Con la emoción de haber vivido una noche mágica en la que se había hecho realidad uno de nuestros sueños, el quinto día en Islandia nos despertamos antes de que amaneciera. Por un lado, queríamos disfrutar de los primeros rayos de sol en aquel lugar tan increíble y por otro nos esperaba un largo día de viaje, el segundo en distancia a recorrer con cerca de 400 km por delante.
José no dejó descansar mucho la cámara, que ya la noche anterior había acabado echando humo, pero yo que lo de madrugar no es mi fuerte, andaba un poco más perezosa con las fotos, aunque hay que decir que verdaderamente el esfuerzo merecía la pena.
El día, aunque no amaneció tan bueno como la tarde anterior, parecía que iba a respetarnos en cuanto a la lluvia, si bien fue una de las mañanas más frías, más que por la temperatura en sí que no bajó de los 5 grados, por el fuerte viento que no animaba a salir de la furgoneta.
Por desgracia apenas había icebergs grandes flotando en el mar, algunos de los que habíamos visto la tarde anterior se habrían deshecho y otros habíamos observado con sorpresa cómo regresaban al lago por el canal entre juegos de las focas. Sí que había en cambio muchos trocitos de distintas y curiosas formas que resultan irresistibles para la cámara.
Al final no nos quedó más remedio que emprender el viaje hacia los fiordos del Este. Nuestra primera parada iba a ser la ciudad de Höfn, a una hora de Jökulsárlón, para comprar algunas cosas en su supermercado Nettó, ya que por lo que habíamos leído la ciudad en sí no tenía mucho que visitar.
El paisaje también era digno de atención. Aunque quizá no es tan espectacular como la zona Sur del país hay numerosas colinas próximas al mar, lenguas glaciares del omnipresente Vatnajökull, como Fláajökull o Hoffelsjökull, prados inmensos y lagos que hacen de espejo natural.
Una vez llegamos a Höfn, para lo que hay que desviarse de la Ring Road cogiendo la carretera 99, nos dirigimos al supermercado para comprar pan. Como éste no abría hasta las 10 y quedaban unos minutos estuvimos dando una vuelta por la zona, donde se encontraba esta curiosa escultura.
Höfn es uno de los principales centros de la actividad pesquera y sus derivados, siendo especialmente famosa su langosta, hasta el punto de celebrar una fiesta en su honor a finales de junio o principios de julio. Como curiosidad la web del municipio está también en español. El pueblo no tiene mucho que ver, es parecido al resto con casas unifamiliares y algunas tiendas y servicios, por lo que nosotros tras comprar en el supermercado y cargar un poco de extranjis la batería de la cámara que estaba en las últimas, continuamos viaje.
Antes de llegar al faro de Hvalnes encontramos la playa negra de Lón, con un montón de cisnes junto al agua.
El faro en sí no tiene mucho atractivo, aunque choca lo distintos que son los faros islandeses de los de aquí, bastante más pequeños y muchos de ellos de colores, rojos, naranjas o amarillos.
Lo que si destaca son las enormes colinas a pocos metros de la costa. Desde la carretera se tiene a un lado la playa y al otro altas montañas escarpadas.
Nuestra siguiente parada fue el coqueto pueblo de Djúpivogur, aunque algunas de las casas de modestas no tenían nada.
Antes de llegar allí paramos en el mirador de Djúpavosgshreppur junto a la carretera, las vistas de la abrupta costa merecen la pena. Poco después del mirador hay un área recreativa con mesas y espacio para parar con el coche, desde ella se puede disfrutar de las vistas y hacer fotos a las formaciones rocosas junto a la playa. En general, en Islandia, las zonas señalizadas como área de recreo o pic-nic suelen ser lugares de interés, bien por las vistas o por algún lugar concreto como cascadas, formaciones rocosas...
A una hora y cuarto de Höfn está Djúpivogur, un pueblo marinero con bonitas casas de madera, referencia comercial de la zona desde el siglo XVI. Se conservan algunas casas del siglo XVIII que han sido restauradas, como la roja Langabúd, la más antigua, construida en 1790 y que en la actualidad alberga un restaurante y un centro cultural.
Desde el puerto parten las excursiones a la isla de Papey, que se encuentra a pocos kilómetros de la costa. Esta pequeña isla, de tan sólo 2 kilómetros cuadrados es famosa por acoger a frailecilllos, éideres, araos y otras aves marinas durante los meses de verano, y porque en ella se puede visitar la iglesia de madera más pequeña del país, del año 1807.
