Nuestro viaje a Roma comenzó con un pequeño susto, ya que cuando nos encontrábamos en el aeropuerto de Valencia en la fila para embarcar, descubrimos (ya que nadie nos informó) que el vuelo estaba retrasado. Teníamos prevista la salida a las 10:30 y finalmente salimos sobre las 12, aunque por lo demás todo fue bastante bien.
Una vez en el aeropuerto de Ciampino, como habíamos comprado los billetes de autobús por internet de Terravisión para la hora a la que pensábamos llegar y nos habíamos retrasado, teníamos dudas de si nos los aceptarían. Pregunté en el avión porque creo que antes Ryanair trabajaba con Terravisión, pero ahora lo hacen con otra compañía. Por suerte no hubo ningún problema, de hecho ni nos miraron los billetes. El funcionamiento de Terravisión en Roma no tiene que ver con el de otros sitios como Londres, ya que aquí, como muchas otras cosas, es algo caótico y hay que estar atento para no quedarse fuera, en especial para la vuelta desde Termini a donde conviene ir con tiempo.
El aeropuerto de Ciampino no es muy grande y la salida hacia los autobuses está bien señalizada. Todos ellos se sitúan en una zona de aparcamiento en uno de los laterales de la terminal. En nuestro caso, al llegar a la parada no estaba el autobús y tuvimos que esperar. Suele haber una persona de Terravisión con un chaleco reflectante que repite a quién le pregunta que hay que esperar haciendo fila. Tanto si has comprado el billete por internet, allí, para esa hora o para otra, la fila es la misma, así que conviene estar rápidos. Una vez llegó el autobús fuimos metiendo las maletas y entregando los billetes que apenas miraban hasta que el bus se llenó y pusimos rumbo a Roma.
La conducción en Roma realmente merece un capítulo aparte. Yo de Italia sólo conocía Florencia y Génova y fue hace varios años, pero no recuerdo haber tenido esa sensación de estrés respecto al tráfico como sucede en Roma. Tanto dentro del autobús como después como peatones los sustos son continuos y las pitadas entre conductores también. La impresión que da es que cada uno va a lo suyo y las normas están para saltárselas. Además en nuestro caso el autobús era viejísimo y se apagaba el motor cuando paraba en algún semáforo, lo que no añadía mucha seguridad. Con decir que la ventana del techo estaba sujeta con botellas de agua... Eso sí, aire no nos faltó, en nuestros asientos el panel superior estaba colgando, así que salía bastante como para sobrellevar mejor el calor.
Desde el aeropuerto de Valencia, al conocer el retraso del vuelo, habíamos enviado un e-mail a Marco, el dueño del apartamento que habíamos alquilado, para informarle de la situación y quedar algo más tarde. Tras el vuelo de un par de horas y el autobús de unos 45 minutos llegamos a Termini sobre las 15:15. De ahí al apartamento eran unos 10 minutos y nada más mandarle un sms para avisarle que estábamos en el portal bajó a recogernos. El piso era un 5º con ascensor y por dentro estaba muy bien, limpio, ordenado y bastante grande (ver Roma: Introducción y datos útiles). Marco nos explicó lo necesario sobre el piso y tras dejar las maletas salimos a dar nuestro primer paseo con Roma, con objetivo prioritario comer algo, ya que con el retraso se nos había hecho tarde y ya teníamos bastante hambre.
Nuestra idea era dar un paseo por la parte sur de la ciudad, ya que era la que quedaba algo más alejada del centro y la mayoría de lugares de interés y probablemente no tendríamos tiempo de verla en los 2 días que estaríamos allí. En el mapa se puede ver de forma aproximada el recorrido que hicimos esa tarde.
A unos pocos pasos del apartamento estaba la basílica de Santa María Maggiore, la única de las cuatro patriarcales de Roma dedicada a la Virgen María. A este barrio se le conoce como el Esquilino, de donde toma el nombre la plaza situada en la parte trasera de la iglesia, por donde llegamos a ella.
Allí encontramos uno de los obeliscos egipcios que hay en Roma, procedente del mausoleo de Augusto. Hay además un pequeño mercadillo donde venden golosinas, ropa, joyas y recuerdos turísticos.
La basílica se puede visitar a diario gratuitamente de 7 a 19 horas, pero como pensábamos dedicarla el poco tiempo que teníamos el último día antes de irnos por estar tan cerca del apartamento, seguimos camino buscando un sitio donde comer. La rodeamos hasta alcanzar su fachada frontal, bastante animada a esas horas del día.
Continuamos por la vía Merulana, una larga avenida que conduce hasta otra de las basílicas patriarcales de Roma, San Giovanni in Laterano o San Juan de Letrán. Pero antes teníamos que llenar nuestros estómagos. Mientras íbamos mirando sitios donde comer algo, pasamos junto al Santuario della Madonna del Perpetuo Soccorso. Al ser de las primeras iglesias que veíamos aun nos llamaba la atención, pero con la infinidad de ellas que hay en Roma, aunque empiezas haciendo fotos con ilusión lo tienes que acabar dejando si no quieres morir en el intento...
