miércoles, 23 de noviembre de 2016

Día 11 Viaje a Suiza (11/07): Friburgo, Gruyères, castillo de Chillon y Col du Grand Saint Bernard


Nuestro roadtrip por tierras suizas estaba llegando a su fin... Según la previsión parecía que el tiempo iba a empeorar y ya habíamos visto la mayoría de sitios que más nos interesaban, por lo que organizamos lo que nos quedaba para verlo en un día ya de retirada del país helvético.


Nuestro primer destino del día fue la ciudad de Friburgo, que no hay que confundir con su homónima alemana, y que se encuentra a menos de una hora de Berna. Allí nos dirigimos a la Oficina de Turismo, frente a la estación de tren, para pedir información de la ciudad y preguntar por aparcamientos gratuitos. Nos recomendaron un par de ellos, uno en la plaza Planche-Supérieure y otro en el Chemin de la Patinoire, detrás de la Iglesia de St. Maurice, en los que se podía estacionar 2 horas gratis colocando un disco horario como el que nos habían dado el día anterior en Berna.


Elegimos el primero de ellos y una vez ahí nos dispusimos a recorrer la ciudad, que a esas horas estaba aún algo dormida.



Siguiendo el itinerario recomendado en el mapa que nos habían dado en la Oficina de Turismo, avanzamos junto al río Sarine (Saane en alemán) hasta cruzarlo por el Pont du Millieu, uno de los puentes de piedra más famosos de la ciudad y desde el que se tienen una de las mejores vistas de ésta.



A pocos metros de ahí encontramos el Pont de Berne, elegante puente de madera techado que une la península rocosa sobre la que se asienta Friburgo con la orilla sur del río. Fue el primero en construirse, en el año 1250.



Desde este punto ponemos rumbo al casco antiguo. Friburgo fue fundada en el s. XII por el duque Bertholdo IV de Zähringen y su nombre significa "ciudad fortificada libre". En 1481 se unió a la Confederación Helvética y con más de 200 fachadas góticas recuerda haber sido una ciudad importante durante la Edad Media. Es además una población claramente bilingüe al encontrarse entre la parte francófona y la germanoparlante del país.






En pocos minutos de subida llegamos al plato fuerte de la ciudad, la Catedral de San Nicolás, construida entre los siglos XIII y XV en molasse, una roca sedimentaria abundante en el país. Destaca por sus vidrieras y su imponente torre de 74 metros de altura desde la que se debe ver sin problemas toda la ciudad.



A pocos metros de allí se encuentra el ayuntamiento u Hôtel de Ville, finalizado en 1522, que cuenta con una torre de reloj y una escalinata doble. Delante de él se encuentra la fuente de San Jorge, con una escultura de éste matando al dragón. Junto a ellos está el Tilo de Morat, en recuerdo del mensajero que llevó a la ciudad la noticia de la victoria sobre Carlos el Temerario en Morat (Murten).




Seguimos callejeando, sorprendidos por la tranquilidad que se respira para ser un día laborable, y descubriendo curiosos rincones a nuestro paso.







Así llegamos hasta otro de los atractivos de la ciudad, el funicular, inaugurado en 1899 y que une el casco antiguo con el resto de la zona urbana en 2 minutos por 2,80 CHF. Es conocido por ser el único en Europa que se sirve de las aguas residuales de la ciudad para funcionar, mediante un sistema de contrapesos.



Nosotros bajamos caminando por unas escaleras entre árboles que hay junto a él y así poder fotografiarlo desde fuera. A nuestra espalda quedaban la Catedral y el resto de edificios góticos del centro histórico.



De regreso al coche pasamos por la Fontaine du Sauvage o Fuente del Salvaje, del s. XVII y volvimos a cruzar el río Sarine, despidiéndonos de esta bonita ciudad medieval.



