lunes, 16 de abril de 2018

Día 7 Viaje Alaska (04/09): Salida en barco al Columbia Glacier desde Valdez


El séptimo día del viaje lo íbamos a dedicar casi por completo a realizar un crucero por el Prince William Sound hasta el Columbia glacier. Habíamos comprado los billetes la tarde anterior y teníamos que estar en el embarcadero antes de las 10:30, por lo que no tuvimos que madrugar mucho, pudimos levantarnos tranquilamente y aprovechar algunos de los servicios del camping Bear Paw RV Park donde nos habíamos alojado, como las duchas y el vaciado de aguas negras para la caravana.



Como el crucero nos llevaría alrededor de 6 horas y debíamos dejar el camping antes de las 11:30, dejamos la caravana en la zona de aparcamiento del puerto y dimos un paseo por allí antes de dirigirnos al barco.



El centro del pueblo no tiene demasiado que ver y probablemente esta zona del puerto es la más interesante, el resto son calles con casas y locales comerciales. En cambio el paseo junto al mar es muy bonito, tanto por la zona del embarcadero como por el paisaje que lo rodea de montañas imponentes.


Y si encima encuentras un simpático vecino todavía mejor....





Al fondo del muelle están los puestos donde pesan y lavan el pescado y hay paneles con los ranking de las distintas competiciones, para saber quién pesca el pez de mayor tamaño, especialmente en salmón y halibut.


Aunque había amanecido lloviendo, aumentando nuestra preocupación por la salida en barco, un rato después paró y parecía que incluso se abrían algunos claros, lo que nos hizo animarnos y no perder la esperanza. Además con el cielo así y las nubes enganchadas en las montañas las vistas eran preciosas.


Antes de las 10:30 estábamos en el muelle de Stan Stephen cruises, junto a la oficina donde se compran los billetes, esperando para embarcar. Durante la espera incluso llegamos a ver alguna nutria que se zambullía a lo lejos.



En Valdez encontramos 2 compañías que realizan salidas por el Prince William Sound: Stan Stephen Cruises y Lu-Lu Belle. Nosotros escogimos la primera porque en internet Lu-Lu Belle sólo dejaba reservar hasta agosto, creemos que no hacen salidas en septiembre. La duración y el precio eran parecidas, únicamente cambia el barco que en Lu-Lu Belle es algo más pequeño.

En Stan Stephens ofrecen 2 destinos dentro del estuario, el Meares glacier o el Columbia glacier. El primero es algo más largo y caro, entorno a 8,5 horas y 165$, pero sólo está disponible entre junio y agosto, por lo que nosotros nos conformamos con el segundo, de 6 horas de duración, 132$/persona y con salidas diarias hasta el 16 de septiembre.



Un rato antes de las 11 comenzamos a subir al barco que tiene dos plantas. Los asientos, agrupados de 6 en 6 alrededor de mesas, no están asignados, aunque hay sitio en zona cubierta para todos. Aún así nosotros intentamos entrar de los primeros y buscar alguno en la planta de arriba junto a la ventana del lado derecho, ya que hacía frío por lo que probablemente pasaríamos tiempo dentro y desde ese lado lo veríamos todo mejor.



De hecho el tiempo al salir era bastante desapacible, aún chispeaba y el aire era muy frío. Realmente los pescadores merecen todo nuestra admiración por trabajar a menudo en estas o incluso peores condiciones.




Pero al poco de zarpar ya tuvimos nuestra primera recompensa con un grupo de nutrias marinas (sea otters) jugueteando en la bocana del puerto que se dejaron fotografiar todo lo que quisimos.






El capitán va contando cosas desde el principio mientras busca animales y al poco vimos otras nutrias descansando panza arriba, nos parecían super graciosas y era inevitable quedarse ensimismados mirándolas flotar en el agua tan tranquilas.




