Nuestro viaje había comenzado el día anterior sobre las 18.30 cuando cogimos el avión en Menorca rumbo a Barcelona. Llevamos una maleta facturada junto con las 2 de mano y como lo vuelos eran independientes al llegar tuvimos que recoger la maleta y volver a facturar. Allí tuvimos el primer momento que hacía presagiar que el inicio del viaje no sería un camino de rosas, ya que la mujer del mostrador de facturación de Vueling nos puso más pegas de lo normal, aunque como cumplíamos todas las condiciones no consiguió más que marearnos un rato.
Salimos de Barcelona puntuales antes de las
22.30, con aterrizaje previsto a la 1 de la mañana, hora local. Sin
embargo las ya de por sí algo largas 4
horas de viaje acabaron convirtiéndose en casi 10… A mitad de camino
aproximadamente el comandante informó de que debíamos retroceder hacia
Edimburgo ya que en el aeropuerto de destino no se podía aterrizar por
malas condiciones meteorológicas y como estábamos alcanzando el punto de no
retorno, pasado el cual ya no se puede volver atrás para no comprometer las
reservas de combustible, tenía que tomar esa decisión. Como además la terminal
del aeropuerto de Edimburgo estaba cerrada tuvimos que estar más de 2 horas
dentro del avión y aunque nos ofrecieron comida y bebida (a nosotros ya sólo
nos llegaron patatas fritas y bollitos porque estábamos en las últimas filas) la
espera se hizo eterna.
Finalmente llegamos al aeropuerto internacional de Keflavik sobre las 6 de la mañana, hora local. Habíamos quedado con la empresa de alquiler de coches Faircar que nos pasaban a recoger por allí pero con el retraso, pese a que habíamos escrito avisando, tuvimos que llamar para que nos vinieran a buscar. Una media hora más tarde nos dirigimos a recoger nuestra furgoneta, con la lluvia y el frío obligándonos a despertar. La nave de la empresa se encuentra a un par de kilómetros del aeropuerto dirección al pueblo de Keflavik. Tras esperar un rato a que llegara la ropa de cama que faltaba, nos dieron una breve pero práctica explicación sobre el uso de la furgoneta y comprobamos que estuviese todo en buen estado anotando los desperfectos que ya tenía. Poco después emprendimos cansados pero ilusionados nuestro viaje por la gran isla, disfrutando de todo lo que nos rodeaba, ya que nada más salir del aeropuerto se nota que Islandia es un país diferente.
Finalmente llegamos al aeropuerto internacional de Keflavik sobre las 6 de la mañana, hora local. Habíamos quedado con la empresa de alquiler de coches Faircar que nos pasaban a recoger por allí pero con el retraso, pese a que habíamos escrito avisando, tuvimos que llamar para que nos vinieran a buscar. Una media hora más tarde nos dirigimos a recoger nuestra furgoneta, con la lluvia y el frío obligándonos a despertar. La nave de la empresa se encuentra a un par de kilómetros del aeropuerto dirección al pueblo de Keflavik. Tras esperar un rato a que llegara la ropa de cama que faltaba, nos dieron una breve pero práctica explicación sobre el uso de la furgoneta y comprobamos que estuviese todo en buen estado anotando los desperfectos que ya tenía. Poco después emprendimos cansados pero ilusionados nuestro viaje por la gran isla, disfrutando de todo lo que nos rodeaba, ya que nada más salir del aeropuerto se nota que Islandia es un país diferente.
Kringlan es un centro comercial muy grande, de 2 plantas, con tiendas de todo tipo, la mayoría de ropa. El hipermercado que hay en su interior es Hagkaup, no es de los más baratos pero decidimos hacer nuestra compra inicial allí ya que parar en otro nos retrasaría demasiado. Por desgracia nuestra suerte parecía no mejorar ya que no tenían el cable que necesitaba. Resignados fuimos a una tienda Vodafone para comprar la tarjeta de internet para el móvil con la fortuna de que allí sí tenían el cable. Compramos la tarjeta más barata que tenían, menos de 12 euros 3 Gb. Preguntamos por la configuración, ya que habíamos leído que podía ser complicada, pero como nos pasaría en más ocasiones, las explicaciones fueron bastante "concisas". Por suerte probando cosillas conseguimos hacerla funcionar sin muchos problemas.