Pese al incidente el paisaje seguía siendo espectacular, encajonados entre escarpadas montañas con granjas diseminadas en la parte baja del valle y la superficie del agua muy planita con un montón de patos y aves.
Nosotros en lugar de continuar por la Ring Road que seguía bordeando el fiordo hasta Breiðdalsvík para después meterse hacia el interior, quisimos evitar el rodeo (ya que en el pueblo no podíamos parar de todas formas porque íbamos justos de tiempo) y cogimos la carretera 939 sin asfaltar que discurre por la zona de Öxi. Aunque no es de las peores carreteras de gravilla que encontramos no está en muy buenas condiciones, con el agravante de que en la primera parte salva un fuerte desnivel, por lo que conviene conducir con precaución si no se lleva 4x4.
Una vez superado el desnivel la pista discurre por un altiplano bastante pelado de vegetación pero surcado por numerosos arroyos y con una gran variedad de colores, por lo que era imposible no pararse a hacer alguna foto. Además, aunque ya habíamos dejado atrás la zona de glaciares la nieve no nos abandonaba, esta vez desde las cumbres de las montañas que nos rodeaban.
Pero el tiempo se nos echaba encima y había que continuar. Tras iniciar el descenso, la carretera por la que íbamos enlazaba con la carretera 1 pero seguía siendo de gravilla. Esta zona es de las pocas de toda la Ring Road, que se mantiene sin asfaltar, comenzando a unos 20 kilómetros de Breiðdalsvík y prolongándose durante aproximadamente 25 km.
Una vez en ella continuamos hasta el desvío de la 931 que permite rodear el lago Lögurinn, de 35 km de largo y orígen glaciar, limitado en su extremo sur por la enorme presa de Kárahnjúkar y cuyas aguas proceden del río Lagarfljót, el segundo más largo del Este del país. La construcción de esta presa, un poco al sur del monasterio de Skriðuklaustur que actualmente alberga un museo, fue con el fin de obtener electricidad para una planta de aluminio de la zona pero por el entorno en el que se encuentra generó un gran debate entre la sociedad islandesa. Según la leyenda en el lago habita además un enorme monstruo con forma de serpiente conocido como Lagarfljótsormurinn, el Nessie islandés.
En la margen este del lago, por el que nosotros llegábamos, se encuentra otro de los atractivos de la zona, el bosque de Hallormsstaður, el mayor del país con más de 50 especies de árboles y una gran variedad de aves. Se trata de la principal zona de repoblación de Islandia, con árboles traídos de todo el mundo y donde se prueba a introducir especies nuevas para comprobar su adaptación antes de implantarlas en otras zonas del país. Aquí se pueden hacer varias rutas, como las 16a y b de la guía Rother, o disfrutar del lago en barco durante el verano desde la cala de Atlavík, donde hay además camping y gasolinera. Hay también mesas para comer, tanto en la zona de Atlavik como junto a la propia carretera. Y ahí fue donde comimos nosotros, ya con nuestros estómagos quejándose por la tardanza, ya que, para variar, íbamos un poco tarde. Ese día cambiamos nuestro menú habitual y nos hicimos fabada de lata para comer, que la verdad, nos supo a gloria.
Después de la suculenta comida continuamos hacia Hengifoss, la tercera cascada más alta de Islandia con 120 metros de caída. Para llegar seguimos por la carretera 931, cruzando el lago por un puente que hay antes de llegar a la presa. En el parking donde comienza el sendero que da acceso a la cascada hay baños pero al menos ese día estaban cerrados.
El recorrido hasta la base de la cascada son 2.5 kilómetros y otro tanto de vuelta pero hay que salvar bastante desnivel por lo que hay que contar con al menos una hora para cada sentido. Además hay que tener en cuenta que el último kilómetro hasta llegar a su base se hace prácticamente por el cauce del río, por lo que hay un tramo en el que desaparece el sendero y hay que ir andando sobre las piedras del río sin ninguna guía de por dónde avanzar. En la guía Rother se corresponde con la ruta 17 de la primera edición.
Nosotros, animados de poder estirar por fin un poco las piernas y disfrutar de uno de los primeros días sin lluvia desde que estábamos en Islandia, nos lanzamos camino arriba con nuestras amigas las ovejas observándonos con atención.
Por el camino, que discurre por el margen derecho del río sobre un terreno elevado, nos fuimos encontrando pequeñas maravillas...
