viernes, 21 de octubre de 2016

Día 9 Viaje a Suiza (09/07): alrededores de los lagos Thunersee y Brienzersee, cascadas Giessbachfälle y garganta Aareschlucht


Nuestro road trip por Suiza iba a llegando a su fin y este era el último día que nos quedaba cerca de los Alpes antes de poner rumbo a las ciudades e iniciar el camino de vuelta. Aunque no iba a ser un día de montañas, las íbamos a tener cerca todo el día, ya que aún nos quedaba mucho por ver en los alrededores de Interlaken.



Tras un desayuno reconfortante bajo otro día de cielo azul, volvimos a la carretera que rodea el Thunersee. La primera parada la hicimos a los pocos minutos en el Castillo de Oberhofen. Delante de su entrada hay un aparcamiento, de pago entre las 7 y las 19 horas todos los días, con estacionamiento máximo permitido de 2 horas. La primera hora es gratis y la segunda cuesta 1 CHF, por lo que merece la pena dejar allí el coche para visitar el castillo. Aunque no se vaya a estar más de una hora hay que sacar ticket, introduciendo en el parquímetro el número de la plaza donde se deja el coche.



Aunque el castillo abre únicamente de 11 a 17 horas de mayo a octubre (lunes cerrado), los jardines que lo rodean son accesibles desde las 9 de la mañana hasta prácticamente el atardecer, variando según el mes del año. Además el acceso a ellos es libre, mientras que la entrada al castillo tiene un coste de 10 CHF por persona, salvo que se tenga algún pase como la Swiss Travel Pass. Como el castillo no estaba abierto cuando llegamos, decidimos rodearlo y dar un paseo por sus bonitos jardines.


Esta fortaleza, con origen en el siglo XIII, ha ido pasando a lo largo de su historia por numerosas manos, hasta que en el s. XIX los condes de Portalès lo transformaron en lo que es hoy día, un bonito castillo de cuento a orillas del Thunersee.



Desde 1954 alberga en su interior un museo perteneciente a la Oberhofen Foundation, con sus estancias decoradas según el estilo de la clase alta bernesa entre los siglos XVI y XIX y una curiosa sala de fumadores de estilo oriental.




Los jardines tampoco se quedan atrás. Incluyen un paseo junto al lago, una zona de jardín botánico, así como galerías formadas por setos y plantas.


Recorriéndolos disfrutamos de un agradable paseo. La verdad es que tanto si se entra al interior del castillo como si no, este lugar merece una visita, por sí mismo y por las vistas que hay del lago y los alrededores.



Desde allí nos dirigimos a nuestro siguiente destino, el pueblo de Thun, que cuenta también con un bonito casco antiguo y un castillo medieval (entrada 10 CHF). Sin embargo acabamos desistiendo de visitar el pueblo: nos costó un rato acceder ya que había bastante tráfico y llegamos hasta el propio castillo, pero allí apenas hay aparcamiento y es con parquímetro, que como no teníamos francos en monedas no nos valía como opción (costaba 1 CHF cada 30 minutos). Nos acordamos de haber leído que en las Oficinas de Turismo daban los relojes de cartón que se utilizan en algunas zonas de aparcamiento para señalar la hora de llegada y pensamos que era buena opción para así conseguir también un mapa de la ciudad, pero la oficina estaba cerrada y tras esperar a que abriera no sabían de lo que les hablaba. Un poco frustrados y bastante hartos del tema del aparcamiento en Suiza decidimos seguir camino ya que aún nos quedaba mucho por ver ese día. Después descubrimos que los relojes los venden por 3,50 CHF en gasolineras, aunque nos pareció un poco caro por un trozo de cartón que íbamos a usar 2 días. Sin embargo por lo que hemos visto el pueblo merece una visita así que lo apuntamos para la próxima.

En pocos minutos llegamos a Spiez, otro pueblo a orillas del Thunersee del que lo más destacable es también su castillo.



Aquí había que pagar por aparcar sí o sí, los aparcamientos que había eran de parquímetro o subterráneos. Lo dejamos en un subterráneo junto a la carretera de acceso al castillo por 2 CHF/hora que admitía tarjetas.



El lago está a unos minutos a pie del aparcamiento, con una agradable zona de recreo y baños públicos gratuitos.





El castillo, construido entorno al año 933 y reformado en la Edad media en numerosas ocasiones, está abierto a diario de marzo a octubre de 10 a 17 h (excepto los lunes que abren a las 14) y la entrada cuesta 10 CHF salvo si se tiene la Swiss Travel Pass con la que es gratuito. En él se pueden ver objetos de distintas épocas que forman parte de la historia del lugar.




Aunque no se vaya a visitar por dentro se puede pasear por sus alrededores y disfrutar de las vistas sobre el lago, aunque quizá es el menos espectacular de los tres castillos por los que pasamos ese día.




