lunes, 8 de diciembre de 2014

Día 6 en Islandia (14/09): Cañón de Jökulsárgljufur (Dettifoss y Hafragilsfoss), zonas geotérmicas Hverir y Krafla y Mývatn Naturebaths

Pasado ya el ecuador del viaje, el sexto día en Islandia amaneció con un tiempo espléndido. Aunque iría cambiando a lo largo de la jornada para cumplir el dicho islandés, despertarnos con un sol radiante nos animó bastante. Por desgracia, el cambio en el tiempo no sería el único al que tendríamos que adaptarnos ese día.



Pero lo primero fue desayunar en el confortable comedor del camping y recoger todos nuestros bártulos, haciendo un poco de "tetris" en la furgoneta para que quedase todo bien colocado.





Poco después emprendimos viaje. Este día tocaba también hacer bastantes kilómetros por lo que no podíamos entretenernos mucho, aunque no pudimos evitar parar en un rincón precioso a mitad de subida del puerto, la cascada de Gugufoss.


Coincidía que la luna estaba justo encima lo que le daba un aspecto todavía más mágico.


Nos acercamos a ella por el caminillo junto al río para hacer alguna foto más de cerca, pero como teníamos que seguir rumbo a Dettifoss enseguida tuvimos que volver a la furgoneta.






Nos despedimos de este precioso valle con ganas de más, hubiese estado bien hacer alguna ruta por allí o recorrer el fiordo entero hasta el final, pero como suele pasar en la mayoría de viajes, pese a dedicar el máximo tiempo posible a ver cosas siempre se quedan muchas sin ver.




Una vez superado el puerto estuvimos buscando las cascadas de Fjardara, que habíamos leído que eran 36 saltos de agua seguidos que merecía la pena ver, pero no las encontramos por lo que continuamos el viaje.

Hacia el Sur se veían montañas nevadas de bastante altura y en vano tratábamos de descubrir cuál sería el famoso Barðarbunga, aunque probablemente ni siquiera se viese desde allí.







Llegados a Egilsstaðir, retomamos la Ring Road para seguir por ella durante unas 2 horas, hasta llegar al cañón de Jökulsárgljufur donde teníamos pensado acercarnos a ver Dettifoss. Al rato de dejar la ciudad nos encontramos esta cascada junto a la carretera y no nos resistimos a inmortalizarla. Pese a que llevábamos ya casi una semana en el país y no habíamos parado de ver cascadas todo el tiempo, seguía sorprendiéndonos la facilidad con la que surgían en cualquier parte.



Sin embargo, pronto abandonaríamos las zonas verdes de contrastes, ya que el paisaje en esta parte del país es en general bastante monótono, con llanuras sin apenas vegetación atravesadas por ríos o torrentes y colinas de distintos tonos de marrón que se van levantando a ambos lados de la carretera.





Este día entendimos porqué la zona Norte es menos visitada que la zona Sur, aunque dar la vuelta completa a la isla también tiene su encanto al permitirnos conocer todos sus matices. Aquí las nubes empezaban ya a hacer acto de presencia y el fuerte viento hacía que cualquier parada fuera bastante rápida.





El cañón de Jökulsárgljufur, perteneciente al Parque Nacional Vatnajökull, se puede recorrer por la margen derecha del río Jökulsá, el segundo más largo de Islandia con 206 km, a través de la carretera 864 sin asfaltar, o por la margen izquierda por la carretera 862, asfaltada hasta Dettifoss y de gravilla a partir de ahí. Nuestra idea inicial era ir por una de ellas hasta Ásbyrgi, al final del cañón, y volver por la otra, para así poder ver Dettifoss desde ambos lados y conocer los distintos paisajes del cañón, como Versturdalur.



Sin embargo, la actividad sísmica en la zona del Bardarbunga y la erupción en la fisura de Holohraun en agosto dieron al traste con nuestros planes, ya que por precaución frente a posibles inundaciones consecuencia del deshielo de parte del glaciar, se cortó la carretera 862 a partir de Dettifoss.