No queríamos entretenernos mucho tiempo con la comida para aprovechar el rato que teníamos hasta las 8, hora a la que teníamos que estar de vuelta en Termini para recoger a mi madre y mi tía, pero al final el sitio que más nos convenció de los muchos que había fue la pizzeria La Cuccuma, un local haciendo esquina con buffet y pizzas. Sino recuerdo mal pagamos 15 euros entre los dos por un menú para José de pasta y pollo y una porción de focaccia para mi, más las bebidas. La comida estaba bien sin ser ninguna maravilla pero como además tenía wifi, comimos tranquilamente y disfrutamos bastante de nuestra primera comida romana.
Una vez repuestas las fuerzas nos dirigimos a nuestro siguiente objetivo, San Giovanni in Laterano. La vía Merulana desemboca en la plaza del mismo nombre, un gran cruce lleno de vehículos que hay que atravesar y cuyo elemento principal es el mayor obelisco que queda en pie en Roma, procedente del tempo de Amón en Karnak.
No teníamos muy claro donde estaba el acceso a la basílica, así que, dentro de nuestra incultura en temas eclesiásticos, primero nos acercamos al pequeño edificio de planta octogonal situado en la esquina derecha de la plaza. Resultó ser el baptisterio de la básilica, construido en el siglo V y donde se administraba el bautismo por inmersión en una pequeña piscina. De hecho en ese momento estaba celebrándose uno, aunque había también varios turistas. Nosotros hicimos un par de fotos cerca de la puerta y nos marchamos para no molestar, aunque resulta impactante un lugar tan pequeño lo que puede albergar.
La entrada principal a la basílica se encuentra en el lateral izquierdo de la plaza, hacia el este, junto al palacio Laterano. Su fachada es impresionante, la habíamos visto desde el autobús que nos llevaba a Termini como un gran pórtico sin saber aún lo que era y nos había llamado la atención. Sus puertas de bronce del siglo XVIII procedentes de la Curia en el Foro Romano son originales.
La entrada es gratuita y está abierta todos los días de 7 a 18:30. Se trata de la primera basílica cristiana y catedral de la diócesis de Roma, cuyo obispo es el Papa. Por ello, al albergar el altar papal, tiene una importancia espiritual mayor aún que la de San Pedro del Vaticano.
Su interior es espectacular, en nuestro caso al ser la primera a la que entrábamos nos impactó aún más, su majestuosidad, los años que lleva en pie y la cantidad de dinero ahí invertido. En esta basílica el artesonado de madera y oro es de 1567.
Frente a la puerta principal de la básilica hay otro pequeño edificio muy visitado ya que alberga la Scala Santa, los 28 escalones que se cree Cristo ascendió para entrar en la casa de Poncio Pilatos, y que fueron una de las primeras reliquias sagradas que se trajeron a Roma.
Está abierto todos los días con horario similar al de la basílica (aunque cierra al mediodía) y el acceso es gratuito. Choca ver como aún hoy en día muchos devotos las suben de rodillas.
Una de las cosas que nos llamaron la atención de la ciudad son sus semáforos, cuyo foco de luz roja es casi el doble de grande que el resto, aunque esto no evita por desgracia que cruzar las calles en ocasiones implique jugarse la vida... De hecho en las 3 horas que llevábamos en Roma ya habíamos visto un accidente de moto y varios que a punto habían estado de serlo...
Continuamos nuestro paseo en dirección a las Termas de Caracalla por la avenida del Amba Aradam, el calor apretaba por lo que íbamos todo el rato buscando la sombra. Por el camino íbamos encontrándonos con vestigios de épocas antiguas por todas partes, algo habitual en Roma.
Al llegar a la zona de las Termas nos encontramos que el acceso a ellas estaba por el lado contrario a donde habíamos llegado así que las rodeamos para llegar allí. Sin embargo lo que veíamos por fuera no nos entusiasmaba mucho, se veían las ruinas de grandes muros, lo que unido a que había que pagar y que José no se encontraba muy bien por la alergia y el cansancio acumulado hizo que nos lo pensáramos mejor y decidiésemos seguir con el paseo tranquilamente.
La entrada a las Termas son 6 euros, tiene una validez de 7 días e incluye el acceso a la Villa dei Quintili y al Mausoleo di Cecilia Metella, aunque nosotros no íbamos a poder aprovecharlo al estar pocos días. Los horarios varían según la época del año, conviene visitar su página web donde también se pueden comprar las entradas por anticipado, aunque no suele haber aglomeraciones de gente, al menos cuando estuvimos nosotros no había nada de cola.
Pusimos rumbo entonces hacia Termini, para recoger a mi madre y mi tía, y mirando el mapa vimos que nos venía de paso el Coliseo así que no nos pudimos resistir y para allá que fuimos. Es uno de los lugares más emblemáticos del mundo, por lo que hace especial ilusión verlo por primera vez.