La iglesia románica situada junto al castillo fue construida poco después que éste, entorno al año 1000. Su interior es sencillo, con frescos del siglo XII en adelante.






Pretendíamos dedicar la tarde a las cascadas de Giessbach y el cañón Aareschlucht, pero de camino queríamos pasar por el pueblo de Brienz, ya que habíamos leído que era conocido por tener el callejón más bonito de Europa. Como el margen sur del Brienzersee ya lo habíamos recorrido el día que llegamos a Lauterbrunnen, cogimos la carretera 6 para bordearlo por su parte norte. Lo cierto es que toda esta zona es muy bonita, con las aguas de color turquesa, las montañas al fondo y encantadores pueblos medievales.

La carretera atraviesa Brienz y como queríamos comprar alguna cosa, aprovechamos para aparcar en el supermercado Migros que había en el centro ya que es gratuito. De todas formas, frente al supermercado hay un parking grande junto al lago por 1 CHF cada media hora.


El pueblo es pequeño y acogedor y no se tarda mucho en recorrer, merece la pena parar unos minutos a verlo. Abundan las casas de maderas y las flores, lo que le da un toque especial.




Aún así, Bruhngasse, el callejón "más bonito" de Europa, no nos pareció para tanto. Nos gustó mucho, los vecinos se encargan de tenerlo muy cuidado y adornado y verdaderamente tiene mucho encanto, con las casas de madera del siglo XVIII y sus balcones llenos de flores, aunque quizá es un poco excesivo ese calificativo. 



En el aparcamiento frente al Migros donde habíamos dejado el coche había una columna con folletos de la zona gratuitos. Ahí descubrimos algunos de los otros muchos atractivos de esta zona: el Brienz Rothorn Bahn, el tren cremallera de vapor más antiguo de Suiza que sube hasta los 2.244 metros de altitud, el pequeño lago de Hinterburg, al que se puede llegar andando desde la localidad de Axalp  o el museo al aire libre de Ballenberg con más de 100 edificaciones suizas originales de cientos de años de antigüedad y animales de granja.

Por desgracia no teníamos tiempo de verlo todo y de hecho se iba acercando ya la hora de comer, por lo que nos vino muy bien que hubiese un merendero con barbacoa junto al aparcamiento de nuestro siguiente destino, Giessbachfälle. El precio del parking era independiente de las horas que estuvieses, 5 CHF por todo el día, así que al menos lo aprovechamos para comer. Había gente que se iba sin coger ticket, no sabemos si había alguien controlando. Lo cierto es que la máquina sólo admitía monedas, incluidos euros, pero no tarjetas, por lo que de no tener cambio allí en medio de la nada no había muchas más opciones.

Antes de comer aprovechamos para ver las cascadas, que acumulan una caída total de más de 300 metros.



La zona es preciosa, con varios senderos por el bosque que permiten recorrerlas de arriba a abajo casi en su totalidad.



El sendero 9, el más cortito, nos lleva mediante un recorrido circular de unos 20 minutos por debajo de la propia cascada.



Desde allí vemos abajo el Grandhotel Giessbach, un impresionante edificio de finales del siglo XIX que le da a la zona un encanto todavía más especial, con las aguas turquesas del Brienzersee al fondo.



En este punto el caudal de agua es espectacular y podemos disfrutar de la cascada desde ambos lados.









Nos entretuvimos recorriendo caminos un rato y subimos un poco para ver qué había más arriba pero tampoco demasiado para que no se nos hiciera muy tarde.



También bajamos por el camino que pasa por debajo del funicular que conecta el hotel con el embarcadero del mismo nombre. Aunque es totalmente moderno, su estilo es clásico recordando al que existía hace más de un siglo y superando un desnivel de más de 100 metros en apenas 4 minutos. El precio por trayecto y persona es de 5 CHF y no admiten la Swiss Travel Pass.



En esta parte baja el desnivel es menos acusado y el agua forma saltos de agua, no cascadas tan impresionantes como las de la zona superior.





De vuelta en el parking tocaba prepara la comida y estuvimos muy a gusto en un sitio tan verde y tranquilo. Desde allí pusimos rumbo a otras cascadas, las Reichenbachfälle, en el valle de Hasli.





Estas cascadas son famosas por su relación con Sherlock Holmes, ya que allí situó Sir Arthur Conan Doyle la muerte del personaje, al caer al agua tras forcejear con su enemigo desde la plataforma de observación del salto de 120 metros de altura. La cascada cae a través de siete escalones y se llega hasta ella en funicular o a pie, bien desde la estación del propio funicular en una hora y media o desde el hotel Zwirgi en la parte superior.

Nosotros esto último no lo sabíamos y llegamos hasta la salida del funicular, pero con el presupuesto ajustado que llevábamos había que dejar cosas sin ver y teniendo en cuenta que habíamos visto unas cuantas cascadas nos pareció que esta podría ser una de las prescindibles.