El peso de estos seres carnívoros que habitan en el Pacífico Norte varía entre los 15 y 45 kg, lo que las convierte en uno de los mamíferos marinos más pequeños. Se caracterizan por su gruesa capa de pelaje, la más densa de los mamíferos y aunque pueden salir a tierra firme pasan la mayor parte del tiempo en el agua, cerca de zonas costeras, ya que buscan alimento en el lecho marino. En su menú predominan los invertebrados, como moluscos o erizos de mar, o también algunos peces, consumiendo cerca del 45 % de su peso diariamente. Además son de los pocos que utilizan herramientas, ya que usan rocas para romper los caparazones de algunas presas.



Nuestro primer destino fue la costa del estuario, en busca de osos que a menudo están en la orilla a la caza salmones. Aunque estuvimos unos minutos intentándolo finalmente no encontramos ninguno y el capitán decidió continuar e intentarlo a la vuelta. Sí que vimos las precarias instalaciones de una antigua mina de oro, la Cliff gold mine, ya que en esta zona existieron durante años varios lugares de extracción de minerales. Alguno persiste en la actualidad aunque nada comparado con la "fiebre del oro" de primeros del siglo XX.



Aunque los osos se nos resistieron pudimos empezar a disfrutar de los impresionantes paisajes y a los pocos minutos encontrar otro de los habitantes famosos de la zona, las bald eagles o águilas calvas.


Las águilas calvas reciben muchos nombres aunque quizá es éste el más conocido ya que es como se las conoce en Estados Unidos, donde son símbolo nacional apareciendo incluso en el escudo del país. Pese a ello, estuvieron a punto de desaparecer a finales del siglo pasado, aunque afortunadamente en la actualidad su población se ha estabilizado.

Habitan en distintos estados del país, si bien los machos más grandes son los de Alaska donde las hembras pueden exceder los 7 kg y los 2,5 m de envergadura. En estado salvaje viven habitualmente entre 20 y 30 años, aunque pueden alcanzar los 50. Suelen alimentarse de peces pero sin entrar en el agua, bien pescando los que están flotando moribundos o robándoselos a las águilas pescadoras. En ocasiones se pueden alimentar también de carroña de ballenas y focas.



Aunque el avistamiento de fauna era uno de los objetivos principales de la salida en barco lo cierto es que el paisaje nos impresionó tanto o más que los animales que vimos durante el día.


Parecía que estábamos en medio de la película de Avatar, con nubes enganchadas en escarpadas laderas de un verde intenso y cascadas por todas partes.





El mar además tiene un tono azulado especial, nos resultaba increíble estar viendo un paisaje así. Pese al mal tiempo, o quizá gracias a él, pudimos disfrutar de imágenes espectaculares y ya sólo por ver esto nos parece que la salida merece la pena, lo recomendamos totalmente.



Aunque las nubes nos impiden ver zonas más lejanas o las elevadas montañas que rodean el Prince William Sound, en ocasiones podemos intuir la grandiosidad del entorno en el que nos encontramos.




Y por si esto fuera poco... salió el arcoiris!!!


No sabemos si por estar sobre el agua o porqué pero fue sin duda el arcoiris más intenso que hemos visto nunca, se veía super nítido y sus colores eran especialmente vivos.



Al poco de salir nos habían informado sobre la comida incluida y había que elegir entre dos tipos de sopa: de marisco o vegetariana tipo minestrone. Aparte de eso, durante todo el día hay agua, limonada, té y café disponibles gratuitamente, así como otros snacks como chocolate y patatas fritas de pago.

Aproximadamente una hora después de abandonar el puerto, aprovechando que nos alejamos de la costa y cogemos velocidad para avanzar, sirven la comida: un cuenco de sopa, un bagel con queso de untar y oreos. Probamos las dos sopas y la verdad es que están buenas. Además se agradece tomar algo caliente con el frío que hace fuera. De todas formas nosotros habíamos llevado agua y un par de sandwiches por si acaso, ya que eran muchas horas fuera.

La siguiente parada la hicimos para ver una concurrida colonia de sea lions.



Los leones marinos habitan todos los océanos del planeta salvo el Atlántico Norte. Viven entre 20 y 30 años y su tamaño varía según la subfamilia a la que pertenecen, con los machos del Pacífico norte (Steller Sea lion) alrededor de los 550 kg y 3 metros de longitud y las hembras alcanzando los 300 kg y 2,5 metros de largo.



