domingo, 10 de noviembre de 2019

Día 5 Namibia (07/06): Cape Cross y Skeleton Coast


Este día se nos presentaba una encrucijada, no teníamos reserva de camping para esa noche y habíamos pasado la tarde anterior pensando cuál sería la mejor opción.

El plan inicial era seguir la Skeleton Coast y dormir en la zona de Twifelfontein pero eran muchos kilómetros y si la carretera era pista de gravilla, como la de camino a Sesriem, además de una paliza considerable no íbamos a llegar allí antes del anochecer y quedábamos expuestos a no encontrar donde dormir.

La otra opción era ir a Cape Cross para después regresar y poner rumbo hacia Brandberg y Spitzkoppe, donde teníamos reservado alojamiento para la noche siguiente que podíamos tratar de adelantar o prolongar la estancia y estar allí un par de noches.

Desde la experiencia de lo vivido creemos que lo mejor hubiera sido la segunda opción, ya que la Skeleton Coast no nos pareció imprescindible, son muchos kilómetros a hacer en 2 días y hacerlo supuso no poder disfrutar de Spitzkoppe todo lo que nos hubiera gustado. Pero no nos adelantemos...

Ante la falta de decisión (como suele ser habitual en nosotros) optamos por elegir sobre la marcha una vez llegásemos a Cape Cross en función de cómo viésemos la carretera.






El día había amanecido con bastante niebla, y al salir de Swakopmund fue lo que nos encontramos. Por suerte la carretera está asfaltada, parecía de hecho bastante reciente, por lo que se puede avanzar cómodamente con límite de velocidad de 120 km/h (100 para nosotros).




Estas nieblas de advección vienen del mar y como la carretera va muy cerquita de éste es muycomún encontrarla en algunos tramos.



Al poco pasamos junto a Wlotskasbaken, una zona de casas de la que nos llamó la atención sus coloridos depósitos de agua, un bien muy escaso en el país pese a estar a pocos metros del mar.





Sin embargo la mayor parte del tiempo avanzábamos entre arena, sin rastros de civilización más que algunos coches que nos adelantaban.





Y lo que ya empezaba a ser una tradición en nuestros viajes fuera de España, de repente en la radio... música en español!!! En esta ocasión Enrique Iglesias :D



Una de las cosas que más nos impresionaba, y nos pasó varias veces ese día, era cruzar cauces de ríos secos. Es cierto que en muchos casos se trata de lo que aquí conocemos como ramblas, que sólo llevan agua un pequeño periodo de tiempo al año, pero en los días siguientes comprobamos cómo la sequía estaba azotando fuertemente el país desde hace unos 4 años y muchos ni llevan agua en esos momentos.




En los tramos en los que la niebla se cerraba más el panorama era algo inquietante, parecía que estuviésemos en mitad de la nada, sólo interrumpido por algún coche.



Uno de los atractivos de esta zona son los barcos hundidos en la costa. Como consecuencia de la frecuente niebla, los fuertes vientos y corrientes y las grandes olas son muchos los que han ido encallando desde el siglo XIX y pasando aquí el resto de sus días. Ni siquiera las ballenas se libraban de acabar así en ocasiones.

Pensábamos que estarían indicados, habíamos leído que había varios y alguno aparecía en el mapa, pero lo cierto es que no vimos ninguna señal. Las entradas de la carretera hacia la playa estaban señalizadas como zonas de pesca, desde la carretera no se veía nada por la niebla y no teníamos tiempo como para entrar en cada una a ver si había algo, por lo que decidimos seguir avanzando hasta que finalmente encontramos uno que se veía desde la carretera y que estaba justo en la orilla.




Es normal encontrar en estas áreas junto a la carretera cuando paras hombres que se acercan  a ofrecerte rocas o contarte cosas de la historia del barco, como que encalló en 2008 o que era un barco pesquero camino de Walvis Bay. Aunque al principio asusta un poco verte rodeado en cuestión de segundos sólo buscan que les compres algo o les des agua o comida y enseguida te dejan tranquilo.

