Con la idea en mente de que es probable que pronto cambiemos de residencia por motivos laborales, desde hace unos meses tratamos de visitar lugares de esta zona del Nordeste peninsular que despiertan nuestro interés y nos quedan aún por conocer.
Yo tenía ganas de ir al Delta del Ebro y José, más de montaña, a la zona de los puertos de Tortosa-Beceite, por lo que aprovechando unos días libres decidimos acercarnos a la zona con la furgo y combinar ambos.
El primer día pusimos rumbo al Delta y llegamos allí pasado el mediodía, con la idea de probar uno de sus elementos estrella: el arroz.
Escogimos el Restaurant l'Estany "Casa de Fusta", ya que habíamos leído en Internet buenos comentarios y estaba justo en la zona donde habíamos pensado pasar la noche. Aunque tuvimos que esperar un poco porque al ser domingo había bastante gente, la espera mereció la pena. Tomamos ensalada para compartir y arroz seixat del estany, con calamares y cangrejos, muy rico. Todo con bebida y postre nos costó unos 45 €.
Además este es un centro de servicios turísticos (La Cuixota) donde podemos encontrar todo tipo de actividades: alquiler de barcas, bicicletas, piraguas, prismáticos para avistamiento de aves, pesca, paseos en carro, mini zoo... Disponen también de un amplio aparcamiento con área de autocaravanas gratuito (se paga sólo por usar vaciado de aguas), por lo que fue el sitio que escogimos para pasar la noche con la furgo. Junto al restaurante hay un mirador con vistas a la laguna de la Encanyissada y está la Casa de Fusta, centro de visitantes del Parque y museo ornitológico situado en un gran edificio de madera de 1926. Por desgracia cuando llegamos estaba cerrado ya que los festivos sólo abren por la mañana.
También pudimos fotografiar nuestras primeras aves: un somormujo nadando y los simpáticos flamencos que nos enamoran.
Estos animales tan esbeltos, con largas patas y cuello, suelen estar en grupos y a menudo los vemos posados únicamente sobre una de sus dos patas para evitar la pérdida de calor. Se alimentan de crustáceos y algas que filtran rebuscando en el barro.
La zona de la Punta de la Bianya es realmente curiosa. Para llegar hasta allí se recorre una pista sin asfaltar pero apta para turismos por la playa del Trabucador, una lengua de arena con mar a ambos lados pero distinta a las playas a las que estamos acostumbrados. La arena es más compacta, consecuencia de los sedimentos arrastrados por el Ebro en su llegada al mar.
La carretera acaba en una explanada donde dejar el coche y caminar desde ahí por la arena hacia la punta. Aquí encontramos también las Salinas de la Trinidad pero el paso estaba prohibido para personas ajenas a ellas.
Otros lugares de interés cercanos son la laguna de la Tancada y el mirador del mismo nombre, desde el que pudimos ver una garceta y una cigüeñela bastante cerquita, aunque por supuesto los prismáticos son siempre recomendables. Cerca de aquí está MonNatura Delta, un centro de pago con espacios naturales para visitar y conocer más sobre la zona, sus hábitats y sus tradiciones.
La garceta estuvo paseándose durante un buen rato por el borde del agua. Era curioso como caminaba por los arbustos hundiendo sus patas y cada vez que se acercaba al agua trataba de pillar algo de comer. Su dieta se compone principalmente de peces pero en ocasiones también comen anfibios, pequeños reptiles, crustáceos, insectos o gusanos.
Así tuvimos la ocasión de disfrutar de los alrededores a escasos minutos del atardecer, con las tormentas rodeándonos pero con mucha tranquilidad.
Aunque no pudimos ver más flamencos de cerca sí que los vimos volar en grandes bandadas.
Sólo esto, verlos volar en grandes grupos, es espectacular y resulta impresionante.
Desde donde nos encontramos podemos ver además la localidad de Poblenou del Delta, reconocible por la torre de su iglesia.
El área de autocaravanas, al menos en estas fechas, estaba bastante tranquila. Había unas cuantas aparcadas pero lo cierto es que apenas oímos ruidos y la noche transcurrió sin sobresaltos.
Las vistas son estupendas, rodeados de agua y con las sierras cercanas de Els Ports al fondo.
La segunda jornada de la escapada pasamos la mañana en la parte norte del Delta. A diferencia de la tarde anterior el día había amanecido completamente despejado, lo que nos permitía disfrutar de las vistas, como desde el mirador de l'Embut. Hacia el mediodía el viento hizo acto de presencia aunque ya nos habían avisado que aquí era de lo más común.