Se alimentan principalmente de peces y pueden comer hasta el 8 % de su peso en una sola ingesta, principalmente durante la noche, descansando y tomando el sol durante el día.



Vimos un par de grupos, uno más numeroso en la costa y otro más pequeño sobre un islote rodeado por las olas, en el que había una cría junto a su madre.




Estuvimos un rato viéndoles en la distancia, impresionados por los ruidos que hacían y como se encaraban unos con otros, mientras el capitán nos explicaba curiosidades sobre ellos.




Seguimos nuestro camino hacia el Columbia Glacier mientras se empezaban a abrir claros y continuamos disfrutando del entorno del estuario llegando a una zona desde la que se veía mar abierto.





Pero aún nos quedaban más amigos que encontrar, como un nuevo grupo de juguetonas nutrias...


... o unos horned puffins o frailecillos corniculados, aves marinas que destacan por un pico de colores brillantes durante la época de cría. Se reproducen en los acantilados costeros con parejas que mantienen a lo largo de los años. La hembra pone un sólo huevo y ambos progenitores lo incuban. Los individuos adultos miden entorno a 20 cm y pesa unos 500 gramos y se alimentan de peces principalmente, zambulléndose en el agua a por ellos, mientras que en el aire baten sus alas rápidamente, hasta 400 veces por minutos volando a menudo cerca de la superficie marina.




Así nos vamos adentrando poco a poco en la Columbia Bay, al fondo de la cual se encuentra el glaciar del mismo nombre.








El cielo cada vez más despejado nos permite disfrutar de una bonita panorámica de los alrededores.




A medida que profundizamos en la bahía y nos acercamos al glaciar vamos encontrando icebergs flotando en el agua y el capitán nos pide que nos fijemos en las manchas negras que hay sobre algunos de ellos... son nuestras amigas las nutrias de nuevo!




En estas latitudes es habitual ver grupos de ellas sobre los icebergs que flotan en el mar aunque nos sorprende todas las que hay, en algunos casos compartiendo bloque de hielo con otras aves, aunque por desgracia en cuanto nos acercamos se tiran al mar huyendo una detrás de otra.



Aún sin ellas, sólo los enormes bloques de hielo flotando en el mar resultan ya una imagen hipnótica digna de observar, con sus colores azulados intensos consecuencia de una menor presencia de aire debido a la compresión por acumulación y apareciendo por tanto en zonas más internas o antiguas. Como el hielo es menos denso que el agua queda flotando en la superficie del mar al desprenderse del glaciar.



Pero si algo empieza a llamar nuestra atención es que tenemos ya a la vista el destino final del barco, el Columbia Glacier, situado al fondo de la bahía.



A la izquierda divisamos otra de las lenguas glaciares que pertenecen al mismo glaciar pero como éste ha retrocedido tanto en los últimos años les han ido poniendo nombre también a cada una de ellas. En Alaska hay 48.000 kilómetros cuadrados ocupados por glaciares, cubriendo aproximadamente el 5 % de la superficie del Estado. En el Prince William Sound algunos están en retroceso, como el Columbia, y otros avanzando.


Y por detrás del hielo vemos alguno de los impresionantes picos que conforman las Chugach Montains.




El capitán nos habla de la situación del glaciar y que en las últimas 24 horas no ha estado activo, ya que no hay demasiado hielo en el mar. En ocasiones es imposible acercarse a la pared ya que el hielo cubre gran parte de la bahía.



Este glaciar es uno de los que se desplazan más rápido, lleva retrocediendo desde 1978 y para 1983 ya se había retirado su morrena terminal. En 2016 había retrocedido 21 km, quedando aproximadamente 9 km para que su orilla llegue a tierra, lo que se espera suceda en 2020.



Una de las cosas que más impresionan es su enorme pared frontal, desde la que cae hielo casi continuamente, perdiéndose del orden de 13 millones de toneladas cada día.