Al llegar a Henties Bay la carretera se bifurca y se puede entrar hacia el pueblo por carretera de sal o seguir por la asfaltada. Nosotros optamos por entrar hacia el pueblo pero al menos en días de niebla no merece la pena porque no se ve casi nada, así que volvimos a salir a la principal, justo en el lugar donde están con las obras de asfaltado. A partir de aquí la carretera es de sal (hasta la entrada al Skeleton Coast Park) pero está en buen estado, mucho mejor que una pista. La velocidad máxima es de 100 km/h, el firme está bien y no hay apenas tráfico, aunque conviene tener cuidado con la niebla y la humedad.

Henties Bay es bastante grande y dispone de supermercados, cajeros, gasolinera... por lo que puede servir de punto de aprovisionamiento antes de internarse en el desierto de la Skeleton Coast. Pasada la localidad hay un desvío a poca distancia al "Dead Sea", un pequeño cráter lleno de agua que tiene una alta salinidad y de ahí su nombre de mar muerto. Se llega por pista en unos 7 km pero nosotros decidimos seguir para no retrasarnos.



Aunque a ratos seguimos con niebla podemos ver en algunos puntos a nuestra derecha zona de dunas y a nuestra izquierda alguna fábrica de sal.






Esta carretera junto a la costa y sus alrededores forman parte del Dorob National Park, que conecta el Namib NP con el Skeleton Coast Park, por lo que no está permitido circular fuera de los caminos ni la acampada libre. Sin embargo es un parque de acceso libre y no hay que pagar ninguna tasa.





Poco antes de llegar al desvío de Cape Cross encontramos junto a la carretera un par de chacales y no pudimos evitar parar a hacerles alguna foto.






Los chacales son unos animales similares a los coyotes de América del Norte pero que habitan en África, Asia y el sudeste europeo.



Son depredadores de pequeños mamíferos, reptiles y aves, aunque en ocasiones también carroñeros. Además están preparados para aguantar corriendo grandes distancias a más de 15 km/h.




El desvío a Cape Cross está señalizado, desde la carretera principal son unos 6 kilómetros por pista en buen estado. Antes de llegar junto al mar hay que parar en la recepción del parque para pagar el permiso y donde podemos encontrar información de la zona, de los lobos marinos y otras curiosidades, aunque el edificio es pequeñito. La tasa por día son 80 NAD por persona y 10 por coche, por lo que pagamos 170 NAD (disponible pago con tarjeta).



Cerca de aquí está el único alojamiento de la zona: Cape Cross Lodge. Está alejado de la zona de lobos marinos, por lo que no hay problemas de malos olores.





De camino al cabo vemos también un pequeño campsite, poco más que unos baños, aunque no es un lugar muy acogedor y habíamos leído que sólo abría de noviembre a julio.



La carretera se acaba en el propio Cape Cross por lo que no tiene pérdida. Y allí mismo están ya los leones marinos tirados por todas partes, con sus crías mamando. Al llegar volvemos a ver chacales, probablemente en busca de alguna cría perdida, pero se marchan enseguida. No en vano ellos y las hienas son los responsables de que la cuarta parte de las crías no salgan adelante.



Junto al aparcamiento vemos 2 cruces en recuerdo de la colocada por el portugués Diego Cao en 1486, de la que derivó el nombre del cabo. Él fue el primer europeo en pisar tierra firme en el suroeste de África.




Ya esa zona, así como parte del aparcamiento está llena de lobos marinos, pero hacia el mar hay todavía muchos más.




De hecho algunos dificultan el acceso a la plataforma de madera que hay para visitar la zona sin molestarlos, aunque al poco llegaron unos chicos y con algo de ruido les espantaron para poder pasar.




Desde la plataforma de madera podemos verlos cómodamente y comprobar la cantidad de ellos que hay, se estima que entre 80.000 y 100.000, lo que la convierte en una de las colonias más numerosas del mundo.




Da cosa ver cómo algunos de ellos atraviesan con su cabeza los barrotes de madera de la pasarela para curiosear, mayormente crías que te miran con esos ojitos. Pero es muy importante no molestarlos en la medida de lo posible, ni tocarles ni darles comida. 