La multitud de caminos que encontramos en esta zona del Delta del Ebro son una ventaja para caminar o ir en bici, pero con el coche hay que tener cuidado ya que muchos son de tierra y estrechos, y seguir a ciegas el GPS puede meternos en algún lío.
Antes de cruzar a la parte norte de la desembocadura, nos quedaba por visitar otro lugar a este lado del río, la Isla de Buda y la Gola de Migjorn.
Hasta esta playa se puede llegar en coche a través de estrechas carreteras pero la zona de la Isla de Buda, una isla marítimo-fluvial, está protegida y se necesita autorización. Es común contratar empresas turísticas y visitarla en kayak.
A pocos metros de allí está el mirador Migjorn que por su proximidad al mar nos ofrece buenas vistas de éste, de la Gola de Migjorn y en días despejados de las sierras hacia el Este.
Además durante la mañana fuimos completando nuestra lista de aves avistadas, como el morito común, golondrinas, garza real o distintas subespecies de patos.
También repetimos muchas cigüeñuelas y pudimos despedirnos, aunque desde algo más lejos, de nuestros amigos los flamencos. La primera vez que les vimos fue en los Aiguamolls del Empordà y se ha convertido en una de mis aves favoritas.
Lo cierto es que es un lugar fantástico para ver aves, de los mejores de España por su densidad y diversidad. Según la época podemos encontrar infinidad de especies como chorlitejos, martín pescador, cormorán, águila pescadora, etc.
Por este motivo venir al Delta del Ebro cambia muchísimo de una época a otra. En primavera encontramos los arrozales así de inundados desde abril, pero en verano el cereal crece y todo se vuelve verde. En septiembre éste torna a amarillo y en otoño tras la cosecha se vuelven a ver cubiertos de agua. Sin embargo en invierno los campos se secan para regenerarse e iniciar de nuevo el ciclo. Los cultivos de arroz son la base del Delta, ya que suponen el 64 % de su superficie.
Lo máximo que podemos acercarnos con el coche a la desembocadura del Ebro es cerca de la localidad de Riumar, desde donde parten un montón de barcos de recreo que recorren el río. Se puede dejar el coche en una zona de aparcamiento y a partir de ahí hay que moverse andando o en bici. Por el camino encontramos varios miradores.
Por desgracia es probable que sólo le queden unos años de vida al Delta tal y como lo vemos en la actualidad. La combinación del hundimiento habitual de este tipo de espacios sin el aporte necesario de sedimentos, que quedan en su mayoría retenidos en los pantanos de la cuenca del Ebro, añadido a la rápida subida del nivel del mar consecuencia del calentamiento global que lo ha hecho retroceder más de un kilómetro en los últimos 100 años, supone que esté abocado a la desaparición si no se toman medidas para frenarlo.
De camino pasamos por la Font de Sant Pere, una surgencia con bonitas pozas de agua junto a la que hay un restaurante del mismo nombre.
Cuando llegamos al embalse nos sorprende lo seco que está, con tan sólo el 1% de su capacidad, cuando lo normal para estas fechas sería que estuviera entorno al 70 %. Da mucha pena ver cómo salen a la luz las antiguas construcciones, carreteras y edificios, que el pantano anegó en su día y hoy parece haber sido para nada. Ciertamente tenemos que concienciarnos de la importancia del agua, es un bien limitado y debemos tratar de optimizarlo en la medida de lo posible.
Desde aquí se puede llegar al hayedo más al Sur de España, les Fagedes dels Ports, y al Pare Faig, un haya centenario, siguiendo por la pista que sube a la izquierda del embalse hasta un aparcamiento desde donde hay que caminar unas 2 horas.
Nosotros continuamos recorriendo la zona con el coche. Un poco más adelante del pantano hay un área recreativa, Les Ombries de Benifassà, donde aprovechamos para comer y de donde salen algunas rutas. De allí seguimos hasta la pequeña población de Fredes, aunque no tiene nada destacable. Lo que sí merece la pena son las vistas que hay por la carretera de montaña que sube hasta allí, algo tortuosa pero con un ascenso de alrededor de 600 metros que nos permite tener una perspectiva general de esta zona. De camino se pasa junto al Monasterio de Santa María de Benifassà, un complejo impresionante sólo visitable los jueves de 13 a 15 horas.
Para regresar a la carretera principal hicimos una especie de recorrido circular, pasando junto a los pueblos de Boixar y Ballestar, aunque sin entrar a ninguno de los 2.