De hecho el barco se para durante un rato aproximadamente a 1 milla de ella para disfrutar de la calma en este apartado rincón del mundo y llegamos a oír desprenderse bloques de hielo en al menos 2 ocasiones.


Por este motivo el agua de la bahía está cubierto de hielo de distintos tamaños que es necesario esquivar con el barco.





Las zonas laterales del glaciar son mucho más oscuras ya que en ellas se acumulan sedimentos y es la parte frontal la más activa.






El glaciar recibió su nombre tras la Harriman Alaska Expedition en 1899 en honor a la Columbia University al igual que muchos otros glaciares de la zona, como el Harvard o el Yale glacier. Tiene una longitud aproximada de 51 km, cubriendo un área de unos 1000 kilómetros cuadrados y con máximos de espesor de 550 metros.




El barco está parado junto a la pared durante unos 15-20 minutos, tiempo suficiente para disfrutar del entorno y hacer los fotos y vídeos que se quieran.





Poco después iniciamos el regreso, despidiéndonos de nuestras amigas las nutrias, que continúan disfrutando del sol sobre el hielo.






Por desgracia en la actualidad continúan en peligro de extinción consecuencia de una reducción importante de su población en el siglo XVIII cuando eran cazadas por su piel y también por su sensibilidad a los derrames de crudo.



Mientras nos despedimos de las nutrias miembros de la tripulación recogen mini icebergs del mar para que podamos tocarlos y verlos de cerca. También colocan uno dentro de una especie de acuario para que podamos comprobar cómo el 90 % del hielo se encuentra por debajo del agua.








Saliendo de la Columbia Bay nos avisan que en las laderas cercanas hay mountain goats, o cabras de las montañas, aunque están muy lejos y apenas podemos fotografiarlas, tan sólo las vemos bien con los prismáticos, muy importantes en este tipo de salidas. Estas cabras peludas de color blanco suelen encontrarse en laderas de mucha pendiente que alcanzan incluso el 50 - 60 %.



Pero si creíamos que ya lo habíamos visto todo nos equivocábamos. Aunque el viaje de vuelta lo hicimos bastante más rápido pues el tiempo se nos había echado encima, el capitán iba atento a cualquier animal que pudiéramos encontrar y en especial a alguna ballena que suelen habitar el estuario.

Y cuando menos lo esperábamos un miembro de la tripulación comenzó a señalar a lo lejos, había visto algo salir del agua... y bingo!!! Orcas!!


Gracias a la pericia del capitán conseguimos acercarnos un poco más y verlas salir a la superficie en varias ocasiones, aunque resultaba difícil averiguar por donde iban a aparecer y se notaban los nervios de la gente mirando en todas direcciones. Eran una familia, una mama con dos crías.



Las orcas son los miembros de mayor tamaño de la familia de los delfines, alcanzando los 9 metros de longitud y de 4 a 6 toneladas de peso. Se alimentan de peces y otros mamíferos y pese a su bonito aspecto se les conoce como "las ballenas asesinas" por su agresividad. Pueden alcanzar velocidades de 50 km/h y a menudo permanecen en grupos, destacando por una muy desarrollada estructura social.





Pero tocaba por desgracia regresar a puerto, deshaciendo el camino navegado a lo largo del estuario. Éste recibe el nombre de Prince William tras ser navegado por James Cook en 1778, quién lo bautizó como el Sandwich Sound en honor a su mecenas, el conde de Sandwich. Sin embargo, los editores de sus mapas le pusieron el nombre del tercer hijo del rey, Prince William, que se acabaría convirtiendo en el rey William IV.




Durante el camino de vuelta vimos también paisajes increíbles, atravesando por ejemplo un estrecho, entre la costa y una isla superpoblada de píceas, que eran el remate final a este increíble día en el Océano Pacífico.



Uno de los aspectos que más nos gustaron fue el poder movernos por el barco con total libertad, pudiendo estar el tiempo que quisiéramos en el puente de mando por ejemplo. Además nos encantaron las explicaciones del capitán, eran muy completas con información de todo tipo, tanto cultural, como histórica, de fauna o geografía. Incluso durante el trayecto de vuelta que llevábamos retraso iba pendiente de si veía algún oso en las orillas ya que no habíamos podido verlos a la ida. Ciertamente recomendamos estas salidas y con esta empresa en particular, nuestra experiencia fue muy positiva y nos dio pena que acabase el día.  



