nombre significa "bahía humeante" por el vapor que salía de las grietas de la zona, tiene como origen la granja construida por Ingólfur Arnarson en 874, delante de donde ahora se encuentra la iglesia luterana Domkirkja. En la actualidad engloba a dos tercios de la población de todo el país y es su centro neurálgico, pese a lo cual es una ciudad bastante tranquila, con mayoría de edificios bajos, mezclando vanguardia y tradición y con muchas influencias internacionales.
Como ya teníamos algo de hambre decidimos buscar el famoso puesto de Pylsur Baejarins Beztu, donde dicen se comen los mejores perritos del país por tan sólo 2,5 €. Se supone que se encuentra en la zona del puerto pero con el coche era casi imposible encontrarlo y tampoco estaba demasiado fácil lo de aparcar así que buscando en internet descubrimos su web y tienen otros puestos por la ciudad, varios de ellos en centros comerciales. Nos pareció la mejor opción ya que solucionábamos lo de aparcar y podíamos comer sin mojarnos en un lugar calentito por lo que pusimos rumbo al más cercano.
La verdad es que los perritos estaban muy buenos y comimos los 2 más una bebida por 7,70 €. La única pega es que no son muy grandes y te quedas con ganas de más.
Una vez tuvimos el estómago lleno nos preparamos para nuestra tarde de paseo por Reykjavík, lo que implicaba coger abrigos, paraguas, bufanda... porque el tiempo no sólo no mejoraba sino que a ratos iba a peor.
Primero hicimos una parada rápida en Sólfar o barca solar, también conocida como el viajero solar, que habíamos visto antes de comer y nos pillaba de paso. Se asemeja a un barco vikingo y se construyó como conmemoración del 200 aniversario de la ciudad.
Tras esto lo que tocaba era buscar dónde aparcar. Por lo que fuimos descubriendo, los aparcamientos en Reykjavík en superficie (también hay los típicos de pago subterráneos) se dividen en varias categorías P1 (zona roja), P2 (zona azul), P3 (zona verde) y P4 (zona amarilla), aumentando con el número la distancia al centro y por tanto disminuyendo en precio. En esta web podéis encontrar más información al respecto bastante bien explicada.
Nosotros aparcamos en Skúlagata, una calle paralela a la carretera 49 junto al mar. Allí había bastantes sitios en una zona P3 y está bastante cerca del centro. Pagamos en monedas por el tiempo que quedaba hasta acabarse el horario de pago y así estábamos descuidados para volver a la hora que quisiéramos sin coste extra. Algunos parking cubiertos son más baratos las primeras horas pero si no sabes cuánto vas a estar al final puede acabar saliendo bastante más caro.
Entrar a ella es gratis pero si se quiere subir a su torre en el ascensor para ver las vistas de la ciudad hay que pagar 600 ISK. El horario es de 9 a 17 h todos los días. Su interior es diáfano y con mucha luz, y destaca sobremanera el gran órgano con 5275 tubos que tuvimos la suerte de escuchar ya que cuando entramos estaban ensayando. Resulta impresionante el sonido que produce en un lugar tan espacioso.
Frente a la catedral hay una gran plaza presidida por una estatua de Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, probablemente el vikingo más famoso de todos los tiempos y que se cree fue el primer europeo en llegar a América, 500 años antes que Cristóbal Colón.
La calle Laugavegur desemboca en la Bankstraeti que a su vez finaliza en un gran cruce de calles. En uno de los vértices se encuentra Stjórnarraðið, oficina del primer ministro islandés y que originariamente fue concebida como un calabozo.
Al fondo del cruce en dirección al mar se encuentra Harpa, edificio entero acristalado que alberga la ópera y se utiliza como palacio de congresos.
Al otro lado del cruce se encuentra la placita de Laekjartorg, con varias mesas de madera y una especie de pequeño kiosko de color blanco en su parte central.
Poco después tuvo lugar uno de los incidentes del viaje, al quedarme encerrada en uno de los baños públicos cercanos. En lugar de tener un botón para salir si acabas antes del tiempo máximo no había nada, las pocas indicaciones que había estaban en islandés y la palanca de la puerta parecía no funcionar. Tras unos minutos un poco angustiosos conseguí salir y quedó todo en un susto, aunque ya me veía montando el espectáculo saliendo de allí socorrida por la policía...
