Aunque nos costó muchísimo dejar la zona de Reine y las cabañas de Eliassen rorbuer, especialmente sin haber tenido buen tiempo y haber podido disfrutar de las auroras en un entorno así de privilegiado, nos tocaba seguir viaje e ir regresando hacia el norte.
El cuarto día de la escapada lo dedicamos a deshacer la King Olav road de sur a norte parando en algunos lugares interesantes que nos habían quedado sin visitar.
A medida que nos alejábamos de Reine el tiempo iba mejorando poco a poco e invitaba a detenerse a hacer fotos y disfrutar del fotogénico paisaje.
En el agua de mar que se adentraba por los fiordos nos llamaron la atención unas estructuras negras que creímos podían ser para el marisco, como las bateas típicas de Galicia, aunque nos quedó la duda si sería para eso...
Cualquier rincón tenía su encanto y era una excusa buena para una foto, desde una pequeña isla en el centro del fiordo hasta las características casitas rojas de madera sobre el fondo blanco.
Así llegamos a la playa de Ramberg y después de haber pasado de largo el día anterior sí o sí teníamos que parar. Creo que a mí fue la playa que más me gustó de todo el viaje, no sé si por ser de las primeras que vimos de cerca, por el contraste nieve/arena fina/agua turquesa, pero lo cierto es que me enamoré de ella.
Dejamos el coche en un aparcamiento que hay junto a la carretera y desde ahí se puede bajar caminando fácilmente.
Aunque el tiempo no acompañaba especialmente, estuvimos un rato paseando por allí e incluso probamos el agua, fresquita pero menos de lo esperado.
No sabemos cómo estará en verano, aunque por su fácil acceso probablemente muy concurrida, pero para mí así ya era totalmente paradisíaca.
Aunque había algunas personas más paseando y haciendo fotos se respiraba una tranquilidad total.
Continuamos camino haciendo una breve parada en Villa Ballstad, donde habíamos dormido la noche anterior, para recoger comida que nos habíamos dejado en la nevera. Aprovechamos también de paso para hacer algo de compra en el Bunnpris de Gravdal, uno de los supermercados asequibles que podemos encontrar en la zona. De ahí pusimos rumbo a la costa oeste de Lofoten, nos tocaba día de playas. Las primeras fueron las de Vik y Haukland.
Se encuentran una a continuación de la otra y aunque el nombre más famoso es el de Haukland, la playa más espectacular por su forma es la de Vik. En verano se llena de turistas y es que se dice de ella que es la más bonita del país. Mi corazón ya estaba ocupado por la de Ramberg, probablemente por haber sido la primera, pero reconozco que esta es espectacular.
Desde aquí se puede subir a la montaña Mannen, de 400 metros de altitud, para disfrutar de las impresionantes vistas sobre estas 2 playas. También se puede ir caminando o en bici junto a la costa hasta la vecina playa de Uttakleiv. Se trata de un camino de unos 4 km apto para carritos o sillas de ruedas aunque en invierno puede estar complicado.
Resulta llamativo el contraste de mirar hacia la costa azul turquesa y al darse la vuelta encontrar campos cubiertos de nieve con alguna iglesia aislada.
Siguiendo la carretera atravesamos la montaña con la ayuda de un túnel para llegar a la playa de Uttakleiv.
Es la playa más romántica de Noruega y la razón salta a la vista, corazones por doquier, algunos en equilibrios imposibles, lo que la convierte en lugar elegido por muchos fotógrafos.
Nuestra siguiente parada era otra playa, la de Unstad, pero para llegar hasta allí hay que regresar a la carretera principal y no podemos evitar parar de nuevo en Haukland a dar un breve paseo.
Camino a Unstad pasamos junto a la localidad de Tangstad, situada al borde de una bonita bahía rodeada de imponentes paredes rocosas como viene siendo habitual en Lofoten, aunque eso no hace que nos cansemos de verlo.
En una de esas montañas, completamente cubiertas de nieve, nos llaman la atención unos objetos oscuros en sus cumbres y nos quedamos con la duda si puede ser algún tipo de equipo meteorológico o así, parece que ese día nos ha dado por encontrar cosas curiosas desconocidas....
La playa de Unstad es famosa por sus olas y atrae a miles de surferos que tienen aquí locales dedicados a ellos pero a nosotros no nos pareció que mereciera la pena ir hasta allí si no se dispone de tiempo, cualquiera de las anteriores nos parecieron más bonitas. Como era mediodía aprovechamos para comer unos bocatas que llevábamos. Si os apetece caminar hay un sendero que conecta Unstad con la pequeña localidad de Eggum en 8 km (sólo ida).
De regreso en la King Olav road pasamos por el Lofotr Viking museum, a las afueras de la localidad de Bøstad.
Es un museo vikingo en el que podemos conocer más sobre esta aguerrida cultura e incluso disfrutar de comida vikinga o festivales de música según la época. Nosotros ya habíamos estado un par de años antes en el de Oslo y nos conformamos con verlo por fuera.