Ya casi llegando a puerto vemos las instalaciones de la terminal donde llega la Alyeska Pipeline, que habíamos ido encontrando durante nuestro recorrido desde Fairbanks en alguno de los tramos que sale a superficie durante sus más de 800 millas de longitud. En esta terminal atracan cada mes una media de 20 petroleros que se llenan de crudo para ser transportado a refinerías del resto de Estados Unidos.



Algo de lo que también nos hablaron fue del vertido de petróleo de 1989, tras encallar el petrolero Exxon Valdez (Exxon por la compañía y Valdez por su puerto de atraque) y derramar alrededor de 41 millones de litros. Se convirtió en la peor tragedia medioambiental de la historia de Alaska y la segunda de Estados Unidos, haciendo famosa esta localidad en el mundo entero. El vertido afectó a más de 2.100 km de costa, quedando zonas protegidas de la acción del mar aún afectadas en la actualidad. Además la limpieza fue complicada por lo remoto del lugar, sólo accesible por mar y aire entonces. Esto llevó al desarrollo de una nueva legislación ambiental en EEUU y el juicio concluyó que la culpa había sido de la petrolera al no haberse respetado el descanso de la tripulación y por fallos en el mantenimiento del radar, condenándola a pagar 5.000 millones adicionales al coste de limpieza por daños, de 287 millones de dólares.




Eran alrededor de las 5:30 de la tarde cuando atracamos. En la zona inicial del puerto donde habíamos visto los carteles con el ranking de peces más grandes había gente limpiando el pescado del día.







Decidimos continuar camino para avanzar algunos kilómetros aprovechando las horas de luz que aún teníamos por delante y antes de salir llenamos el depósito en una de las gasolineras a las afueras de la ciudad.






Nos hubiera gustado dedicarle más tiempo a esta zona, la verdad es que nos había gustado mucho, no sé exactamente porqué pero nos cautivó a los dos y guardamos un recuerdo muy especial de este día. Pero debíamos continuar el viaje. Aún así no quisimos irnos sin intentar por última vez ver osos en Dayville Road. La recorrimos por completo, deteniéndonos en algunos rincones que habíamos pasado de largo la tarde anterior pero aún así no hubo suerte.






Sólo pudimos ver de nuevo miles de salmones, gaviotas y otras aves dándose un festín y algún águila calva, pero nada de osos negros ni grizzlies.




Deshaciendo el camino andado que nos llevase hasta Glennallen para coger la Glenn Highway camino de Anchorage, pasamos de nuevo por el Thompson Pass, remontando sus empinadas cuestas que hacían sudar la gota gorda a nuestra caravana.




Parecía que el mal tiempo se había quedado anclado en Valdez porque pese al buen día que habíamos tenido en el barco ahora volvía a llover.

Aún así llegamos hasta Squirrel Creek, una zona de acampada situada entre el Tonsina river y la carretera, con 25 parcelas y sin límite de longitud para caravanas. Tiene además baños y agua.



Aunque por ser State Recreation Area es de pago (20$/noche), el sitio nos encantó y nos pareció que merecía la pena, ya que pudimos disfrutar de un atardecer de película con arcoiris incluido. El procedimiento de pago en estas zonas de acampada estatales consiste en coger un sobre del buzón de la entrada, rellenar número de parcela, fecha y matrícula del vehículo y meter en él el dinero, depositándolo de nuevo en el buzón de la entrada. Nos tenemos que quedar con un resguardo del sobre que colocamos en el parabrisas de la caravana.




Recorriendo la zona de acampada vimos que no había nadie y escogimos una parcela junto al lago. Aparcar por el día cuesta $7 y cada parcela cuenta con mesa de madera y zona para hacer fuego.





Sólo nos quedaba cenar y descansar disfrutando del espectacular entorno en el que nos encontrábamos.



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