El viaje de ida en el funicular son 7 CHF y 10 si se coge ida y vuelta. Si se pretende visitar también el cañón Aareschlucht hay una entrada combinada por 15 CHF, así como con el museo de Sherlock Holms en Meiringen por 11 CHF. Los tickets que se compran en el funicular sólo se pueden pagar en metálico.

Eran alrededor de las 3 de la tarde y pusimos rumbo a nuestro último destino del día antes de dirigirnos hacia Lucerna, donde pensábamos pasar la noche.

Aareschlucht es una garganta espectacular formada por el río Aare que se puede recorrer a través de pasarelas y pasillos excavados en la montaña.


Nosotros accedimos por la entrada Oeste y junto a la carretera por la que se llega hay mucho espacio para dejar el coche. El edificio principal cuenta con cafetería, tienda de recuerdos y baños gratuitos. Allí se pueden comprar las entradas, a 8,5 CHF por persona, y admiten tarjetas de crédito.



Está abierto generalmente entre mayo y octubre de 8:30 a 17:30 horas, salvo julio y agosto que abren hasta las 18:30. Además durante estos dos meses, los jueves, viernes y sábados alargan el horario hasta las 22 horas (acceso sólo por entrada Oeste) y se puede disfrutar de la garganta iluminada.







Una vez comprada la entrada se accede al recorrido, que se tarda entre 30 y 45 minutos en hacer. Aunque había gente cuando fuimos no era algo excesivo y se podía ver tranquilamente parando a hacer fotos sin problemas.





El valle de Haslital va desde el puerto Grimselpass hasta el lago de Brienz. Su parte alta y baja están separadas por una formación rocosa transversal, que fue horadada por el río Aare con el paso de los siglos hasta formar el Aareschlucht, de 1,4 km de longitud y hasta 200 metros de profundidad.



La construcción de las pasarelas y túneles se inicio en el año 1888, gracias a los vecinos de Meiringen y Schattenhalb que fundaron y financiaron una empresa para realizar los trabajos. El verano de ese mismo año, más de 12.000 personas había visitado ya el tramo existente.





El recorrido es fácil de seguir, no hay apenas desnivel hasta el tramo final, donde hay que subir una rampa para alcanzar la entrada Este, pero si no se va a salir del recinto no merece la pena llegar hasta allí ya que únicamente hay una cafetería. Las pasarelas son de entre 1 y 2 metros de ancho.







Hay un punto curioso en el que una surgencia de agua forma un chorro que cae al río desde una altura de varios metros.



La parte final del recorrido es más abierta y se pueden ver incluso pequeñas playas de piedra a orillas del Aare.



Habíamos leído que la vuelta se puede hacer en tren pero preferimos hacerla andando, ya que al final se tarda parecido contando con la distancia a las estaciones (unos 10 minutos desde cada entrada) y los horarios de los trenes. Además no estábamos seguros si estaba incluido en la entrada. También es posible hacer el regreso a pie por la zona exterior del cañón a través del puerto de Lammi en aproximadamente 1 hora.



Si nos hemos quedado con ganas de gargantas glaciares, a pocos kilómetros de allí hay otra que merece la pena destacar, la garganta de Rosenlaui. La entrada son 8 CHF por persona y abre de finales de mayo a octubre. Se recorre en sentido ascendente (150 metros de desnivel) para volver al punto de inicio por un sendero exterior a través del bosque y en ella destacan las curiosas formaciones que ha esculpido el agua en la roca con el paso de los años.



Nosotros no llegamos a entrar, pero incluso la subida hasta ella recorriendo el valle del mismo nombre es muy recomendable para los amantes de la naturaleza.



En la zona del Hotel Rosenlaui dimos la vuelta porque se nos hacia tarde pero las vistas son impresionantes, con prados salpicados de cabañas de madera a los pies de montañas que rondan los 3.000 metros de altitud como el Engelhörner, Dossen o Wellhorn.





El acceso hasta allí es siguiendo la carretera que lleva a la parte superior de las Reichenbachfall y que avanza en su mayor parte paralela al río Rychenbach, cruzándolo en alguna ocasión. Durante la subida encontramos una caseta con una especie de parquímetro donde informan que se deben pagar 8 CHF por estacionar el coche a partir de ese punto (4 CHF si es a partir del mediodía), tal y como ocurría en el Steingletscher.

Tras recorrer Rosenlauital tocaba poner rumbo al lugar donde pasaríamos la noche en los alrededores de Lucerna, para al día siguiente dedicar la mañana a la ciudad. Aunque abandonábamos las grandes montañas de los Alpes, por el camino encontramos alguna pequeña joya como el mirador de Schoenbuehel, junto a la carretera que baja del puerto de montaña Brünigpass a 1.002 metros de altitud, con vistas al lago Lungerner.


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