viernes, 25 de septiembre de 2020

Día 5 Roadtrip por Galicia (27/09): Los Ancares


El quinto día de viaje lo íbamos a dedicar ya por completo a la zona de los Ancares. 


Habíamos pasado la noche en Pedrafita de O Cebreiro y dedicamos la mañana a recorrer el concello de Cervantes, compuesto de 21 parroquias y con numerosos puntos de interés.



Es un concello situado en plena montaña de Los Ancares, compartidos estos entre Galicia y León, por lo que por supuesto no faltan las rutas de senderismo. Podéis encontrar más información sobre ellas en su web o en este folleto informativo.


Por desgracia el día no acompañaba mucho, estaban muy metidas las nubes y llovía a ratos, por lo que decidimos hacer algo de turismo y dejar las rutas para otra ocasión. Aunque esto también nos permitía disfrutar de vistas con mucho encanto.

    


Nuestra primera parada fue la pequeña localidad de Piornedo, famosa por sus numerosas pallozas en buen estado.

De camino pasamos por el Castillo de Doiras, también llamado del Puente de Doiras o de la Ferrería, por su proximidad a la herrería de Fonquente. Desde un alto domina el río Cervantes y ha sido restaurado por su actual propietario. De hecho por lo que vimos se puede visitar pero nosotros lo encontramos cerrado, aquí os dejamos los horarios por si queréis hacer una visita. 


Una vez en Piornedo lo mejor es dar un paseo y visitar tranquilamente el pueblo. No es muy grande así que no tiene pérdida. 





En este pueblo de montaña, situado a casi 1.200 metros de altitud, destaca sobremanera, y de ahí su fama, la arquitectura civil tradicional, ya que son numerosos los hórreos y pallozas que se conservan en buen estado. Cuenta con alrededor de 18 casas, rondando a principios del siglo XX los 200 habitantes de los que en la actualidad quedan una treintena consecuencia del éxodo rural y la falta de servicios que por desgracia tanto se produce en la España interior.





Las pallozas son construcciones circulares de piedra techadas con lo que se conoce como teito, una cubierta cónica de paja de centeno. Sus orígenes son prerromanos, ya que se usaban las mimas formas y materiales hace 20 siglos y su uso en el medio rural se siguió manteniendo hasta mediados del siglo pasado por su temperatura interior constante y la fácil distribución según necesidades.





En muchos casos junto a ellas encontramos el característico hórreo, donde se guardaba la cosecha a salvo de la humedad y los roedores.


En la parte alta del pueblo está la capilla de San Lorenzo, desde la que sale además la ruta al Mustallar, de unos 6 km de longitud y que pasa por una bonita cascada.




Pero sin duda lo que no podemos perdernos es la Casa museo Seso. Esta es la única de las pallozas que se puede visitar por dentro por un precio simbólico de 1 €. 


En su interior encontramos distintas herramientas y aperos usados por la familia en la que fue su vivienda habitual hasta 1970, como muchas otras del pueblo. Aquí permanecían junto con el ganado que les proporcionaba calor mientras que en la actualidad la mayoría están en desuso o se usan como almacén. El cambio vino propiciado por la llegada de la carretera, por un lado los materiales para la construcción de casas modernas llegaban más fácilmente y por otro comenzaron a llegar visitantes invadiendo la intimidad de los lugareños.



Como la lluvia no parecía tener intención de parar. decidimos pasar a la vertiente leonesa a ver si allí teníamos más suerte. Cruzamos el Puerto de Ancares y nos acercamos al pueblo de Candín donde habíamos visto una pequeña ruta a una cascada cercana. Afortunadamente el tiempo nos dio una tregua y pudimos hacerla entera sin mojarnos (nuestro track en Wikiloc).

Ya sólo el pueblo tiene su encanto, con casas de piedra y calles estrechas.


Lo atravesamos y salimos del mismo para coger el Camino viejo de Rioseco, con el que vamos ascendiendo entre castaños. En la siguiente bifurcación seguimos a la izquierda y avanzamos paralelos a arroyos, acequias que abastecen de agua el pueblo y al cauce del Río Seco.


Poco después encontramos el desvío a la cascada de Fumeixín. Desde aquí tenemos que afrontar una pendiente mayor durante unos 300 metros para llegar al Rego de Fumeixín, donde escasos metros más arriba encontramos la cascada.


Se trata de un bonito salto de agua de varios metros de altura con un pequeño manantial y que destaca por su color rojizo debido a la presencia de mineral de hierro.



Regresamos al camino principal para seguir remontando el curso del río y un poco más adelante, en un giro brusco, cogemos un sendero a la derecha para subir por la ladera de la montaña desde la que disfrutamos de vistas sobre el valle. 




Vamos rodeando la ladera e iniciamos el descenso hacia la localidad de Pereda de Ancares.



Esta pequeña población tiene mucho encanto y llama la atención su arquitectura tradicional, con múltiples casas restauradas. 



Además de las propias viviendas, la iglesia parroquial de estilo románico o algún curioso lugar de descanso, destaca a las afueras de la localidad la palloza museo del Señor Antonio, una de las pocas que se conservan tal y como fue habitada que se pueden visitar. Podéis encontrar más información aquí




Ya sólo nos queda regresar al pueblo de Candín por un cómodo camino entre castaños pasando junto al cementerio para terminar esta agradable ruta circular. 


Para dormir esa noche escogimos el Puerto de Ancares, a 1.669 m de altitud entre las provincias de Lugo y León. Allí encontramos un par de pequeñas explanadas y una zona con mesas de picnic (más info aquí).




Y sobre todo, unas vistas impresionantes de los alrededores.





La Sierra de Ancares se sitúa entre las provincias de Lugo, León y Asturias. Los orígenes del término Ancares son incierto, ya que a principios del siglo XX lo único que se conocía como Ancares era un valle en el municipio de Candín, justo en el que habíamos realizado la ruta de la cascada. Por alguna desconocida razón, la palabra se extendió, primero a toda la sierra y luego pasó a designar comarcas enteras. 




Nosotros pasamos una noche tranquila acompañados de otra furgoneta, descansando para el día siguiente en el que la mejoría del tiempo parecía que nos permitiría hacer alguna rutilla.



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