Cuando ya iniciábamos el regreso nos encontramos con la sorpresa de la tarde: cabras montesas!!
Había 2 algo más lejos en un prado que parecía pertenecer a una finca y otras 2 cerquita de la carretera, acostadas a la sombra de un árbol que se levantaron en cuanto nos acercamos a hacerles fotos.
Deshicimos el camino hecho hasta La Sénia y de ahí pusimos rumbo a donde pasaríamos la noche y uno de los lugares emblemáticos de la zona, el Mont Caro.
De camino se pasa por extensos campos de olivos, que ocupan las zonas medias de estas tierras.
La carretera de acceso al Mont Caro se coge cerca de la población de Els Reguers. Desde ahí nos espera una subida impresionante por una carretera de montaña con varias zonas de curvas en zigzag, desde casi nivel del mar hasta llegar a la cima situada a 1.441 metros de altitud. Por el camino nos encontramos el monumento a la cabra montesa, animal representativo del Parque.
Aunque el desnivel a salvar con esta carretera pueda impresionar, recorrerla es totalmente recomendable, tanto por los parajes que atraviesa como por las vistas hacia las zonas más bajas.
En la subida encontramos otra curiosa amiguita, ésta pegada a la carretera, aunque la pobre había corrido peor suerte y estaba afectada de sarna.
Parecía mentira que la carretera pudiera seguir subiendo, las vistas eran cada vez mejores y alcanzábamos a ver más lejos, aunque a la vez daba un poco de vértigo. Además el viento empezaba a hacer acto de presencia y era cada vez más fuerte. Por el camino encontramos varios apartaderos y un par de miradores para disfrutar de las vistas.
Finalmente, cogemos un desvío a la izquierda que nos lleva en pocos minutos a la cima del Mont Caro, reconocible por las inmensas antenas allí colocadas que ese día hacían bastante ruido por el viento. El coche hay que dejarlo a unos metros de la cumbre, en una pequeña explanada donde no entran muchos coches y que habíamos visto era un furgoperfecto, aunque además de pequeña estaba muy expuesta al viento y nosotros la descartamos.
Para pasar la noche escogimos un furgoperfecto algo más tranquilo, junto a la coqueta Ermita y el Refugio de Santa María dels Ports. La zona está llena de chalets, la mayoría vacíos, y aunque encontramos algo de gente caminando al llegar, pasamos la noche solos aunque sin problema.
Además dormir en lugares así nos permite disfrutar de la naturaleza en estado puro, escuchar los sonidos del cárabo o ver cielos como el de la foto.
El último día de la escapada recorrimos la zona Norte del Parque. Siguiendo la carretera que avanza junto al Barranc de la Conca hacia Alfara de Carles nos desviamos para llegar hasta el área recreativa de El Toscar y pasamos junto a las ermitas de Santa Lucía y San Julián.
De ahí nos dirigimos al valle contiguo, el valle de Paüls. El mayor atractivo allí es el área recreativa de Sant Roc, con la ermita del mismo nombre y una zona de mesas, barbacoas y fuente.
La curiosidad es que cada una de las mesas de piedra del área recreativa es de una familia del pueblo y según la ordenanza municipal son propietarios 3 días al año: el día de San Roque, el de San Antonio y el lunes de Pascua.
Por allí pasan además el GR-7, el GR-171 y es punto de inicio de 3 itinerarios del Parque: Font del Teix, Font dels Ullals y Pla de l'Hedra.
La última parada de la escapada antes de iniciar el regreso a casa es en el pueblo de Miravet, del que habíamos visto muchas fotos. Para llegar hasta él seguimos la carretera C-12 que avanza paralela al río Ebro.
Lo mejor del pueblo es perderse por su casco viejo recorriendo la Aljama, la Iglesia Vieja, la Costa de Riago o el Molino Medieval.
Quizá una de las cosas que más impresiona sean las vistas sobre el Ebro que por esta zona es bastante ancho y lleva mucho caudal.
Otro de sus principales atractivos es el Castillo de Miravet que se alza vigilante en lo alto de la colina.
El origen de este castillo templario imponente, con murallas de 25 metros de altura, está en el siglo XII y se puede visitar por 3,5 €/persona.
Además desde allí las vistas sobre el Ebro y los alrededores son espectaculares. Para comer escogimos Pizzo Restaurante, a las afueras del pueblo junto al campo de fútbol, un menú casero aceptable por 11 euros.
Un broche de oro perfecto para una escapa breve pero muy intensa combinando mar y montaña.
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