sábado, 16 de febrero de 2019

Día 3 Lofoten (18/02): de Ballstad al fin del mundo


Nuestro tercer día en Lofoten amaneció bastante nublado pero eso no nos desanimaba ya que allí hasta los días "malos" son espectaculares. Para esa noche habíamos reservado alojamiento en Reine por lo que, al tener que recorrer una distancia más corta, podíamos disfrutar de la jornada con más calma.




Tras recoger nuestras cosas y dejar Villa Ballstad (aunque tendríamos que volver al día siguiente ya que nos dejamos la comida en la nevera), nuestra primera parada fue en la Buksnes Kirka, enorme iglesia de madera roja construida en 1905 en la vecina población de Gravdal. Está junto a la carretera y merece una visita aunque sea sólo por su exterior.






De vuelta en la carretera principal cogimos el desvío a Myrland tras cruzar un túnel subacuático que permite conectar unas islas con otras.




Habíamos leído menciones sobre la playa de Myrland pero antes de llegar a ella pasamos junto a la de Storsandnes, un lugar ideal para fotografiar auroras boreales, por su orientación, fácil acceso y menor popularidad que otras zonas, aunque nosotros no pudimos comprobarlo ya que nos pillaron noches nubosas.




Cerca de allí fotografiamos los primeros secaderos de pescado, aunque fueron un poco decepción ya que lo que había colgado eran sólo cabezas de peces.




Este desvío son 5 km de carretera junto al mar totalmente recomendables, aunque no está tan limpia como la principal no hay ningún problema con los neumáticos de clavos y los paisajes son impresionantes.





El pueblo de Myrland son apenas cuatro casas de madera donde acaba la carretera y aunque no nos acercamos hasta la playa, ya sólo las vistas desde aquí merecen la pena.




De regreso en la carretera principal vamos encontrando cosas curiosas a medida que avanzamos: desde casas con tejado de turba, que nos recuerdan con cariño a nuestro viaje por Islandia donde las vimos por primera vez, hasta playas en las que la nieve llega casi a la orilla del agua.






Nuestra siguiente parada es el pueblo de Nusfjord, que aunque un poco inaccesible por estar al final de una pequeña península merece una visita. De camino la carretera pasa junto al lago Storvatnet.





A medida que nos adentramos en la península el tiempo se iba poniendo más feo, nevisqueando a ratos por lo que cuando llegamos al pueblo dimos un breve paseo y nos marchamos enseguida.


Nusfjord es uno de los pueblos de pescadores más famosos de la zona. Fue elegido proyecto piloto en 1975 para conservar la arquitectura tradicional.


En la actualidad es un resort y se conserva casi como una especie de museo o pueblo turístico al aire libre donde la mayoría de edificios se consideran históricos, tratando de recrear un pueblo pesquero del siglo pasado y que pueden ser visitados libremente (en verano, ya que en esta época está casi todo cerrado).




Suponemos que en época estival será como un pueblo de cuento pero ese día, aunque muy bonito, resultaba un poco fantasma con todo tan vacío.





Se puede bajar hacia el muelle o caminar junto a la carretera a mayor altura para ver desde lo alto la bonita bahía junto a la que se encuentra.





De regreso a la carretera principal vemos que el tiempo no mejora, lo que nos impide disfrutar de las vistas que deben ser espectaculares. Sin embargo, verlo todo así tan blanco, cubierto de nieve y con el agua helada a trozos también impresiona, a nosotros al menos mucho, quizá por no estar muy acostumbrados a estos paisajes y por lo que nos gusta la nieve.



Volvemos a abandonar la carretera E10 pero en esta ocasión sólo es un pequeño desvío para ver la encantadora iglesia de Flakstad.






De camino encontramos granjas de ganado vacuno que parece mentira que puedan sobrevivir aquí, aunque cuando nos acercamos entendemos el porqué: las vacas  son mucho más peludas que las de España, probablemente para protegerse en este clima tan gélido.



Así llegamos a la Flakstad Kirke que es totalmente de postal.




Construida en 1780, es posible verla por dentro. Justo cuando llegamos se estaba yendo la gente porque había terminado la misa y nos gustó mucho lo acogedoras que resultan estas iglesias de madera.



También nos llamaron la atención algunos detalles como el órgano, un barco de madera que colgaba del techo, suponemos que en honor a los pescadores que abundan en la zona, y el púlpito de madera bastante ornamentado.