Llegamos al coche una media hora antes de cumplir las 2 horas de estacionamiento permitidas, si sólo se quiere recorrer la ciudad dando un paseo es fácil hacerlo en menos de ese tiempo. En la plaza donde habíamos aparcado está la Fontaine de St-Jean o Fuente de San Juan del siglo XVI, y tras ella un granero construido en el siglo XVII, que cien años más tarde se convirtió en cuartel y en la actualidad acoge el Servicio Arqueológico.


Lo cierto es que Friburgo nos gustó bastante, aunque después de pasar el día anterior entre Lucerna y Berna, es cierto que no resulta tan espectacular.

Desde allí tardamos algo más de media hora en llegar a nuestro siguiente destino, el pueblo de Gruyères.

Lo primero que encontramos al llegar, en la zona moderna del pueblo, es la Maison du Gruyère, museo del queso del mismo nombre, cuya entrada cuesta 7 CHF por adulto.

Si seguimos avanzando llegamos a lo que es en sí el casco antiguo de Gruyères. Antes hay 3 aparcamientos donde dejar el coche gratis, ya que el centro del pueblo es peatonal. Nosotros lo dejamos en el segundo, ya que el de arriba estaba completo y apenas hay 5 minutos de uno a otro subiendo por un camino. En el parking de arriba hay baños públicos gratuitos.

A la entrada del pueblo está la Oficina de turismo donde nos proporcionan un mapa del pueblo, aunque es tan pequeño que no hace mucha falta. Básicamente es una calle, con una plaza central, que acaba en el Castillo y que cuenta con un ramal que nos lleva a la Iglesia.




Esta calle principal está llena de tiendas y restaurantes y aunque el lugar es pequeño y muy turístico tuvimos suerte y no encontramos demasiada gente que lo hiciera agobiante.





Justo antes de enfilar la entrada al castillo encontramos una de las atracciones del pueblo, el Giger Bar y el HR Giger Museum, en honor al creador de Alien. El acceso al bar es libre pero hay un cartel en la puerta indicando que sólo se permite hacer fotos a los clientes. La entrada al museo son 12,50 CHF.



El Castillo, del siglo XIII pero restaurado en el XIX, alberga en la actualidad un museo que está abierto diariamente de 9 a 18 horas. La entrada son 12 CHF, aunque hay posibilidad de comprar una combinada con la Maison de Gruyère, el museo de HR Giger o el museo del Tibet, el cual cuenta con esculturas budistas y pinturas del Himalaya.








También se puede rodear para verlo desde todos los ángulos, con la ayuda de un camino circular de acceso libre.



Si en lugar de volver al punto de inicio tomamos un desvío descendente llegamos hasta la plaza de la iglesia.






Desde allí tenemos muy buenas vistas del complejo del castillo en lo alto del pueblo.



Esta zona de la ciudad también está amurallada, con varias puertas de acceso al recinto interior.



Preside la plaza la iglesia de St. Theodule, con origen en el siglo XIII pero reconstruida en el s. XIX tras varios incendios.



De vuelta en el centro del pueblo aprovechamos para entrar a alguna de las tiendas de souvenirs y artesanos, en busca de nuestro ya tradicional imán del viaje, ya que éste se acercaba a su fin y aún no habíamos mirado nada. En general eran bastante caros, pero al final encontramos uno que nos gustaba por 4 CHF. Muchas de las tiendas están en casas de los siglos XV y XVI con mucho encanto.



Una vez de regreso al coche pusimos rumbo a nuestro siguiente destino del día, el castillo de Chillon. Sin embargo, en lugar de ir hasta allí por el camino más corto aprovechamos para dar un rodeo que nos devolviera por unas horas a las montañas suizas que ya echábamos en falta.



Habíamos visto que la zona entre el Col du Pillon y el Col de la Croix junto con el imponente macizo de Les Diablerets merecía una visita, y aunque no teníamos mucho tiempo no quisimos dejar de recorrerlo aunque fuera en coche y sin apenas paradas.