Y ya por fin iniciábamos nuestro recorrido por Islandia propiamente dicho. Nos dirigimos al Círculo de Oro, con primera parada en Þingvellir (o Thingvellir), a una media hora de Reykjavik. Para ello cogimos la carretera 49 hasta llegar a la 1 y pasado Mosfellsbær cogimos la 36. De camino paramos en un mirador junto a la carretera en el que se podía ver a lo lejos el lago Þingvallavatn, el más grande del país con 84 km cuadrados, aunque como seguía haciendo bastante malo, lloviendo a ratos y con algo de viento, no pudimos disfrutar mucho de las vistas. Este lago se encuentra a unos 100 m sobre el nivel del mar y su profundidad media es de 34 m aunque hay zonas donde alcanza los 114. El 90% del agua que llega hasta él lo hace desde fisuras bajo su superficie o junto a su orilla, proporcionándole muchos nutrientes y un variado ecosistema.
Un área bastante grande junto al aparcamiento estaba plagada de montoncitos de piedras colocados por los turistas que parece haberse convertido en la nueva moda y que veríamos más adelante en otras zonas.
Al poco tiempo llegamos a Þingvellir, que significa "Llanura del parlamento", convertido en Parque Nacional en 1930 debido a su importancia histórica y natural. Pasamos el primer desvío (que daba acceso al mirador de Hakið y al Centro de visitantes) hasta llegar al Centro de información del parque, que cuenta con cafetería, tienda de recuerdos e información sobre la naturaleza e historia del parque. Junto al edificio hay una zona de acampada con baños. Tras una breve parada técnica cogimos la carretera 361 que nos llevaba a la zona principal del parque, con varios aparcamientos y acceso a la cascada Oxararfoss, la falla de Almannagjá o la iglesia Þingvallakirkja.
En primer lugar nos acercamos a la cascada Oxararfoss, a unos 5 minutos del aparcamiento, que toma su nombre del río que discurre por la llanura de Þingvellir hasta desembocar en el lago Þingvallavatn, el Öxará. Probablemente de haberla visto al final del viaje no nos habría llamado demasiado la atención pero al ser la primera nos quedamos un rato disfrutando de ella y haciendo las fotos de rigor.
La llanura de Þingvellir es la zona emergente de la dorsal del Atlántico Norte, unión de las placas tectónicas americana y euroasiática. En los últimos 10.000 años la corteza terrestre se ha estado separando y hundiendo en esta zona. La separación se estima en 70 m en ese periodo, a razón de unos 3 mm al año, mientras que el suelo del valle se ha hundido alrededor de 40 m, lo que se aprecia en la diferencia de altura entre la parte alta de la falla Almannagjá y la planicie inferior.
Regresamos de la cascada recorriendo este increíble cañón y atravesando el puente sobre la cascada Drekkingarhylur o piscina de los ahogamientos, llamada así porque allí morían ahogadas las mujeres culpables de algún delito.
Poco después llegamos a Lögberg, la Roca de la ley, centro de las actividades del AlÞingi o parlamento, uno de los más antiguos del mundo, cuyo origen está poco antes del año 930 y que cobró especial relevancia durante el periodo de la Antigua Commonwealth, entre el 930 y el 1264. En ella, el legislador recitaba en alto las leyes, antes de que hubiese registros escritos, delante de representantes venidos de todo el país una vez al año durante el verano. La parte legislativa del parlamento, Lögrétta, también se situaba aquí, siendo además el alto tribunal del país, promulgando leyes y dictando sentencias en disputas legales. No fue hasta 1798 cuando el parlamento se trasladó a la capital.
Aquí fue también donde los islandeses adoptaron la religión cristiana entorno al año 1000 y esta relevancia ha permanecido en el tiempo, ya que acogió en 1930 el acto de promulgación de la Constitución y en 1944 la proclamación de la independencia de Dinamarca. En la actualidad una bandera de Islandia señala esta zona de tanta riqueza histórica.
Desde ahí se pueden ver la iglesia Þingvallakirkja, construida a mediados del siglo XIX en el lugar donde había estado una de las primeras del país, y la granja Þingvallabær, en la actualidad residencia oficial de verano del primer ministro islandés y que fue construida en 1930 en conmemoración de los 1000 años del AlÞingi y como recuerdo a las construcciones en las que se hospedaban los representantes que asistían al mismo.
Seguimos andando un poco más a lo largo de la falla pero nuestros estómagos comenzaban a quejarse y aun nos quedaba mucho por ver asi que regresamos hacia el coche donde hicimos la primera de las comidas del viaje, unos bocadillos rápidos, ya que el tiempo no permitía más.
La zona se puede explorar mediante multitud de senderos, que permiten ver entre otras cosas, las fallas de Flosagjá cuyo fondo está lleno de agua y la de Peningagjá o falla de las monedas. En la guía Rother la ruta 47 recorre la zona en un paseo de 2 horas y media.