Para llegar hasta él recorrimos dos grandes avenidas, Viale delle Terme di Caracalla, con varios carriles para coches flanqueados por árboles y un parque en uno de sus lados, y Vía S. Gregorio, que pasa por debajo de la colina del Palatino, atravesando los restos de un antiguo acueducto, y desemboca en el Arco de Constantino.
El Arco di Constantino construido en el año 315 por el emperador Constantino I el Grande, fue el último gran arco triunfal que se construyó en el Foro romano, justo antes de trasladarse el poder político a Bizancio, actual Estambul, y llamada entonces Constantinopla. Este cambio de capitalidad, consecuencia de la fragmentación del Imperio, su falta de recursos y la diversidad política y religiosa, aceleró la decadencia de Roma que un tiempo después fue saqueada por los bárbaros.
Y a la derecha del arco de Constantino ahí lo teníamos, el archifamoso Coliseo romano. He de decir que mi primera impresión fue un poco de decepción, ya que desde donde íbamos la calle ascendía ligeramente y al estar viendo además la cara de menor altura (ya que en esa parte le falta la fachada exterior) me pareció bastante más pequeño de lo que esperaba. Sin embargo, al acercarnos más, rodearlo y por supuesto al visitar su interior, esta impresión cambia completamente, resultando realmente impresionante.
Estuvimos por allí una media hora rodeándolo y haciendo fotos desde distintos ángulos ya que con la luz que había estaba espectacular, aunque como teníamos entradas para verlo dos días después no nos entretuvimos demasiado.
Había bastante movimiento de gente pero no resultaba para nada agobiante. Lo que si resultaba un poco pesado (y más que lo sería durante el resto del viaje) eran los incansables vendedores ambulantes de palo-selfies, baterías y demás gadgets, que te insistían constantemente para que les comprases algo...
De allí, a través de las escaleras que hay dentro de la estación de metro del Coliseo para no tener que dar toda la vuelta que hace la calle, continuamos rumbo a Termini con intención de pasar por la Basílica de San Pietro in Vincoli. De camino paramos a comprar un helado en una pequeña cafetería que hacía esquina, ya que teníamos ganas de probarlos y el calor llevaba apretando todo el día, y lo comimos tranquilamente en las escaleras de la plaza de la basílica. Cuando llegamos estaban cerrando, y aunque su exterior no resulta nada llamativo, al menos al atardecer tiene un encanto especial. Junto a ella se encuentra la facultad de ingeniería de la Universidad romana de Sapienza.
Además, para acceder desde allí a la Vía Cavour, encontramos un curioso pasadizo digno de la Italia de hace varios siglos secreta y misteriosa.
Bajamos por el pasadizo hasta la vía Cavour, una calle principal con bastante tráfico y ruido y decidimos seguir por la paralela vía Urbana. Esta calle es todo lo contrario a la anterior, semipeatonal, llena de pequeñas tiendas, bares y restaurantes, con bastante ambiente sobre todo al atardecer pero mucho más tranquila. La recorrimos hasta el final, pasando junto a la pequeña Basílica de Santa Pudenziana, de entrada gratuita y abierta hasta las 18 horas. Para acceder a ella hay que bajar unas escaleras ya que se encuentra situada al nivel original de la calle. Según cuenta la leyenda, está dedicada a una de las hijas del senador romano Pudente, quien acogió a San Pedro en su casa y éste les convirtió al cristianismo. La iglesia dedicada a su otra hija, la Basílica di Santa Prassede, está cerca de aquí, en una pequeña callejuela junto a Santa María Maggiore.
Continuamos hacia Termini por la vía del Viminale, pasando junto al Teatro Nazionale y el Teatro dell'Opera.
Tras recoger a mi madre y mi tía, que llegaban como nosotros en Terravisión a Termini, compramos algunas cosas en un supermercado Despar que hay dentro de la estación y fuimos al apartamento a dejarlo todo. Como ya eran casi las 9 salimos en busca de un lugar donde cenar por allí cerca. Habíamos visto varios restaurantes que no tenían mala pinta en la vía Urbana así que nos dirigimos hacia allí. Pero por desgracia la mayoría estaban llenos y al final entramos en uno bastante normalito, Non c'è trippa pe gatti. La carta era bastante variada y no fue demasiado caro, 51 € los cuatro, aunque en su interior hacía bastante calor.
Para bajar la cena fuimos dando un paseo hasta el Coliseo, para verlo iluminado de noche. Seguía habiendo gente pero mucha menos que durante el día. Realmente merece la pena verlo también por la noche, es uno de los lugares de Roma al que no importa volver todas las veces que hagan falta.
Y junto a él, el Arco de Constantino...
Ya de vuelta hacia el apartamento pasamos junto a Santa María Maggiore, también espectacular de noche y a la que sobrevolaban multitud de pájaros lo que la daba un aspecto todavía más impresionante. Un gran final para nuestro primer día en la capital romana.
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