Pasamos junto al pueblo de Gstaad, famoso en el mundo del esquí, en especial entre la gente con dinero, ya que famosos y gente de la realeza pasan sus vacaciones aquí, y atravesando verdes pastos, bosques, pequeños pueblos y algún castillo llegamos hasta lo alto del Col du Pillon, a 1.546 m, donde encontramos el teleférico de la estación Glacier 3000 que permite alcanzar en pocos minutos los 3.000 metros de altitud. Por allí hay infinidad de actividades a realizar, como senderismo, una vía ferrata, paseos por el glaciar, cruzar un puente colgante o subirse en una mini montaña rusa, todas ellas con vistas espectaculares.



Como por desgracia no teníamos tiempo para nada de eso nos conformamos con acercarnos a ver el Lac Retaud, al que se llega por una estrecha carretera a pocos metros de la estación del teleférico. También se puede subir hasta él caminando o en autobús. Pese al día cubierto que teníamos nos gustó mucho, es una zona preciosa con un montón de posibilidades.




Aprovechando que ya era más de la una y que el sitio era muy tranquilo, nos preparamos una fideuá que nos supo a gloria.






Pero aún nos quedaba mucho por ver, por lo que continuamos recorriendo estas carreteras de montaña, con magníficas vistas de Les Diablerets y otras montañas por encima de los 3.000 metros.


El espectacular paisaje incluía por supuesto bosques, cascadas y pequeños glaciares en las partes altas.



Pasamos por otro de los puertos de montaña famosos en la zona, el Col de la Croix, situado a 1.778 metros de altitud, y de ahí iniciamos el descenso hacia la civilización.



En algo más de media hora llegamos al Castillo de Chillon, en la orilla oriental del Lago Leman, el mayor lago de la Europa Occidental con 582 kilómetros cuadrados, 52 km de largo y 12 de ancho. También es conocido como Lago de Ginebra, ya que esta ciudad se sitúa en su extremo sur y pertenece en un 60 % a Suiza y en un 40 % a Francia.


La carretera 9 con la que se llega hasta el castillo y que va bordeando el lago no es demasiado ancha, pero una vez allí hay aparcamiento gratuito antes y después de éste, aunque es necesario disco horario ya que se permite estacionar un máximo de 4 horas. Si no se dispone de él se puede conseguir en las taquillas del castillo.

Nosotros aparcamos pasado el castillo, al borde de la carretera junto a un restaurante. A través de un puente cubierto de madera accedemos al camino que lleva a la entrada principal al castillo.



Por el camino empedrado peatonal bordeamos la parte del castillo opuesta al lago.



El puente cubierto que conduce a la torre de entrada fue antaño un puente levadizo, siendo hoy en día la única forma de acceso al interior del castillo. Por unas estrechas escaleras junto a él se puede bajar a un pequeño embarcadero.


El precio de la entrada es de 12,50 CHF y en verano está abierto de 9 a 19 horas. Es uno de los edificios históricos más visitados del país, con alrededor de 350.000 turistas al año.

El recinto está compuesto por 25 edificios y 4 patios y está defendido por gruesas murallas y torres semicirculares. Aunque sus orígenes se remontan al siglo XI, la construcción actual es del s. XIII. Se construyó para los condes de Saboya, que habitaron en él durante casi cuatro siglos.



Como muchos otros castillos, sus cámaras subterráneas fueron utilizadas en algún momento como cárcel.



Aunque su interior probablemente merezca una visita, nosotros preferimos ahorrar tiempo y dinero y tras las fotos de rigor y un paseo por los alrededores, en los que hay un pequeño parque con bancos y un kiosko, volvimos al coche para seguir viaje.