Entre ellas, la cascada de Litlanesfoss, de la que se puede disfrutar desde varios miradores y que resulta bastante espectacular con sus columnas de basalto, digna de una visita aunque no se quiera llegar hasta Hengifoss.
Las vistas durante la subida son magníficas, tanto del lago Lögurinn como del bosque Hallormsstaður y los espacios agrícolas que proliferan en el valle gracias al buen clima de la zona, surcados por los meandros de los ríos que llegan desde las montañas.
Continuamos la subida por el estrecho sendero que poco a poco va poniéndose a la altura del río al que va paralelo.
Finalmente llegamos a una explanada en la que vemos al fondo nuestro objetivo, Hengifoss.
Esta zona es espectacular, es una especie de barranco con laderas peladas cubiertas de verde en su base y al fondo la cascada cayendo por una pared con líneas alternas de colores rojizos y negruzcos, por lo que teníamos las cámaras fritas haciendo fotos.
Continuamos por el camino para intentar llegar a la base de la cascada pero llegaba un momento en el que el camino se perdía y tan sólo quedaba el lecho del río cubierto de piedras. Había que optar entre cruzarlo o seguir por la margen derecha. Esto último no lo veíamos nada claro así que probamos a cruzar pero poco más adelante también por este lado se complicaba el avance. Al retroceder nos cruzamos con una pareja que nos dijo que era mejor intentarlo por el otro lado pero que estaba un poco complicado y que en algún tramo había que trepar. Como ya era un poco tarde y aun teníamos que bajar y llegar hasta donde pasaríamos la noche decidimos dar media vuelta y disfrutar de los últimos vistazos de Hengifoss.
Apenas nos paramos a hacer fotos y cuando llegamos al coche pusimos rumbo a nuestro última parada del día, el pueblo de Seyðisfjörður. Para llegar hasta allí hay que continuar por la 931 junto al lago Lögurinn hasta Egissltaðir y ahí, coger la 94 para poco después desviarse por la 93.
Egissltaðir es la capital de la comarca y la población principal de todo el este de Islandia, por lo que cuenta con todo tipo de servicios. Nosotros habíamos decidido dormir ese día en Seyðisfjörður porque habíamos leído que era un pueblo pequeño al borde de un fiordo y lo encontramos más interesante que la ciudad. Sin embargo llegar hasta allí lleva cerca de 1 hora desde Hengifoss, ya que hay que subir un puerto que está a unos 700 m y luego bajar otra vez hasta el nivel del mar. En las partes altas del puerto había neveros y pudimos ver algún remonte por lo que probablemente en invierno sea habitual la práctica del esquí u otros deportes en la zona.
Mientras bajábamos hacia el pueblo comenzaba a atardecer y esa luz nos permitió disfrutar más aun de este valle tan espectacular.
Al fondo del valle junto al mar se encuentra el pueblo flanqueado por las enormes montañas. Durante el descenso se ven cascadas a ambos lados para rematar la escena de película.
Seyðisfjörður es un pequeño pueblo de menos de 700 habitantes que se encuentra al fondo del fiordo del mismo nombre y que conserva numerosas casas de madera en buen estado de cuando era una importante capital portuaria. Su localización propició un gran desarrollo durante el siglo pasado, tras instalarse aquí una comunidad relevante de pescaderos noruegos. Hoy en día su puerto conserva su importancia, ya que desde él parten los ferrys con destino a Dinamarca. Y uno de los edificios principales es su iglesia de madera de color azul.
Llegamos al pueblo cerca de las 8 y buscamos el camping, que se encontraba junto a la carretera principal que atraviesa el pueblo, cerca de la iglesia. Este camping no es muy grande pero está muy bien cuidado y tiene buenas instalaciones. Tras dar un breve paseo por el centro del pueblo regresamos para hacer la cena en la cocina del camping.
Después de cenar dimos otro paseo para ver la iglesia iluminada, que merecía la pena.
Tras la experiencia de la noche anterior con las auroras nos habíamos quedado con ganas de más y como no estaba demasiado nublado buscamos con el coche una zona algo apartada a ver si había suerte y volvíamos a verlas. Sin embargo esta vez no pudo ser, además el lugar no era demasiado adecuado ya que al estar tan encajonado se veía muy poco ángulo del cielo. Así que lo dejamos para otra vez, volvimos al camping y preparamos la furgoneta para descansar, ya que había sido un día de poco andar pero bastante largo.
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