Desde allí seguimos nuestro recorrido por la ciudad en dirección al lago Tjörnin, junto al que se encuentran algunos de los edificios principales de la capital como este, actualmente residencia universitaria pero que acogió el parlamento islandés los primeros años tras su traslado de Þingvellir a Reykjavík.
Los alrededores del lago son una zona super tranquila para pasear. Hasta en un día tan poco agradable como el que tuvimos nosotros tenía un encanto especial. Cuenta además con una fuente y varias estatuas dentro del agua, sobre los que revolotean decenas de aves.
En el extremo Suroeste del lago se encuentran el Museo Nacional (Þjóðminjasafnið), la Biblioteca Nacional y la Universidad de Islandia.
En la orilla Este se encuentran la Galería Nacional de Islandia y Fríkirkjan í Reykjavík, una pequeña iglesia blanca construida a principios del siglo XX.
Las casas de madera de colores son una de las señas de identidad del país y en la capital también se pueden encontrar, albergando muchas de ellas restaurantes o cafeterías como este junto a la plaza Ingólfstorg.
Cerca de allí, en el número 10 de la calle Aðalstraeti, se encuentra el edificio más antiguo de la ciudad, de 1752. Y unos metros más adelante se encuentra la plaza Austurvöllur, lugar muy frecuentado en verano para hacer picnics o conciertos. En el centro hay una estatua de Jón Sigurðsson que lideró la lucha por la independencia del país. Y frente a ella se encuentra la sede del Parlamento islandés o Alþingishús, uno de los edificios de piedra más antiguos del país y que acoge al parlamento desde 1885, aunque su color tan oscuro por la piedra basáltica en días como ese no resultaba precisamente alegre...
Aún no había anochecido y teníamos varias horas por delante hasta tener que ir al aeropuerto, ya que nuestro vuelo no salía hasta la 1:30 de la madrugada, por lo que buscamos opciones para hacer tiempo hasta entonces.
Primero nos acercamos hasta Perlan, en lo alto de la colina Öskjuhlið junto al aeropuerto doméstico de Reykjavík, a donde se puede llegar andando desde el centro en unos 30 minutos o con el autobús 18 en caso de no tener coche. Se trata de un edificio moderno usado en su base como tanque de almacenamiento de agua caliente para toda la ciudad y que tiene en su parte superior una cúpula de cristal desde donde se tienen buenas vistas de Reykjavík. El acceso es gratuito pero en su interior hay, además de un centro cultural que ofrece exposiciones y conciertos, un restaurante giratorio que parecía bastante caro por lo que nosotros, entre eso y que con el día que hacía no íbamos a poder ver mucho, dimos un paseo por fuera y enseguida nos marchamos.
Aún no había anochecido y vimos en la guía que a unos 10 minutos al sur de Reykjavík había un antiguo pueblo de pescadores llamado Hafnafjörður. Se encuentra entre un campo de lava y un puerto natural y una de sus atracciones es el "pueblo vikingo", un conjunto de casas construidas en 1841 que recrean el estilo de las casas vikingas, y entre las que hay un restaurante y un hotel. Nos pareció una buena idea parar a verlo de camino al aeropuerto pero al llegar allí llovía y tampoco pudimos disfrutarlo mucho.
El pueblo vikingo no es muy grande, son apenas 4 o 5 casas, pero resulta curioso y puede ser divertido, en especial para los niños. Junto a él hay un estanque sobre el que se refleja la pequeña iglesia blanca de tejado azul.
El pueblo no tenía mala pinta y cuenta con otros atractivos como el parque Hellisgerði, con el jardín de bonsais más al norte del mundo y el acantilado Hamarinn, donde supuestamente habitan los elfos. Pero ya estaba anocheciendo y cada vez llovía más por lo que pusimos rumbo al aeropuerto.