Siguiendo la carretera, un poco más adelante encontramos el cementerio de la localidad, todo tumbas en el suelo cubierto de nieve con pequeñas lápidas de piedra.



A pocos metros de allí está la playa de Skagsanden, pero si hay una playa de la zona que nos enamoró fue la de Ramberg, aunque ese día con lo revuelto que estaba el tiempo no estaba en todo su esplendor y decidimos seguir avanzando. Por suerte al día siguiente nos quitamos la espinita y pudimos disfrutarla más.




Seguimos avanzando y aunque el tiempo no mejoraba cualquier rincón era super fotogénico y había que parar a inmortalizarlo.




Así llegamos a la zona de Fredvang, famosa por el puente que la conecta con la carretera principal, el Røssøystraumen bru, que con una longitud de 230 metros fue finalizado en 1988.


En Noruega es común encontrarnos estas impresionantes obras de ingenieria, como ya habíamos visto en nuestro viaje por los fiordos, puesto que su costa, además de escarpada, está salpicada de islas. Aún así sigue sorprendiendo ver cómo salvan con aparente facilidad obstáculos que parecen insalvables a los pies de montañas que se asemejan a las pirámides de los faraones.





Por allí nos entretuvimos un rato, fuimos hasta el pueblo propiamente dicho y regresamos haciendo paradas. Desde un poco más adelante de Fredvang sale un sendero que caminando unos 2 km nos lleva a la playa de Kvalvika, pero no fuimos porque no lo recomiendan en invierno.






Aunque hacía bastante frío no nevaba y estuvimos un rato entretenidos con las cámaras echando humo.





Al principio no lo habíamos asociado pero al llegar aquí José recordó haber visto fotos de esta zona desde lo alto y por lo que vimos después se hacen desde la montaña de enfrente, Volandstind. Aunque parezca totalmente imposible que alguien consiga subir ahí hay un sendero, con algún tramo final empinado y de roca, pero accesible en un par de kilómetros.




A José le encanta la fotografía, sobre todo de naturaleza (podéis ver más fotos suyas en su web) y con estos fondos de postal era difícil resistirse. Ahora entendíamos que este fuera un paraíso para fotógrafos.





Nuestra siguiente parada de ese día fue el pueblo pesquero de Sund, uno de los más antiguos de Lofoten.



Con apenas 80 habitantes está construido alrededor de un puerto al que siguen llegando embarcaciones, por lo que es el lugar ideal para ser visitado por los amantes de la pesca.




De hecho aquí encontramos más secaderos de bacalao aunque sin pescado en ellos.





Además hay una herrería y un Museo de barcos de pesca junto a la cafetería que se pueden visitar.




Recorrimos sus calles de casas de madera de todos los estilos y condiciones, y regresamos a la carretera principal para poner rumbo a Reine.





A partir de aquí la carretera continúa pegada al mar y la encontramos con más nieve pero con las ruedas de clavos y sin correr se va perfectamente.



Cruzamos un par de túneles y pasamos junto al lago Vassdalsvatnet antes de llegar a Hamnøy.









Lo cierto es que antes de llegar teníamos un poco de lío con Reine, Hamnøy, las famosas vistas de la bahía... no sabíamos muy bien cómo ubicarlos.






Pero es tan sencillo como seguir la única  carretera que hay y nada más salir del túnel en Hamnøy nos damos de bruces con probablemente la imagen más famosa de las islas.




Las mejores fotos se hacen desde el puente que hay enfrente por lo que hay que dejar el coche antes o después de él en unos apartaderos e ir caminando. Que no nos sorprenda encontrar a decenas de personas allí con sus trípodes ya que en el rato que estuvimos paró hasta un autobús. No suelen gustarnos mucho las aglomeraciones pero es verdad que al menos en el tiempo que estuvimos en ningún momento fue exagerado de gente y además el lugar lo merece, es totalmente imprescindible.

Aunque en esas cabañas de madera íbamos a pasar la noche, decidimos agotar las horas de luz que quedaban para llegar hasta el final de la carretera y ver qué más sorpresas nos encontrábamos.



En realidad Hamnøy es muy pequeñito, prácticamente se reduce a la zona de alojamientos y algunas cabañas más y lo mismo ocurre con Sakrisøya, un par de puentes más adelante, aunque los pocos edificios que hay son infinitamente fotogénicos y podríamos pasarnos días mirándolos.