Al parecer no fue hasta 1884 cuando se informó del primer avistamiento de lobos marinos en el cabo, aunque cuando verdaderamente se hizo famosa la zona fue al empezar a explotarse comercialmente el guano, proveniente de sus excrementos y considerado un excelente fertilizante. 




Los lobos marinos también son conocidos como osos o leones marinos, ésta última por la traducción literal del inglés, sea lion, pero son lo mismo. Se diferencian de las focas en que sus orejas son visibles y por su facilidad para caminar en tierra al tener sus extremidades inferiores dirigidas hacia delante. 




Hay 2 subespecies de estos leones marinos, los que habitan aquí y en la costa oeste sudafricana, y otros en la zona de Australia.



Aunque no son animales migratorios sí que hay individuos que pueden recorrer grandes distancias. De hecho se han llegado a registrar travesías de algunos ejemplares de hasta 1.600 km a lo largo de 20 meses.




Los machos adultos suelen pesar entorno a 180 kg, aunque antes de la época de apareamiento pueden alcanzar los 360 kg ya que acumulan mucha grasa con el fin de tener reservas para formar sus harenes, que pueden incluir de 5 a 25 hembras. Éstas son mucho más pequeñas y su peso ronda los 75 kg.



Los embarazos suelen durar unos 9 meses, aunque el óvulo permanece fecundado sin empezar a desarrollarse durante 3. En aproximadamente un mes, entre finales de noviembre y diciembre, nace el 90 % de las crías, que pesan entre 4,5 y 7 kg y tienen el pelaje negro. 





Las crías son amamantadas durante cerca de un año pero enseguida las madres las dejan durante varios días para ir en busca de comida y se quedan solas en grupos. Al regresar les llaman a gritos para reconocerse entre ellas.


Entorno a los 5 meses cambian su pelaje a uno más grisáceo y empiezan a comer algo de comida sólida. como pequeños peces y crustáceos. Un par de meses después ya se adentran en el mar en busca de comida durante 3 o 4 días. 




Desde la pasarela de madera podemos ver el mar, donde hay muchos de ellos jugando o buscando alimento. En esta zona también podemos ver bastantes aves, sobre todo gaviotas.


En general se alimentan en un 50 % de peces pequeños como sardinas y esta zona es muy prolífica por la fría corriente de Benguela. La otra mitad de su comida son calamares, pulpos y otros cefalópodos, así como crustáceos.




Lo cierto es que el agua tiene un color amarillento que unido al frío que hace cerca de la costa no invita para nada al baño.



Habíamos leído que para mantener la población constante y que no redujeran las reservas de pescado (y así aprovechar de paso sus pieles) se les mata pese a ser una reserva y es probable que la presión de la industria pesquera sea importante en este sentido.


Otra cosa sobre la que íbamos prevenidos era el mal olor que desprenden. Al principio no nos afectó demasiado y estuvimos un rato paseando por allí pero a medida que avanzas por la plataforma y va pasando el tiempo lo vas notando cada vez más y es cierto que resulta un poco asqueroso, sobre todo añadido al ruido que hacen que parece que estén vomitando.



Al final ya nos resultaba bastante desagradable y con el estómago un poco revuelto decidimos marcharnos.





De la que volvíamos a la carretera principal paramos a hacer fotos a las curiosas formaciones herbáceas que había junto a la pista, la mayoría con forma circular, suponemos que por la acción del viento. Aunque por desgracia ni estos lugares tan remotos se libran del plástico, aunque sólo fuera una botella tenemos mucho que hacer para concienciarnos a nivel global de lo que le estamos haciendo a nuestro hogar.



Y volvimos a encontrarnos con nuestro amigo el chacal, que disfrutaba tan tranquilo del sol que había a ratos.



Pero a nosotros nos llegaba el momento de decidir qué hacer y finalmente nos decantamos por continuar hacia el norte por la C34 y atravesar el Skeleton Coast Park.