Mantuvimos la esperanza de que la situación cambiara hasta el último momento, pero como pudimos comprobar en la web de carreteras, eso no sucedió. Por tanto tuvimos que improvisar y finalmente decidimos coger la 864, desde la que pensábamos tener unas mejores vistas de la cascada y por la que podíamos llegar hasta Ásbyrgi. Por desgracia nos arrepentimos bastante de esta decisión. La pista 864 no está en buenas condiciones y resulta imposible ir a más de 30 km/h con un turismo normal si lo valoras lo más mínimo. En consecuencia, los algo más de 30 km que había hasta Dettifos nos llevó más de una hora recorrerlos, a lo que había que añadir el hartazgo de conducir a esa velocidad, atentos constantemente a los socavones y con un entorno árido que ni siquiera permitía disfrutar de las vistas.

Una vez en el parking que permite acceder a Dettifoss, en el que hay una caseta con baños, se tarda unos 10 minutos en llegar a la cascada por un camino señalizado.


Se puede llegar hasta el mismo borde, aunque hay que tener cuidado con las rocas, ya que algunas de ellas pueden llegar a ceder por la erosión y la mayoría suelen estar mojadas por el agua que se levanta en el propio salto y pueden resbalar. Esto sin embargo permite también en ocasiones ver curiosos arco iris río abajo.



Dettifoss, de 45 m de altura y 100 m de ancho, es la cascada más caudalosa de Europa, con 500 metros cúbicos por segundo. El color del agua contrasta con sus alrededores, una superposición de capas de lava cubiertas por hierba, musgo y líquenes.




Aunque el tiempo no era muy apacible, con bastante viento y algunas gotas cayendo de vez en cuando, estuvimos un rato por allí haciendo fotos y dejándonos envolver por el estruendo que caracteriza esta magnífica cascada.



























Aproximadamente 1,4 kilómetros río arriba por el camino señalizado está la cascada de Selfoss, bastante más pequeña pero con las típicas columnas basálticas oscuras de fondo. Nosotros, viendo lo que habíamos tardado en llegar hasta aquí con el coche y sabiendo que aun nos quedaba otro tanto, decidimos no acercarnos a verla muy a nuestro pesar. Esta zona, en especial si está abierto el acceso al otro lado del cañón, se merece verla con calma y dedicar prácticamente todo el día a hacer excursiones por los alrededores, ya que solo el cauce del río ya ofrece imágenes espectaculares.



Nosotros teníamos que continuar, aunque nos dimos un pequeño capricho para compensar. Unos 3 km más adelante está la cascada de Hafragilsfoss, a la que se puede llegar en coche siguiendo la 864 hasta una entrada a mano izquierda, o andando desde Dettifoss por un camino paralelo al río. Nosotros nos decantamos por la primera opción.



Desde donde se deja el coche no es necesario andar mucho para verla, hay una especie de mirador desde donde se pueden hacer fotos y que permite ver prácticamente toda la zona, tanto río arriba como río abajo.






En la guía Rother (1ª edición) la ruta 25 de unas 4 horas, enlaza las 3 cascadas anteriores por el margen izquierdo del río, cerca de la carretera 862.

Nos tocaba volver a la pista infernal y continuar por ella hacia el Norte. El acceso desde ésta al aparcamiento de Hafragilsfoss tampoco está en buenas condiciones pero no hay mucha distancia y permite ver pasos curiosos como éste, donde preferirías no encontrarte alguno de los todoterreno gigantes típicos del país de frente.



Llegar a la carretera 85 asfaltada fue un descanso enorme. Pero el ánimo no estaba muy alto ya que habíamos perdido toda la mañana y apenas habíamos visto nada de lo que teníamos previsto. Para intentar sacar algo de provecho del cambio de ruta nos dirigimos hacia Husavik para ver si llegábamos a tiempo de modificar nuestra reserva de alojamiento del día siguiente y pasar esa noche allí, para así dedicar lo que quedaba de día a hacer la excursión con ballenas.