En Sakrisøya vemos también junto a la carretera el primer secadero cubierto de bacalao del viaje, aunque parece más un monumento iluminado de noche.




Toda esta zona es un continuo de puentes para conectar las distintas islas. Antes de existir éstos había que coger el barco para pasar de una a otra, pese a que son muy pocos los metros que las separan.

Reine es con diferencia el pueblo más grande de la zona, pese a encontrarse en una península no muy grande unida por un pequeño trozo de tierra, y cuenta con multitud de servicios como gasolinera, restaurantes, peluquería...



En la década de los 70 fue declarado el lugar más bonito de Noruega y no es de extrañar. Rodeado por agua e impresionantes paredes montañosas conserva además sus costumbres con el pescado llegando cada mañana y el bacalao secado de forma tradicional.



Frente a ella está la famosa Reinebringen, cima famosa por las vistas que ofrece sobre la zona y desde donde se han hecho muchas de las fotos que vemos habitualmente. Aunque no es demasiado alta, 448 metros, en invierno probablemente sea peligroso y no teníamos intención de subir con el mal tiempo que hacía. Además habíamos leído que últimamente no se recomendaba el ascenso porque el sendero estaba en mal estado y de hecho lo habían quitado de las guías y colocado carteles avisando del peligro aunque al parecer iban a reacondicionarlo y no sabemos si ya se habrá terminado (más info aquí).



Pero a nosotros nos llamó más la atención otra montaña muy próxima.







Aunque de menor altura, tiene una forma muy peculiar, por lo que era imposible no dedicarle una buena sesión de fotos.








Conviene también detenerse en el aparcamiento donde la gente deja los coches para subir a Reinebringen, situado antes de cruzar el túnel que lleva hacia Å. Desde aquí podemos caminar por la carretera que cruza al centro de Reine y disfrutar probablemente de las mejores vistas de la localidad.






Al igual que ocurría en el puente de Hamnøy es habitual encontrar mucha gente aquí haciendo fotos a cualquier hora del día, incluso de noche. De hecho nosotros teníamos la idea de levantarnos esa noche para intentar fotografiar las auroras, pero el cielo estaba tan cubierto que tuvimos que desistir.





Uno de los encantos principales de esta zona son los reflejos que se forman en el agua, sobre todo de las moles de roca de varios cientos de metros de altitud que salen justo desde la orilla y que dejan sin palabras.

 


Seguimos avanzando rumbo a Å, la población con el nombre más corto del mundo, y de camino encontramos otras 2 localidades: Moskenes y Tind.





Nos detuvimos en la primera, relevante por ser el puerto de llegada de los ferrys desde Bodø que cubren el trayecto con la Noruega "continental".





Lo más interesante de esta localidad, que da nombre a todo el municipio, es su iglesia de madera de color blanco, construida en 1819.





Nos llamaron la atención también los pequeños faros que hay tanto en los puertos como en algunas islitas próximas a la costa, nada comparado con los que estamos acostumbrados a ver en España.





Y así llegamos a Å, que aunque no es el punto más al sur del archipiélago sí que es el más meridional al que se puede llegar en coche, ya que la famosa carretera King Olav road (carretera del Rey Olaf o E10) acaba aquí en un aparcamiento sin vistas tras salir de un túnel.




Con alrededor de 100 habitantes atrae a muchísimos más turistas al año a recorrer sus calles y aunque muchas de sus rorbuer (cabañas tradicionales de madera) se han destinado a alojamientos turísticos, aún se mantienen algunas para la pesca.




A nosotros nos defraudó un poco porque esperábamos encontrarnos con algunas vistas hacia el mar abierto o algo más espectacular tipo Cabo Norte y sin embargo nos pareció uno de los pueblos menos llamativos de la zona.





Aún así conviene acercarse a verlo y allí se puede visitar el Museo de los pueblos pesqueros noruegos, que ofrece visita guiada en español.




Una vez completada la King Olav road deshicimos el camino andado de vuelta a Hamnøy en busca de lo que esperábamos fuera el mejor alojamiento del viaje: una cabaña para 2 con baño y cocina privados en Eliassen Rorbuer, o lo que es lo mismo, las cabañas rojas junto al mar de la típica foto frente al puente.




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