Nuestro siguiente objetivo fue el área geotermal de Geysir, que se encuentra a unos 50 minutos de Thingvellir. Se puede seguir por la 361, que va rodeando el lago hasta unirse con la 36, o retroceder desde el aparcamiento a la 36 que está en mejores condiciones. Después debemos coger la 365 y la 37, aunque en esta zona no hay pérdida ya que al ser tan turística está muy señalizado.
Se sabe perfectamente cuando has llegado, ya que hay un gran aparcamiento junto a un complejo enorme que incluye un hotel, restaurante, piscina, tienda de recuerdos, museo e incluso zona de acampada y alquiler de caballos.
Es uno de los lugares más turísticos de Islandia pero eso no impide que parezca que estás en otro planeta. El suelo con zonas de fango hirviente toma colores que parecen convertirlo en una acuarela y el vapor que sale de las fisuras le da un aire todavía más subrealista.
Recorriendo el recinto nos encontramos con el centro de todas las miradas, Strokkur. En realidad el gran protagonista debería ser Geysir, el surtidor de agua caliente más grande del mundo y origen de la palabra géiser de uso universal. Con un chorrro que alcanzaba en ocasiones los 80 m de altura, por desgracia desde mediados del siglo XX está aletargado y expulsa agua con muy poca frecuencia, aunque en el año 2000 como consecuencia de un terremoto estuvo activo durante 2 días alcanzando alturas de 120 m.
Strokkur sin embargo no supera los 20 m de altura aunque es mucho más activo, lanzando chorros ininterrumpidamente cada 5 - 10 minutos. La gente se arremolina a su alrededor para disfrutar del espectáculo.
Estuvimos bastante tiempo contemplándolo, como si fuéramos niños, haciendo fotos desde distintos ángulos, grabando vídeos, admirando lo imprevisible que podía ser al salir en ocasiones 2 veces seguidas o estar varios minutos sin volver a hacer acto de presencia... y sin embargo nos supo a poco y nos habría encantado quedarnos mucho tiempo más. Aunque nada es comparable a verlo en vivo os dejo aquí una secuencia de fotos de Strokkur para que tengáis una idea de la magnitud de cada erupción.
Y así es como queda cuando todo ha pasado...
Toda la zona es increíble y merece la pena dedicarle tiempo, ya que tiene rincones tan espectaculares como este, un poco más arriba y que permite tener otra perspectiva de este lugar tan especial (y eso que en nuestro caso el tiempo no acompañó, no puedo imaginar como tiene que ser este lugar un día de sol o cubierto de nieve...)
El tiempo se nos
echaba encima y aun nos quedaba mucho por ver. Nos dirigimos a la parada que
nos quedaba dentro del Círculo de oro, la cascada de Gullfoss, a 10
minutos de Geysir siguiendo la carretera 35. Al llegar al aparcamiento,
junto al centro de visitantes, no se ve aún la cascada. Hay que bordear el
edificio y dirigirse a alguno de los miradores existentes. Nosotros decidimos
bajar al borde de la cascada. Para ello se deben tomar unas escaleras a mano
derecha hasta llegar a la zona inferior donde hay otro aparcamiento. Ya desde
ese punto se ve la majestuosidad de la cascada, que levanta una cortina de agua
a su alrededor realzando la imagen de fuerza y espectáculo de la naturaleza.
Por desgracia no
pudimos disfrutar mucho de la zona, ya que el cielo había vuelto a cerrarse y
comenzó a llover con viento que junto con el agua que salía de la propia
cascada lo hacía bastante desagradable. El camino estaba además bastante mojado
y embarrado, y en el mirador junto a la cascada las piedras resbalaban
bastante.
Tras las fotos de
rigor volvimos sobre nuestros pasos y subimos de nuevo las escaleras hacia el
centro de visitantes. Descartamos acercarnos al otro mirador ya que con el
tiempo tan desagradable no apetecía mucho y preferíamos seguir hacia el próximo
objetivo. Fue una pena no ver la cascada con mejor tiempo, seguro que un día de
sol con el arcoiris haciendo acto de presencia tiene que dejar con la boca
abierta.
Aun nos quedaban
unas 3 horas hasta el anochecer y nos dirigimos hacia el sur, al cráter de Kerið, siguiendo todo el tiempo la
carretera 35. Aunque en teoría se tardan unos 40 minutos en llegar de Gullfoss
a Kerið se nos hizo un poco largo y ya dudábamos si nos habríamos pasado la
desviación al ver como dejábamos atrás varios cráteres, cuando por fin lo
encontramos a nuestra izquierda. Hay una caseta junto al aparcamiento, ya que
para subir al cráter hay que pagar 2 € o 350 ISK, y el horario es de 10 a 20 horas.