Ya "sólo" nos quedaba como objetivo del día el Col du Grand-Saint-Bernard, que nos llevaría a pisar el cuarto país en 11 días. Para ello cogimos la autopista a Martigny, por donde habíamos pasado durante nuestro primer día en Suiza, y de ahí seguimos hacia el puerto de montaña. Sin embargo, al llegar al pueblo de Valettes cogimos la carretera hacia Champex, ya que habíamos leído que era una zona muy bonita que merecía la pena recorrer.

Lo cierto es que la zona no está mal, por aquí se llega al lago alpino de Champex, una zona de ocio estival muy agradable, pero la cantidad de curvas de la carretera tanto durante el ascenso como en el descenso, en nuestra opinión no compensa el desvío si no se va con tiempo. Además el tiempo empeoró aún más en lo que tardamos en llegar hasta allí, por lo que hicimos la mayor parte de la subida posterior al Col du Grand Saint Bernard entre lluvia y viento.

Varios tramos de la subida se hacen por túneles o zonas cubiertas con protección anti-aludes, y es precisamente en uno de ellos donde se encuentra el desvío hacia el Col, una bonita carretera de montaña que en invierno permanece cerrada. Está bien señalizado pero conviene estar atentos ya que si nos la pasamos se cruzaría a Italia por el túnel de peaje de 6 km, inaugurado en 1964 y que cuesta 29,30 CHF por coche.



Por suerte cuando llegamos a lo alto del puerto, a 2.473 metros de altitud, apenas llovía y pudimos salir del coche a dar un pequeño paseo. No hay problema para aparcar, hay aparcamiento gratuito. Allí encontramos el Hospicio para peregrinos, fundado por San Bernardo de Aosta en el año 1050. Desde entonces los monjes agustinos, entre los que la hospitalidad es legendaria, se encargan de acoger al viajero. En verano está abierto el albergue que cuenta con 30 habitaciones, tienda de recuerdos y restaurante. Del Hospicio destacan la iglesia barroca y la Sala del tesoro, con objetos sagrados pertenecientes a la congregación. La visita es gratis.



Fueron también los monjes agustinos los que comenzaron a criar en el siglo XVII los famosos perros San Bernardo con el fin de transportar mercancías y rescatar a víctimas de aludes. Según la leyenda, Barry, el más famoso de ellos, habría salvado a más de 40 personas. Desde 2005 la Fundación Barry se encarga de su crianza en Martigny, aunque en verano suben a varios de sus miembros y es posible solicitar un paseo con ellos.

Frente al Hospicio se encuentra el Museo, al que se accede por detrás del edificio. La visita comienza viendo a los famosos perros, continúa con información de la flora, fauna, geología e historia de la zona y una muestra de objetos ofrecidos o abandonados por los visitantes y acaba con una exposición temporal. El precio de la entrada es de 10 CHF pero cuando llegamos estaba cerrado, ya que de principios de junio a mitad de octubre el horario es de 10 a 18 horas, con la última entrada media hora antes del cierre. Por suerte llegamos a ver de pasada uno de los San Bernardos que llevaban a otra zona y la verdad es que son unos perros impresionantes.

Al otro lado del puerto encontramos el lago glaciar del mismo nombre, entrando con él en tierras italianas. En su otro extremo hay varios edificios de alojamientos y restaurantes, desde los que se tiene una vista impresionante del paso y el Hospicio. Hay además varios aparcamientos grandes gratuitos donde se puede pasar la noche con furgoneta o caravana sin problemas.



Ya sólo nos quedaba bajar al valle de Aosta donde pasaríamos la noche, no sin antes dar varias vueltas para encontrar un sitio adecuado y teniendo que recurrir finalmente a nuestro mapa de cabecera de Furgoperfectos. Pero en la bajada nos aguardaba aún una curiosa sorpresa...

Si unos días antes habíamos estado buscando marmotas en Saas-Fee, este día apareció una ante nuestros ojos casi sin quererlo. Al dejar de llover y salir un poco el sol es fácil verlas pasar el rato sobre rocas sin apenas inmutarse. Fue un broche estupendo para nuestra estancia en Suiza.


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