Tiene una parte de exposición en el edificio principal y otras zonas en el exterior como la casa del jefe vikingo o Borg, situada detrás, cerca de donde se encontró la original en un alto para poder vigilar los alrededores. Se trata de la mayor casa de este tipo en el mundo y conservan el tamaño original que daba idea de la fuerza del jefe. Está dividida en las "habitaciones" originales, donde podemos encontrar representadas las distintas actividades que tenían lugar allí.
A nosotros nos llamó mucho la atención la Borge kirke, iglesia que hay al final de la carretera que pasa por detrás del museo.
Sorprende sobre todo por su forma y colores, diferentes a todo lo que habíamos visto hasta entonces. Es la última, construida en 1987, de una serie de iglesias situadas en esta ubicación que se remontan a la Edad Media y que fueron destruidas en sucesivos incendios y que incluyeron también el cambio de una religión a otra (cristianismo a luteranismo).
A poca distancia de ella encontramos el lago helado de Lilandsvatnet y otros que no llegan a serlo por poco como Innerpollen, laguna de agua salada comunicada con el mar por un pequeño estrecho, algo habitual en todo el archipiélago.
Para esa noche teníamos reservado alojamiento en la localidad de Kabelvåg, por lo que fuimos recorriendo la distancia que nos quedaba hasta allí disfrutando del espectacular paisaje.
Como teníamos tiempo decidimos desviarnos de la King Olav road para recorrer la isla de Gimsøya, uno de los lugares habitados más antiguos de Lofoten donde se conservan túmulos y restos de de la Edad de Piedra y la Edad del Hierro. No podíamos irnos sin hacer una parada en la iglesia de Gimsøy, casi entera de color blanco a juego con la nieve y construida en 1876.
Poco antes de llegar a Kabelvåg encontramos el desvío a Henningsvaer y con lo que habíamos leído sobre esta localidad teníamos que acercarnos a verla.
De camino encontramos también los secaderos de bacalao (skrei) que habíamos visto días anteriores, estructuras de madera en forma triangular donde dejan a secar el pescado.
A Henningsvaer se la conoce como la Venecia del Norte porque está atravesada por agua y varios puentes conectan algunas de sus muchas islitas.
Aunque hay un aparcamiento amplio y gratuito a la entrada del pueblo y no es muy grande como para visitarla dando un paseo, nosotros la recorrimos en coche ya que empezaba a anochecer y hacía bastante frío.
El núcleo principal está situado en las islas de mayor tamaño y cuentan hasta con un campo de fútbol que llama la atención en las fotos hechas desde el aire.
Aunque a nosotros casi nos gustó más el camino hasta allí que la propia población, es cierto que ha sabido combinar la arquitectura y forma de vida tradicional de casas de madera típicas y pesca del bacalao, con modernas galerías de arte, tiendas de artesanía y cafeterías que la han convertido en lugar de moda especialmente durante la época estival.
Ya sólo nos quedaba poner rumbo a Kabelvåg, donde habíamos reservado una habitación en Vandrerhjem Lofotferie, una especie de hostel junto al mar. Nos costó un poco encontrarlo, el alojamiento en sí está a las afueras del pueblo pero la recepción está en el centro (Torggata 16) y es allí donde teníamos que recoger las llaves y pagar.
Tras instalarnos, dimos un agradable paseo por los alrededores. El pueblo no tiene demasiado interés, aunque su historia, junto a la del vecino Storvagan, se remonta al 8000 a.C. En la Edad Media se trataba de la población con más habitantes de Lofoten y entorno al año 1103 el rey Øystein mandó construir aquí la primera iglesia del archipiélago y las primeras cabañas de pescadores (rorbuer).
Como la probabilidad de auroras era alta y el cielo parecía que iba despejando decidimos hacer tiempo y salir a ver si veíamos algo después de cenar... Y hubo suerte!!
Primero las vimos tímidamente desde el propio hostel pero había mucha luz del pueblo para hacer fotos y cogimos el coche en busca de un lugar mejor.
Estuvimos allí disfrutando del espectáculo una media hora y decidimos acercarnos al mirador que había un poco más arriba.
Justo en ese momento es cuando más intensas se veían pero al llegar al mirador empezaron a perder fuerza y la perspectiva no era tan buena para las fotos así que las disfrutamos un rato más y ya cerca de la media noche pusimos rumbo de vuelta al hostel.
Sin duda fue una de las noches más especiales del viaje, aunque ya las habíamos visto la noche de la llegada fue muy emocionante seguir su evolución, como se movían y los colores se hacían más fuertes, nos sentíamos un poco como cazadores de auroras. Además creo de verdad que es una de esas cosas que por más que las ves nunca te cansas de ellas, tienen algo mágico que te hace sentir especial mientras las observas. Con ese recuerdo nos fuimos a dormir esperando que esa no hubiera sido nuestra última noche con ellas.
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