Primero teníamos que devolver la furgoneta en la nave donde nos la habían entregado yendo hacia Keflavík desde el aeropuerto y como había que devolverla con el depósito lleno fuimos hasta el pueblo para echar gasolina. La última gasolinera yendo desde Reykjavík al aeropuerto por la carretera 41 está unos 4 kilómetros antes de llegar a éste, por lo que hay que estar atento si se quiere repostar ahí para no pasarse la salida. Nosotros nos aceramos hasta Keflavík y aprovechamos para organizar como pudimos las maletas bajo la lluvia. De allí fuimos a devolver el coche a Faircar y nos acercaron al aeropuerto, donde cenamos parte de la comida que nos había sobrado, entregamos la documentación para que nos devolvieran los impuestos de las compras de souvenirs y estuvimos descansando hasta coger el avión, que a diferencia del de la ida éste se retrasó casi una hora. La terminal es bastante grande y tiene varias tiendas y cafeterías, aunque como es lógico todas iban cerrando a medida que se acercaba la medianoche.
Finalmente cogimos el avión que iba bastante lleno, coincidiendo con varias de las personas con las que habíamos volado en el viaje de ida. Cerca de las 9 de la mañana y sin apenas haber pegado ojo llegamos a Barcelona con el tiempo suficiente para coger el avión a Menorca, y aunque estábamos un poco tristes por acabar la aventura a la vez nos sentíamos muy emocionados por haber visto tantos lugares increíbles y vivido tantas experiencias maravillosas y con muchas ganas de volver a viajar, a este u otros nuevos destinos.
Un viaje increíble, no se podría haber contado mejor, no sé si me gustan más todos estos artículos o saber que el próximo viaje juntos a Islandia será todavía mejor.Te lo has currado sobremanera pequeña, tendré que sorprenderte pronto con algún otro viaje para que no pares de escribir más posts de éstos, que seguro ayudarán a muchos en sus viajes y a mí me hacen revivir algunos de los mejores momentos de mi vida ;)
ResponderEliminarGracias peque!!! Me has puesto colorada y todo!!! Aunque no seas el más objetivo del mundo me encanta que te gusten los artículos y que te sirvan para revivir tantos momentos increíbles, con eso y con que sirvan a alguien aunque sea un poquín ya me doy por más que satisfecha :D y claro que habrá muchos más, el blog no ha hecho más que empezar así que habrá que ir haciendo las maletas para el próximo viaje ;)
EliminarHola muy buenas!
ResponderEliminarMuchas gracias por el artículo, me ha encantado. Tengo previsto volver a Islandia este año nuevamente, y conocer por fin Kirkjufell y la cascada Grundarfoss, que por una cosa o por otra siempre se quedan fuera... quizás por estar ahí en el oeste tan apartado y no seducirme demasiado lo de alrededor...
La pregunta es...¿Cuánto se tarda desde Reykjavik a Kirkjufell? Cogiendo el tunel subterraneo, claro. La idea es volver del sur, hacer noche en Reykjavik, y el último día antes de marcharnos (volvemos en vuelo nocturno de esos del horror, pero low cost),amanecer, ir hasta Kirkjufell y volver? Merece la pena o mucha matada??
Muchas gracias ;)
H
Hola H!
EliminarMe alegro que te haya gustado el artículo. No sabes la envidia que me das volviendo a Islandia jeje
La verdad es que Kirkjufell es un lugar especial pero tienes razón en que pilla un poco a desmano y es difícil encajarla en el puzle del viaje. Desde Reykjavík por el túnel creo que se tardan 2 horas y media hasta allí, para la vuelta tendrías algo más si tienes que ir hasta el aeropuerto de Keflavík, así que en total serían casi 6 horas de coche. No se si merece la pena, a mi me gustó pero reconozco que son muchas horas sólo para ver eso. También depende de la idea que lleves y el tiempo que haga. Si hiciera bueno y os apeteciera pasar el día por la península o ver algo de camino lo aprovecharías más, pero si vas a ir sólo para eso o haciendo mal tiempo igual no merece la pena, y más siendo a mediodía, las mejores vistas son al amanecer o al atardecer, o de noche con una aurora de fondo claro jejej
No sé si te soy de mucha ayuda, si tienes la espinita clavada yo iría por no quedarme con las ganas, pero tampoco quiero animarte muchisimo y que luego te defraude...
Un saludo,
Cristina