Por este motivo pasamos de largo la entrada a Ásbyrgi, un valle en forma de herradura con paredes de más de 100 m de alto que los colonos vikingos achacaban a la pisada del caballo de Odín, dios supremo de la mitología nórdica, y que contiene un bosque de abedules y la isla rocosa de Eyjan en su parte central, que sirve de mirador de toda la zona. Ahí se puede encontrar además un centro de visitantes del parque, tienda y camping.

Recorrimos por tanto la península de Tjörnes siguiendo la carretera 85 hasta Husavik sin hacer ninguna parada, ya que el fuerte viento y el cielo cubierto con poca luz no invitaban a ello, a lo que se añade el hecho de que esta zona no resulte tan espectacular como las de la costa sur. En la zona este de dicha península se establecen colonias de frailecillos y otras aves marinas en la época de cría.

Al llegar a Husavik preguntamos en una de las empresas de avistamiento de ballenas si tenían sitio para la última salida y nos dijeron que no había ningún problema, esta época no debe haber mucha afluencia y menos al final del día. Sin embargo, al acercarnos a las cabañas donde habíamos reservado para el día siguiente un cartel indicaba que no había alojamiento libre y al no encontrar a nadie en recepción con quien confirmarlo desistimos de nuestro intento frustrado de cambio de planes.

En consecuencia no nos quedó más remedio que retomar el plan inicial. Nos dirigimos hacia el sur, pero en lugar de coger la carretera 87 fuimos por la 845 hasta la Ring Road, ya que en el mapa ésta aparecía como asfaltada mientras que la 87 tenía tramos de gravilla y habíamos llegado a nuestro límite de pistas por una temporada. Rodeamos así el lago Mývatn, que recorreríamos al día siguiente, de sur a norte, y pasado Reykjahlíð continuamos unos 5 km hasta la zona de sulfataras de Hverir, a los pies del monte Námafjall.





Hverir es un área de gran actividad geotérmica formada por charcas de barro ardiente, fumarolas, pozos y grandes depósitos de azufre. En consecuencia, el olor a huevos podridos que se nota nada más salir del coche es realmente fuerte.









Debido a los depósitos de yeso, sílice y azufre que han ido expulsando las fuentes geotérmicas, la zona presenta una variedad de colores indescriptible. Durante siglos el azufre fue extraído en Islandia para fabricar pólvora.





Por seguridad es recomendable no salirse de los caminos delimitados, ya que en algunos puntos la superficie del suelo es demasiado fina y puede hundirse al pisar sobre ella. Además, la temperatura en algunos puntos ronda los 100 ºC, alcanzándose los 200 ºC a 1000 metros de profundidad.




Uno de los caminos, en el lado opuesto de donde se sitúa el parking, permite ascender al Námafjall, superando los 120 metros de desnivel en alrededor de 1 hora. En la guía Rother se describe en la ruta 30.







Uno de los mayores atractivos de la zona son las fumarolas, que llaman especialmente la atención a gente como nosotros que no estamos acostumbrados a verlas y que hicieron que pese al mal olor permaneciésemos allí bastante tiempo haciendo un montón de fotos.







A menos de 1 km del parking de Hverir sale la carretera 863 asfaltada que se adentra en la zona geotérmica de Krafla, un volcán cuya última erupción se produjo hace tan sólo dos décadas.

La carretera atraviesa la central eléctrica de Kröflustöð, donde han sabido como solucionar esta situación de forma curiosa. 





Al final de la carretera se encuentra Viti, "infierno" en islandés, un cráter de origen explosivo en el volcán Krafla. Se accede a él fácilmente desde el aparcamiento donde se deja el coche y se puede rodear por completo sin problema (aproximadamente 1 km).