Hasta llegar allí el paisaje que encontramos es muy similar, carretera de sal con mucha niebla que nos impide ver los alrededores y sin encontrar más barcos hundidos. Aunque en teoría debía haber alguno no vimos nada señalizado.


A ambos lados de la carretera encontramos más mesas con rocas de sal de color rosado a la venta. No vemos gente en ninguno, suelen dejar unos botes para meter el dinero si se quiere alguna piedra.



Y así seguimos avanzando hasta llegar a Ugab gate, entrada del Skeleton Coast Park.



La entrada no pasa desapercibida con sus puertas con calaveras, huesos de ballenas y colmillos de elefante, aunque después de haberlo cruzado casi podemos decir que es lo más llamativo del parque.






A un lado está el edificio del parque donde nos proporcionan el permiso de tránsito, a rellenar con nuestros datos y gratuito. También hay que anotar la matrícula de nuestro coche y algunos datos más en un libro de registro que tienen allí en el mostrador, que nos permite ver además lo poco transitada que es esta zona (ese día sólo habían entrado 3 vehículos).






En el papel de permiso de tránsito, que hay que conservar hasta la salida, están enumeradas las normas y las horas de acceso (hasta las 15) y salida (hasta las 19) en cada puerta.





Actualmente el Parque Nacional, declarado así en 1971, engloba más de 16.000 kilómetros cuadrados a lo largo de la costa namibia. Sin embargo la parte norte no es accesible con vehículo particular y sólo se puede visitar en avioneta. Nosotros nos conformamos como la mayoría en recorrer los aproximadamente 150 km que separan ambas puertas: Ugab gate al sur y Springbokwasser al norte, cerca de Torra Bay. Precisamente Torra Bay y Terrace Bay son los únicos lugares donde está permitido pernoctar y pescar dentro del parque, aunque esto sólo está disponible en la temporada que permanecen abiertos (diciembre y enero coincidiendo con las vacaciones escolares namibias) y hay que solicitar un permiso especial.


Una vez dentro del parque comprobamos como la carretera sigue siendo de sal durante unos pocos kilómetros pero luego se convierte en pista, la primera mitad en buen estado pero la segunda como nos temíamos bastante peor, lo que nos obliga a ir más lentos.





Y el paisaje resultó ser más de lo mismo. Había en teoría un barco hundido del que sólo acertamos a ver unos palos de madera en la orilla, aunque al menos sin la niebla pudimos disfrutar de las impresionantes vistas sobre el mar.





Cruzamos varios cauces secos de ríos, de los 7 que atraviesan el parque y que sirven en algunas épocas de fuente para los animales que aquí habitan y que incluyen 29 especies endémicas y ejemplares de jirafas, elefantes y leones, aunque nos pareciese mentira que allí pudiese haber vida de algún tipo.




Señalizada a un lado de la carretera se veía una antigua extracción de petroleo y una mina, así como algún viejo remolque olvidado en este recóndito lugar.





Todo a nuestro alrededor estaba muy pelado, era como un desierto de arena y piedras con montañas y dunas a lo lejos, sin apenas vegetación.



Aunque el día era soleado hacía mucho viento, algo habitual en esta zona, por lo que no hacía nada de calor y nos poníamos el abrigo incluso al bajar del coche.



Desde el desvío a Torra Bay hasta la puerta de salida del parque de Springbokwasser aún hay unos 50 km y como la pista en este tramo está peor con más ondulaciones se hace un poco largo.




La parte positiva es que notamos que el paisaje cambia: dejamos atrás la monotonía de llanura de arena y empezamos a encontrar colinas en tonos rojizos super intensos.






Por momentos nos parece estar dentro de una película del lejano oeste, si no fuera porque queda un poco a desmano seguro que hubiera sido un decorado perfecto.







Una vez llegamos a la puerta de Springbokwasser paramos para enseñarle al ranger el permiso. Habíamos leído que en ocasiones pedían dinero y aunque a nosotros no nos pasó sí que nos preguntó si le podíamos dar unas cervezas porque por allí no había ninguna tienda cerca... Como no llevábamos nada de alcohol no hubo problema pero no nos extrañó lo del dinero.