El cráter de Kerið se formó hace unos 6.500 años y pertenece a una línea de cráteres conocida como Tjarnarhólar. Tiene forma ovalada y sus dimensiones son:
Recorrerlo merece la pena, no se tarda demasiado, se puede incluso bajar hasta el agua y la combinación de colores verde del musgo, rojo de la tierra y azul del agua es espectacular, mi cámara estaba que echaba humo. Seguramente para la mayoría será otro más de los lugares visitados en Islandia pero a mí fue uno de los que más me gustó, aunque no sabría explicar muy bien el porqué, quizá las imágenes valgan más que las palabras como se suele decir.
Aunque ya era un poco tarde cuando acabamos de ver el cráter decidimos atrevernos con el plan que llevábamos pensado. Nos dirigimos a la cascada de Haifoss, la segunda cascada más alta de Islandia con 122 m. Habíamos leído que el acceso era complicado pero no perdíamos nada por intentarlo. Teníamos pensado pasar la noche en el camping de Leirubakki para poder coger allí al día siguiente el autobús destino a Landmannalaugar, llegando hasta allí por la carretera 26 desde Haifoss. Sin embargo nada salió como esperábamos.
Para
llegar a Haifoss retrocedimos desde Kerið por la carretera 35 hasta coger la 31, que
seguiríamos hasta enlazar con la 32. De camino, al poco de tomar la carretera
31, está Skálholt, pequeño pueblo famoso por ser uno de los primeros obispados
de Islandia, con una gran catedral blanca construida en la década de los 50 y
junto a ella una pequeña cabaña con techo de turba. Pasamos sin detenernos ya
que íbamos un poco justos de tiempo.
Donde si paramos fue en la pequeña cascada de Hjalparfoss, unos kilómetros antes de llegar a Haifoss, a la que se accede por una pista de piedras a mano derecha en no muy buenas condiciones pero de algo menos de 2 km. No se tarda mucho en ver y merece la pena, el rincón es muy bonito.
Sin embargo por desgracia, cuando llegamos al desvío hacia Haifoss, que tal y como habíamos leído no está señalizado, comprobamos que era una pista en muy malas condiciones y con bastante pendiente y no quisimos arriesgarnos, ya habíamos sufrido en la anterior que no llegaba a 2 km y esta eran por lo menos 7. Además tampoco contábamos con mucho tiempo de luz así que decidimos continuar hacia nuestro destino para dormir. Con lo que sí que no contábamos era con que la “carretera” 26 sería una pista no mucho mejor que la de acceso a Haifoss, aunque prácticamente llana. Nos adentramos por ella con la esperanza de que al poco mejorase pero tras casi 20 minutos yendo como máximo a 40 km/h tuvimos que desistir. Al hecho de que se hacía de noche se añadió la llovizna que nos había vuelto a acompañar y a que la zona que nos rodeaba parecía más un paisaje marciano que un lugar de la Tierra. De hecho no nos encontrábamos a demasiados kilómetros del temido Hekla, de 1.491 m pero invisible para nosotros por la espesa capa de nubes, uno de los volcanes más activos y temidos de Islandia, con una veintena de erupciones desde la colonización del país.
En todo el tiempo que estuvimos por allí solo vimos un todoterreno, y con miedo de lo que pudiera pasar si pinchábamos o teníamos cualquier percance, al no haber nada ni nadie en tantos kilómetros a la redonda tuvimos que darnos la vuelta, con la consiguiente decisión de no ir al día siguiente a Landmannalaugar, ya que llegar hasta allí dando todo el rodeo nos llevaría más de 2 horas y ya eran más de las 8.
El camino
de vuelta, de noche, con la llovizna que no nos abandonaba y el cansancio
acumulado de la noche anterior de viaje sin dormir fue eterno y bastante
deprimente. Parecía que el viaje había empezado con mal pie y no conseguía
remontar.
De camino habíamos pasado por el pueblo de Árnes en el que supuestamente había
un camping, por lo que nos dirigimos hacia allí. En realidad el camping no era más que un área de acampada con un par de mesas de madera, una caseta con 2
duchas y otra con 2 retretes y varios fregaderos al aire libre. Preguntamos en
un hostal cercano si sabían si había recepción o algún sitio al que acudir y
nos dijeron que creían que en septiembre ya no cobraban. En la pared de los
fregaderos había un papel que decía que se debían pagar las 1000 ISK que
costaba por persona en la recepción que estaba en un oficio próximo, una
especie de centro de visitantes, pero allí todo estaba cerrado. Como en la zona
había ya una tienda de campaña colocamos la furgoneta y tras hacer nuestra
primera cena en la campervan con bastante buen resultado nos fuimos a dormir
tras más de 30 horas sin habernos acostado.
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