Otro de los lugares de interés de la zona es el campo negro de lava de Leirhnjúkur, una de las zonas de Islandia  más peligrosas a nivel vulcanológico y donde se puede observar la fisura que allí se formó en el año 1727. Se accede a él mediante una pista a mano izquierda en la subida hacia Viti, un kilómetro antes de llegar allí. En la guía Rother la ruta 31 recorre la zona en un paseo circular de una hora y media.




El valle en general es bastante curioso. Se puede encontrar desde una ducha junto a la carretera en mitad de ninguna parte, hasta campos de lava desde los que aún sale humo o laderas negras cubiertas de vegetación de colores gracias al otoño.





Finalmente, tras un día agotador, al menos mentalmente, pusimos rumbo a nuestra última parada del día, Mývatn Naturebaths, para darnos un baño relajante y recuperarnos por completo. Se encuentran a 3 km de Reykjahlíð, el acceso está señalizado. Su precio es de 3000 ISK por persona, por lo que es más barato que la famosa Blue Lagoon, aunque también es más pequeño, lo que hace que resulte a su vez bastante acogedor. Las instalaciones están bastante bien y hay una cafetería que sirve comidas y cenas. Su horario es de 9 a 23.30 en verano y de 12 a 21.30 de septiembre a mayo.



Para entrar son necesarios bañador y toalla, pero si no se dispone de ello se puede adquirir en la recepción. Allí, al comprar los tickets, te indican el funcionamiento de las instalaciones. Primero se accede a un pasillo donde se debe dejar el calzado en unas estanterías. A continuación se pasa a los vestuarios donde hay taquillas para dejar las cosas y cambiarse. Allí hay que ducharse y después ya se puede salir a la zona exterior, donde se encuentra la laguna, una pequeña piscina rectangular y la sauna. Hay manguitos junto a la salida para los niños.

Los vestuarios no están mal, aunque se nota que pasa mucha gente por allí. Todo está señalizado, con los pasos a seguir y las distintas zonas del vestuario. Hay además gel en las duchas y secadores de pelo junto a los lavabos. Algo que a mí me llamó mucho la atención fue que disponen de una secadora para los trajes de baño. No es muy grande y hay que seguir con atención las instrucciones de uso pero es bastante práctica para no llevarse luego las cosas chorreando.



La experiencia para mí fue muy positiva, aunque a José no le gustó tanto. El agua, que está entre 36 y 40 ºC, lo obtienen de un pozo de perforación a 2500 metros de profundidad, por lo que contiene una mezcla de minerales, silicatos, azufre y microorganismos que le dan un olor no demasiado agradable, aunque tampoco era muy fuerte y se podía soportar bien. De hecho el agua caliente en las casas islandesas tiene ese mismo olor y cuando te duchas la sensación es bastante rara porque no parece que te estés "limpiando" precisamente... Por lo demás estaba bastante bien, hay que tener cuidado con el suelo de la laguna porque hay zonas resbaladizas, pero resulta muy relajante y sales con la piel como un bebé. Además no había mucha gente por lo que pudimos disfrutar tranquilos del momento.

Como ya era de noche cuando salimos y estábamos bastante cansados decidimos quedarnos a cenar allí para luego ya buscar el camping e irnos a dormir directamente. Además habíamos ido picando cosas durante todo el día pero sin para a comer tranquilamente por lo que teníamos hambre y ganas de descansar. No había demasiado donde elegir, sandwiches y algunos platos calientes y nos gastamos tanto como en la entrada a los baños, pero al menos salimos cenados y directos a dormir.

Habíamos visto que en los alrededores de Reykjahlíð había 3 camping, y estuvimos dando una vuelta por la zona para ver cuál nos convencía más. Al final, bastante cansados ya, optamos por el de Hlíð, a las afueras del pueblo y un poco separado del lago, famoso, como su propio nombre indica, por dar cobijo a una enorme cantidad de mosquitos.


Tras registrarnos en la recepción y pagar las 1400 ISK por persona que costaba pasar la noche, buscamos un sitio para la furgoneta y nos fuimos por fin a dormir, esperando levantarnos con mejor pie al día siguiente.


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