Junto a la puerta hay una zona de acampada con baños y de hecho había allí una pareja. Habíamos leído en Internet que era gratis pero no podemos asegurarlo ya que no paramos y seguimos camino para tratar de llegar a Twifelfontein.

Aunque el paisaje va mejorando con la aparición de las montañas y la vegetación, al bajar del coche notamos que hace mucho más calor porque ya no llega el viento de la costa. Así que a falta de un lugar donde resguardarnos decidimos comer en el coche a la orilla de la carretera con el aire acondicionado puesto entre Welschitia Mirabilis.




Esta curiosa planta sólo crece en las llanuras desérticas entre el río Kuiseb y el sur de Angola.


Aunque no lo parezca tiene sólo 2 largas hojas que crecen desde lados opuestos. Con el paso de los años se oscurecen por el sol y el viento las hace jirones alcanzando así su aspecto habitual. Tienen un crecimiento lento y se cree que las más grandes, cuyas hojas pueden medir hasta 2 metros, pueden tener una edad de 2000 años, aunque la mayoría tienen menos de 1000. De hecho ni siquiera florecen hasta alcanzar al menos los 20 años. Esta longevidad se explica por unos compuestos con mal sabor para los animales, aunque se sabe que los rinocerontes negros disfrutan comiéndolas.



Ya "sólo" nos quedaba llegar hasta la zona de Twifelfontein, donde habíamos mirado varios campings para pasar la noche. Desde la puerta de salida de la Skeleton Coast hasta allí había unos 120 km, de los cuales esperábamos que una parte fueran asfaltados, ya que en nuestro mapa en papel las carreteras asfaltadas aparecían pintadas de rojo y en el cruce con la C43 salía así.




Sin embargo, no hubo suerte y la C39 continuaba siendo pista de gravilla con alguna que otra pendiente y cambios de rasante, lo que hizo que nos costara algo más de 2 horas recorrer esa distancia.




Lo que sí empezamos a encontrar es más civilización: alguna granja, talleres para ruedas (lo que nos hace temer algún pinchazo pero al final libramos)...





De camino al cruce se atraviesan varios cauces de ríos secos y junto a una granja cercana vemos una pareja de avestruces correteando. Nos hace mucha ilusión porque llevábamos un par de días sin ver animales y los echábamos de menos.



Seguimos avanzando entre montañas rocosas del Far West, subiendo lo que en esta zona tan llana era casi un puerto de montaña.





En estos sitios es donde hay que tener cuidado para evitar un susto con el coche, aunque en cierto modo le da también un punto de emoción a una jornada tan larga como la que llevábamos.



El sol empezaba a caer hacia el horizonte y a medida que nos acercábamos a la zona donde estaban los campings íbamos encontrando formaciones rocosas más curiosas.





El primer camping que encontramos fue el Xaragu camp. Había que coger un desvío y se encontraba entre unas colinas a 2 km de la carretera principal. Nos sorprendió no encontrar ningún huésped, sólo los trabajadores y cuando preguntamos el precio nos dijeron que cobraban 500 NAD por noche los 2. Aunque tenía baño nos pareció caro para la zona que era, no tenía buenas vistas, y preferimos seguir buscando.



Cogiendo el desvío hacia Twifelfontein hay varios camping más (Aba Huab campsite, Madisa camp, Mowani Mountain camp...) y nos decantamos por el Aabadi mountain camp, que aunque no es el que queda más cerca está bastante bien en relación calidad-precio. Además nos gustó donde estaba situado, a los pies de una colina desde la que disfrutar de las vistas al atardecer.




Sin embargo nosotros ya llegamos un poco tarde, pasadas las 6, y no pudimos disfrutarlo mucho. El sol se estaba poniendo y después de todo el día en el coche en cuanto comprobamos que había sitio para pernoctar preparamos las cosas, cenamos una cenita rica a base de lentejas, ventresca y tomates, y nos fuimos a dormir, aunque al día siguiente sí que pudimos recorrerlo con más calma y nos pareció muy aceptable.

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